lunes, 22 de agosto de 2011

Guadalajara, finales de abril de 1937

    Las de siempre: Paca, Guillermina, Eleuteria, yo y alguna más. Todo el día cosiendo uniformes de los soldados y las banderas y estandartes que lucen nuestros blindados y camiones. No sirvo para otra cosa. Tras la victoria sobre los italianos, las cosas en la ciudad siguen igual, de mal en peor. Guadalajara no se rinde, gritan las rondas. Fueron días terribles, no quiero acordarme. El retumbar incesante de la artillería; hasta aquí se sentían los temblores. Nuestros aviones volando bajo sobre los tejados, ahora van y luego vuelven y otra vez van. Sin parar casi todo marzo. Gracias a que los camaradas del Socorro Rojo siguen repartiendo las ayudas, que si no ya me dirás cómo. Rara vez llega alguien a casa con algún encargo pequeño, faena menuda, unos pespuntes, un hilván, el dobladillo. Trabajo serio, ninguno. Así vamos tirando. Con las ayudas y esas menudencias. A Pura le va bien en el ultramarinos. No sé cómo se las apaña para conseguir el parné, con lo difíciles que están los caminos. De Madrid nada llega porque allí nada queda. Aguantan lo que pueden y con eso ya tienen bastante. Pobres. Dicen que la situación en la capital se vuelve peor por momentos. Una calamidad. Franco les está apretando bien. La radio sigue diciendo que tras el desastre de los fascistas italianos en Brihuega la victoria está más cerca, pero don Ramiro dice que no. Piensa que las tropas de Franco no salieron tan mal paradas el mes pasado, que sólo fueron los italianos los que pusieron los muertos. Me dan escalofríos cuando lo oigo y le digo calle, don Ramiro, no sea tan mal agorero. Y él me mira triste, como con pena. Niña, te lo digo yo, Franco está vivito y coleando y no tardará en llegar con sus moros asesinos. Temo por él, mi vida. Está más viejo cada día, más arrugado, más encorvado. No le quedan esperanzas y se consume sentado todo el día delante de la radio, que un mal rayo la parta. Pregunta por ti, pero no sé qué responder. Te manda recuerdos. Madre también me preocupa. La tos no le afloja y en el hospital dicen que bastante tienen con los combatientes que les llegan a diario. Tienes que ver aquello. Muchachos jóvenes masacrados se acumulan en los pasillos y los médicos no dan avío. Unos chavales. Qué pena tan grande, Señor. Manuel y Honorato se acaban de alistar en una de las columnas de la FAI, no recuerdo cuál. Su madre Blanquita vive en un ay desde entonces, entre soponcios, la pobre. Del norte no nos llegan noticias y eso me tiene en vilo. No paro de preguntarme cómo estarás. Al menos el frío ya no es tanto. Cuídate mucho, mi vida. Maldigo cada día esta guerra que te llevó lejos. Aquí pasa otra vez la patrulla con sus gritos y canciones. Estoy harta, Luis. No aguanto más. Rezo para que llegue una carta tuya, unas letras que me hagan saber que sigues vivo. Hace ya tanto tiempo. Unas letras, Luis. ¿Dónde estás?

4 comentarios:

  1. El aguante, la fortaleza, la realidad que va envolviendo los días y se hace llevadera, y al final, llega la desnudez, se abre el alma y se escapa la angustia.
    Un retrato impecable.
    Felicidades, maestro.

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  2. Sorprendido, entre en tu blog por casualidad, (lo oí en el dark), y en verdad que me ha gustado.
    Se seguiré. Saludos de un MYG.

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  3. Me apetece dejar dicho aquí que este texto me ha encantado. Mejor dicho, me ha estremecido la súplica de "Unas letras, Luis". Felicidades Miguel.

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  4. Gracias por tus palabras y felicitaciones, Malú. Un saludo.

    Amigo de MYG, encantado de recibirte en esta mi otra casa. Espero que cuando nos encontremos en esos universos me digas quién eres. Vuelve cuando quieras. Un saludo y buena caza.

    Alejandro, qué bueno que al leer te hayan entrado ganas de dejar constancia de lo que el texto te provoca. Gracias a ti también por tus felicitaciones. Un saludo.

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