miércoles, 3 de agosto de 2011

Voluntariosa e inútil

    En Matrix, la primera entrega de la trilogía de los hermanos Wachowski, el agente Smith (Hugo Weaving) reflexiona ante un Morfeo (Laurence Fishburne) en estado casi catatónico sobre el papel de los seres humanos en el conjunto de la biodiversidad del planeta Tierra. Niega el malo malísimo de la película que el ser humano sea un mamífero, pues éstos, dice, tienden a mantener de forma natural un equilibrio con el entorno natural en el que se desenvuelven. Por el contrario, el homo sapiens ocupa un espacio en el organismo que es la Tierra y consume todos sus recursos hasta que, para seguir subsistiendo, ha de trasladarse y ocupar un espacio diferente desde el que esquilmar más y más recursos. Sólo otro organismo en el planeta, dice Smith, tiene el mismo patrón de comportamiento, un virus. No deja de ser paradójico que esa reflexión surja de la mente de un personaje que más tarde se convertirá en un virus que pretende hacerse con el control de Matrix. La conclusión es, pues, que somos como esos pequeños seres que tanta lata nos dan, a nosotros y al resto de la vida en el planeta. Ese mismo análisis lo he visto, oído y leído en otros medios distintos a esa producción cinematográfica. Es fácil pensar que se está de acuerdo con esa argumentación. Somos lo que somos y ya veremos si tenemos la capacidad de cambiar ese, a priori, inalterable orden de las cosas. Pero ahondando en esa línea argumental, llego a la conclusión de que es bastante simplista. Porque la cuestión se me presenta algo más compleja. Hay algunos rasgos que nos diferencian también de los virus. Ignoro si virus de diferentes especies se atacan entre ellos y luchan por ganar terreno arrebatándoselo al contrincante, mis conocimientos de biología no me dan para tanto, pero sí tengo entendido que un virus de una especie determinada no actúa contra un individuo de su misma especie. Y ese comportamiento sí que se da en los seres humanos.
    ¿En qué momento de nuestro proceso evolutivo las cosas se torcieron tanto como para llegar a convertirnos en lo que hoy somos? ¿En qué momento de la historia se nos fueron las cosas de las manos y acabamos construyendo un mundo, una sociedad (o sociedades), tan mal organizada, tan injusta? Que no se me malinterprete, por favor. No diré nunca aquello de que cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro. Quien eso piense tiene mucho de malnacido. Creo de verdad en el ser humano y creo que nos merecemos nuestro lugar en este planeta. Pero a algunos habría que buscar la forma de dejarlos fuera. ¿En Plutón, tal vez? No, casi mejor en Júpiter. En Plutón, ésos serían capaces de llegar a medrar, pero se me antoja que en Júpiter sí que lo tendrían complicado.
    Tras la Segunda Guerra Mundial, nuestro sistema capitalista estimó oportuno crear algún tipo de instrumento que, en la medida de lo posible, sirviera de foro desde el que solucionar los problemas cotidianos a los que nos enfrentamos y evitar, así, que un enfrentamiento como aquel se repitiera. Y no porque el capital fuera bondadoso y deseara la paz mundial cual aspirante a Miss. Más bien, una guerra global como aquella interfería en sus planes de desarrollo y expansión. Mejor establecer lazos comerciales entre todos que liarnos a mamporrazos en peleas de barrio que limitarían las ganancias de las grandes empresas si no se dedican a la fabricación y distribución de armamento. La tarta económica es tan grande y golosa que no sale rentable ponerla en peligro por un quítame allá esas pajas. La paz es rentable para la mayor parte del gran capital. La industria de las armas puede sobrevivir con las constantes pequeñas guerras (frías o calientes) que surgen por doquier aquí y allá. A ser posible donde no machaquen mucho la economía global. África y determinadas zonas de Asia son buenos escenarios para ello.
    El instrumento creado para salvaguardar la apariencia de diálogo y colaboración internacional entre los estados (uno de ellos, al menos) fue la ONU. Y, dentro de ella, su Consejo de Seguridad. Pero, claro, ese chiringuito no se montó con el concurso de todos los estados miembros en plano de igualdad. Ante todo, los vencedores de la guerra quisieron garantizarse un posición de salida que les otorgara un poder superior al resto. El derecho de veto nació para alcanzar ese objetivo. Estados Unidos, Inglaterra, Francia, China y Rusia (antes la URSS) se reservaron el derecho a decir no cuando les viniera en gana ante cualquier asunto, problema o conflicto. Basta que uno de esos cinco grandes diga no para que el Consejo de Seguridad, y la ONU con él, quede con las manos atadas sin posibilidad de intervenir. Da igual que los otros catorce miembros del Consejo estén de acuerdo en la adopción de una determinada resolución, o que la totalidad de la asamblea de las Naciones Unidas así lo haya decidido. El hombre del monte ha dicho no. Aquí no se mueve nadie. Todo de un democrático que lo flipas.
    Al principio todo pareció ir de perlas. En la ONU se discutía mucho de muchas cosas y se dictaban resoluciones que nadie podía obligar a cumplir a nadie pero quedaban divinas de la muerte. La descolonización del Sáhara occidental o la obligación de Israel de respetar las fronteras con Palestina de 1967 (en este asunto hay un sinfín de resoluciones de la ONU que Israel, con el concurso de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, se niega a cumplir descaradamente) son sólo dos ejemplos de la inoperatividad de la ONU y su nula capacidad de maniobra. No digamos ya del Consejo de Seguridad. Pero la organización sigue ahí, empeñada en ser oída por el mundo entero, aunque ese mismo mundo le da la espalda cuando le interesa o le da la gana.
    En 1994 fuimos testigos de un hecho escalofriante que me sigue poniendo los pelos de punta cada vez que lo recuerdo. Probablemente fue uno de los conflictos más graves, más salvajes y más horripilantes de los últimos cincuenta años. El genocidio de Ruanda. Aún tengo presentes aquellas imágenes dantescas en los telediarios de las consecuencias de los ataques tribales entre hutus y tutsis en aquel país. Algunas estimaciones hablan de un millón de muertos en aquellos meses de 1994. La ONU había enviado a sus Cascos Azules como fuerza de interposición entre los bandos en lucha. Pero su margen de actuación era tan estrecho que cuando llegaban los hutus se hacían a un lado y se quedaban mirando como mataban a los tutsis a machetazo limpio. Ni AK-47, ni lanzagranadas, ni minas antipersona, ni fusiles de precisión. Nada de armamento moderno. A machetazo limpio. Y la ONU fue incapaz de poner fin a aquel infierno filmado en directo por las televisiones de occidente.
    Tras los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos se preparó para la guerra y movilizó su descomunal maquinaria bélica. Puso los ojos en Afganistán y, posteriormente, en Iraq. Y allá que se fue con los ojos cerrados, los puños en alto y la cabeza por delante. Antes, en 1990, ya había hecho sus pinitos en la zona con la primera guerra del Golfo, que sí contó con el beneplácito de la ONU. Es sintomático y descorazonador que en las pocas ocasiones en que se ha alcanzado un alto grado de consenso en el seno de la ONU y el Consejo de Seguridad haya sido siempre para planificar una guerra. El instrumento creado para garantizar la paz sólo funciona a la perfección cuando prepara la guerra. ¿Será por aquello de si vis pacem, para bellum? Y mientras la primera potencia machacaba a los talibanes en Afganistán, le echaba el ojo a Sadam Huseim por lo de las armas de destrucción masiva. Pero en este caso Bush nene se encontró con un problema, y es que la ONU había enviado inspectores a Iraq para recabar pruebas de la existencia de esas armas y parecía que esos señores no terminaban de encontrar nada. Pasó el tiempo y el presidente de Estados Unidos perdió la paciencia. Qué se habrá creído la ONU esta. Esta tía no sabe quién soy yo. No sabe con quién se la está jugando. A mí con historietas de inspectores. Por favor, que la CIA me monte un informe sobre las armas y, si no las hay, que se las meta en el culo a Sadam, que ya iré yo a por él. Que me haga el favor.
    Así pues, Bush nene se buscó unos amiguitos y los encontró en Tony Blair y Aznar. Chicos, ¿jugamos a la cogida en Iraq? Se reunieron en las Azores y decidieron guerra. A la ONU que le den. Y ésta vio, con cara de panoli, cómo esos tres aventureros (o, mejor, dos aventureros y un perrito faldero agitando el rabo, la subalterna y servicial España de Aznar) se lanzaron al campo de juego en contra de sus resoluciones. Fue la primera vez que oí la expresión “la ONU ha muerto”.
    Hoy me entero de que el Consejo de Seguridad no se pone de acuerdo ni de coña en el asunto de Siria, cuyo gobierno reprime con tanques las manifestaciones populares. La ciudad de Hama se ha convertido en un campo de batalla entre unos manifestantes con pancartas y un ejército bien pertrechado que se atreve con su propia ciudadanía pero se caga por las patas pa'bajo si quien lo mira con malas intenciones es Israel. Contra esos no podemos, pero contra estos pringaos...
    Lamentable papel están haciendo también la ONU y sus organismos en la crisis libia, dejando, además, la papa caliente en manos de la OTAN. Otros que tal mean. Y ya sé que hay más ejemplos (guerras yugoslavas, guerras en Somalia, en Etiopía, en Eritrea, en Uganda, hambrunas en esas zonas de África, Objetivo del Milenio contra el hambre en el mundo que nadie respeta, etcétera, etcétera, etcétera), pero no tengo espacio suficiente para todo. Lo siento. El personal va a ver este texto y, por lo largo, casi nadie lo leerá.
    La ONU no es que esté muerta. La ONU apesta a cadáver putrefacto desde hace ya mucho tiempo. Y algo tendrá que ver la manera en que se creó. ¿Qué sentido tiene hoy día el derecho de veto de esas cinco potencias en el Consejo de Seguridad? ¿Qué sentido tiene hoy sostener una organización que dicta normas e instrucciones que nadie está obligado a respetar? Desde su creación a mediados del siglo XX, la ONU no ha sufrido la misma evolución que ha transformado a quienes la crearon, los países occidentales. La ONU de hoy es lo que siempre se quiso que fuera, un instrumento que manipulan a voluntad las grandes potencias cuando les interesa y en el que los países más pobres no pintan nada. Es un ejemplo más de que este mundo está mal hecho de cojones. Unos pocos, los poderosos, se garantizan el poder en contra de una mayoría a la que sólo se ve como unidades de consumo, y si no sirven ni para eso no es que queden al margen, es que pasan a ser invisibles incluso para la globalización. Y allá ellos con sus problemas. Que no molesten con tonterías como el hambre en Somalia. Si no tienen para comprar comida, menos tendrán para comprar unas Nike.
    Así nos está yendo.
   Y atentos, que leo en el periódico de hoy que en Kosovo la cosa se está calentando entre serbios y albaneses. Aquello está en manos de la OTAN y la Unión Europea. Mi madre, qué miedo me dan esos dos.

2 comentarios:

  1. Muy bueno el artículo y muy sugerente. Es verdad ya nadie se molesta en leer un texto largo pero no por eso hay que dejar de escribirlo, quizás algún día los hombres y mujeres nos demos cuenta de lo importante que es ser solidarios con los demás llevados de lo que está pasando en el planeta porque nos podemos ver envueltos en la globalización, de hecho estamos perjudicados por esos mercados globales que para nada les importa los pueblos, solo importa los réditos de tal o cual país según la importancia de su bolsa, de su régimen económico, del potencial de materias primas que posee, ... los demás somos peones a utilizar en el momento oportuno nada más.
    Tienes mucha razón, espero y tengo la esperanza que lo lean muchas personas y reflexiones, antes que sea tarde.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por esas palabras. Qué importante es lo que dices de la necesidad de aprender a tener en cuenta a los demás, sobre todo en momentos de dificultad como los que vivimos. Lo quería decir en el articulo, pero lo recordé ahora (ya lo diré en alguna otra entrada): de una cosa estoy convencido, de que hay más gente solidaria en este mundo que personas dispuestas a cualquier cosa por enriquecerse, aun en contra de la mayoría de la población.
    Espero seguir contando con tus visitas y comentarios por aquí.
    Un saludo.

    ResponderEliminar