domingo, 11 de septiembre de 2011

Mucho más temprano que tarde

     Seguramente, ésta es la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación.
     Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.
     Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
     Trabajadores de mi patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
     Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos. Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, que entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las líneas férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
     Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
     El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
     Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
     ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
     Estas son mis últimas palabras, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

(Salvador Allende. Chile.
11 de septiembre de 1973)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Con la venia, señorías, tomo la palabra

    Obvio señalar quién es el perro y quién el gato. PSOE y PP están a la gresca en sus labores políticas desde hace muchos años. Se llevan como el perro y el gato. No se ponen de acuerdo en nada. Lo que para unos son podencos para los otros, galgos. Huelga decir también que eso es normal, por aquello de las izquierdas y las derechas, si es que lo de la siniestra es aún aplicable al partido socialista. La renovación del Tribunal Constitucional lleva enquistada en un tira y afloja ya perdí la noción de cuánto tiempo, y no parece que la cosa vaya a cambiar  a corto plazo. La reforma del Senado, tres cuartos de lo mismo. Hasta la lucha contra ETA provoca entre los dos partidos encarnizadas discusiones sobre cómo lo hacen unos y cómo lo harían los otros. De las recetas para superar la crisis y recuperar el empleo no sé si merece la pena hablar. Aunque ambas organizaciones políticas centran sus discursos, supuestamente, en ese delicado asunto, hasta ahora no he oído ni leído muchas argumentaciones con algo de  sentido. Y mucho menos veo resultados en la práctica. El desempleo crece y, con él, el desencanto de la población. Está claro que no tienen ni zorra de cómo avanzar por ese camino. Menuda papa caliente. Ni echándole mojo por encima se refresca.
    Para el PSOE, lo importante, dicen, es mantener los gastos sociales para garantizar la cohesión social y el estado del bienestar. Y en aras de la defensa de esos principios ha llevado a cabo un par de reformas laborales que minoran los derechos de los trabajadores y favorecen las contratación en precario ad eternum, ha impuesto una reforma de las pensiones, decretado el recorte de salarios... Pura política de defensa del estado del bienestar. A las rentas altas no se les puede subir los impuestos porque se cagan de miedo. Los políticos; las rentas altas se cagan de risa. De todos es sabido, nos quieren convencer, que cogen la maleta y se marchan a otro lado. El PP, ya lo estamos viendo. En Castilla-La Mancha ha puesto en marcha su laboratorio particular sobre las medidas a aplicar cuando llegue a La Moncloa. Vayan desde aquí mis condolencias a la población de esa comunidad. Lo siento, amigos, las cosas son así. ¿Recuerdan aquellas papeletas que metieron hace poco en la urna con las siglas del PP? Pues tomen Gospedal. Con papas fritas. Eso sí, de haber elegido las siglas del PSOE la cosa no sería muy diferente. Lo digo por aquello del consuelo. Para quien lo quiera.
    En lo de la política fiscal uno es blanco y el otro negro. Cosa perfectamente comprensible. Nadie esperaba que coincidieran. Hasta feo estaría. Pero es que no alcanzan un acuerdo en ningún asunto de importancia ni aunque les vaya la vida en ello, que es tanto como decir aunque les vaya el escrutinio favorable de los votos, la particular sangre real que les corre por las venas. Ya me gustaría leer la noticia de un consenso para reformar la injusta ley electoral, o el Senado, o un acuerdo de mínimos (sólo digo unos mínimos) para la defensa de los servicios públicos como pilar fundamental en el que hacer descansar el estado del bienestar, o el acuerdo del establecimiento de una tasa a las transacciones bancarias, o para para la consecución del objetivo del 0,7%... Poca cosa. Pero nada. Me resulta hasta divertido ver los debates (los pocos que podemos ver) del jefe del gobierno con el jefe de la oposición (les encanta lo de ser jefes). Cuando no sale a relucir el “y tú más”, se enfrascan en un toma y daca prestidigitando conejitos de la chistera y póqueres de cinco ases ante una audiencia cada vez más harta de palabras vacías e ideas huecas y volátiles. Una audiencia que apaga la tele, o cierra el periódico, para seguir redactando el currículo que les ayude a salir del agujero.
    Pero un día uno de ellos, sintiendo en sus riñones el agudo filo de la espada manejada en comandita por francos, germanos y caballeros oscuros de los mercados de la pasta, levanta el teléfono y dice hola, Mariano, ¿y la Constitución?  Y al otro le parece una idea genial y sólo se le ocurre aquello de ya te lo dije, Joselito. Hoy se prepara la votación de la reforma constitucional en el Senado después de haber sido aprobada en el Congreso. Entre la llamada primera y el actual estado de cosas, apenas un mes ha pasado. En pocas semanas, alea jacta est. Rapidez, eficacia y eficiencia. Nadie más se ha sumado a la operación. El que no dice que no, se abstiene de decir nada. Al menos se abstiene porque quiere. Hay cuarenta y cinco millones de almas que se abstienen porque, con la excusa de un tecnicismo equilibrista, se les hurta la consulta. Y así andamos. Jodidos y mal pagados.
    Pues bien, señorías, con la venia, tomo la palabra. Si de reformas constitucionales se trata, se me ocurren unas pocas. Les dejo constancia de algunas por si se les activa alguna tecla desconocida y tienen a bien tomar nota.
    Tomemos el artículo primero de la Constitución. Por el principio empezamos. Por más que he buscado en las hemerotecas y archivos propios, no he podido encontrar en qué parte de los programas electorales del PSOE o del PP proponían la reforma por la que ahora pierden el culo. Estando así las cosas, y dado que parece que aquí los únicos sujetos activos que pueden manejar el cotarro son ustedes, los partidos políticos (por el pueblo y para el pueblo, pero sin el personal), y con un margen infinito de actuación, acabemos con la antigualla esa de que la soberanía nacional reside en el pueblo. Menuda chorrada. Creo llegada la hora de modificar ese artículo e introducir un texto mucho más moderno y acorde con la realidad. Propongo que ese precepto se sustituya por la soberanía nacional reside en los partidos políticos. De esa forma todos sabríamos a qué atenernos y nadie podría llamarse a engaño. A partir de ahí, barra libre. Sin complejos, colegas.
    No quiero dejar pasar este artículo sin prestar atención a su primer punto, aquello de que España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho etcétera. Algo no me suena bien. Algo se me antoja incongruente. ¿Estado social? ¿Con la que está cayendo en estos tiempos? Considero mucho mejor esta redacción, dónde va a parar: España se constituye en un Estado de mercado y partidista de Derecho. Por cierto, ahora que toco el tema, siempre me ha chocado que en la redacción de ese artículo las palabras Estado y Derecho estén escritas con mayúsculas, y social y democrático no. Qué quieren que les diga. Un sin vivir como otro cualquiera, que diría mi amiga Luisi.
    Para terminar con este primer artículo, veamos su punto tercero y último: la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria. Nones, señorías. Así no llegamos a ningún lado. Hay que hacer cambios. ¿Qué les parecería la forma política del Estado español es la Monarquía partidista? No me dirán que esa reforma no es sencilla. Sólo hay que cambiar unas pocas sílabas. Más fácil no lo puedo poner. Y si se quiere aprovechar el tirón para introducir el mecanismo de que al monarca lo eligen los partidos políticos por sufragio interno, a puerta cerrada, por mí estupendo.
    El artículo seis de la Constitución trata de los partidos políticos y no podía dejar pasar la ocasión, claro está. Establece el precepto que los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Sí o sí, aquí habrá que cambiar algunas cosas. Les propongo esto: sólo los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación, manifestación e imposición de la voluntad popular y son el único instrumento para la participación y decisión política. De esta forma, la cosa va encajando mejor, ¿no les parece?
    Sé que las propuestas que pongo sobre la mesa probablemente exijan retocar y maquillar algunos artículos más de la Constitución. Para serles sinceros, señorías, creo que las reformas que apunto le dan la vuelta a todo el texto y lo dejan en agua de borrajas. Pero como es más o menos lo que ustedes están haciendo estos días, dejo en sus manos las cuestiones técnicas para liquidar todo lo que consideren liquidable, que no es poco. Al fin y al cabo, ustedes son los partidos políticos, el sancta sanctorum de la actividad democrática, así que vía libre. Toda suya. La Constitución, digo.
    Cuando la machaquen bien machacada, no en la práctica, que eso ya lo hacen ustedes a la perfección, sino en la forma, no olviden borrar de un plumazo el texto más enigmático, contradictorio y cachondo que jamás encontré en la Constitución. Un texto del que la gente no tiene ni puta idea de su existencia. No conozco a nadie que haya reparado en él nunca. A mí me llamó poderosamente la atención cuando en la facultad estudié Derecho Constitucional y no vean la risa que me entró al leerlo por primera vez. Graciosillos estos papás de la consti, pensé. Me refiero al artículo 129. Vayan. Vayan y lean el chiste. Dice el articulito de marras que los poderes públicos (…) establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción. Tócate los cojones. Terminología del Manifiesto Comunista. Parece de coña, la verdad. Se ríe la Constitución de todos los trabajadores de este país cosa buena. Si por mí fuera, es uno de los pocos mandatos que salvaba de la quema, pero como a mí nadie me va a preguntar y son ustedes, señorías, las que tienen el sartén por el mango, hagan el favor de cargarse ese precepto. Por favor lo pido. Que me entran ganas de llorar cada vez que lo leo. Y miren que lo leo con frecuencia. Parezco una Magdalena.
    Pues nada, aquí les dejo estas sugerencias, desde mi más modesta apreciación de la realidad que nos obligan a vivir, y así ustedes podrán dedicarse a lo suyo, que no es más que hurtar la soberanía nacional a sus legítimos, y nosotros a lo nuestro: ver, oír y callar.
    Pero, al menos, permítannos reírnos de vez en cuando.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Quisiera




    Una vez probé lo de los viajes astrales, pero no me fue bien. El espíritu se negó a abandonar mi carnalidad, acostumbrado como lo tengo a tener los pies anclados al suelo para no acabar perdiendo la cabeza entre las nubes sin hallar el camino de vuelta, condenado a vagar, a navegar los naufragios o a sobrevolar intimidades volcánicas. Será por eso que un día opté por abrir un libro, y ya nunca lo cerré. Entre sus mundos descubrí esas otras vidas que habría querido vivir y que ahora pueblan mis ensoñaciones sin dejarse engatusar. Palabra a palabra, frase a frase, párrafo a párrafo, he sabido de la pestilencia de las calles de los barrios bajos de París en el siglo XIX, de la indolencia del mar embravecido mientras aguanto los tirones del timón de un viejo bajel de guerra, de la ceguera de unos molinos de viento incapaces de reconocer el ataque del sueño de un caballero, del empuje de un matador que no cierra los ojos cuando ve los cuernos cerca, de bibliotecas que protegen con su vida los secretos que albergan, de famas, de cronopios y hasta de las veleidades de una muerte caprichosa.
    Y como a veces no me gusta esta vida, sueño que puedo ser otro, que puedo estar en otro lugar o que vivo otros tiempos. En esos momentos soy un personaje imaginado por Pauline Réage, o un tripulante del Hinderburg, o el maquinista de un tren secreto con destino San Petersburgo en 1917. Puedo imaginar que me encuentro una tarde sentado frente al mar de Lanzarote teniendo a José Saramago como contertulio, que espío por el ojo de la cerradura el momento en que un grupo de generales deciden entusiasmados el comienzo de una guerra que les brindará una tumba anónima; que soy gaviota y soy mar. Y paseo por las calles polvorientas de un pueblo olvidado, en un tiempo recién nacido, cuando las cosas aún carecían de nombre; o me oculto entre las rocas de Cimmeria para ver pasar a un imponente guerrero a caballo, o alcanzo las cimas de La Isleta y les grito que la cojan, que cojan ellos para siempre la maleta.
    Si tuviera que elegir, la del pirata cojo ya está pillada, así que no. Pero me sirve igual la vida de un navegante portugués en los tiempos en los que el mundo aún era una inmensa extensión desconocida, la del primer astronauta o la del último mohicano, una vida de vicio y depravación, o la de un lugarteniente de Carlomagno, o la de un druida celta, o la de un comanche que aún no reconoce la pesadilla del hombre blanco, o la de un farero solitario.
    Si tuviera que elegir, digo, querría ser bombero en Babilonia, albañil en Egipto o carpintero en Trafalgar. Monstruo del lago Ness, alienígena en la Nostromo o Antonio Banderas en Pecado original. Prisionero en Alcatraz o amotinado en San Quintín. Estudiante francés en 1968, desertor en Vietnam, inquilino de tu lecho aquella primavera en Praga. Querría tener un martillo en Berlín en noviembre de 1989, o un pico y un pincel en Atapuerca, una honda en Palestina o la lámpara de Aladino.
    Pero si me pides que que sí, que elija, el deseo de tus labios. Tu sueño en la distancia.
    Quisiera.