miércoles, 17 de agosto de 2011

Aniversario

CANCIÓN DE LA MUERTE PEQUEÑA
(Federico García Lorca)

   Prado mortal de lunas
y sangre bajo tierra.
Prado de sangre vieja.

   Luz de ayer y mañana.
Cielo mortal de hierba.
Luz y noche de arena.

   Me encontré con la muerte.
Prado mortal de tierra.
Una muerte pequeña.

   El perro en el tejado.
Sola mi mano izquierda
atravesaba montes sin fin
de flores secas.

   Catedral de ceniza.
Luz y noche de arena.
Una muerte pequeña.

   Una muerte y yo un hombre.
Un hombre solo, y ella
una muerte pequeña.

   Prado mortal de luna.
La nieve gime y tiembla
por detrás de la puerta.

   Un hombre, ¿y qué? Lo dicho.
Un hombre solo y ella.
Prado, amor, luz y arena.

     Setenta y cinco años hace. Hizo ayer setenta y cinco años. Setenta y cinco años, aquel día ignominioso. Setenta y cinco años de días, meses y años de ignominia. Setenta y cinco años, oscuro y vergonzoso principio del fin. Setenta y cinco años. Justo setenta y cinco.
     Ayer, 16 de agosto de 2011, se cumplieron setenta y cinco años de la detención de Federico García Lorca en la casa de los Salinas. Creyó el poeta que estando entre falangistas estaba a salvo del zarpazo de la bestia. Y la bestia lo alcanzó. Desdeñó el hombre el peligro que le cernía confiando en su palabra y su juventud.
     Ignoro si en ese momento fue consciente de que era el fin, o si lo entendió en la húmeda oscuridad de un calabozo. Quizás seguía confiando en la posibilidad de la salvación de la mano de la legión de amigos que acumuló en una vida volcada en el amor al hombre, a la libertad. La vida que le dejaron vivir.

     Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
¡Mi amor humano! (1)

     Sí debió de ser consciente de ello tres días más tarde cuando, de madrugada, junto a Dióscoro, Francisco y Joaquín, lo bajaron a golpes de un camión y le hicieron avanzar por un paraje ocuro y silencioso. Cuando a su espalda, porque no había cojones para hacerlo de frente, sonaron los disparos de fusil que marcaron el punto final.
     Setenta y cinco años hace. Y aquellos disparos dejaron un eco suelto que aún hoy busca un rincón en el que morir para acallar la vergüenza de su voz.
     Tiempos complicados fueron aquellos. Las heridas abiertas aún no han terminado de cicatrizar. Seguirán sangrando en el silencio de las cunetas, los parajes solitarios y los muros de cementerio en los que los muertos esperan la llegada de los vivos que aún los recuerden. Ya ni siquiera sueñan con la justicia. Recuerdo, sólo claman por el recuerdo. Que el olvido no los vuelva a matar una segunda y definitiva vez.
     Setenta y cinco años hace que a Federico García Lorca lo arrancaron a la fuerza de las manos de sus amigos. Lo mataron.
     Pero hoy su voz sigue viva y recordada en el mundo entero. Querida. Hoy su nombre sigue vivo y presente entre nosotros. Del de sus asesinos casi nadie se acuerda.

(1) De Poema doble del lago Edem, de Poeta en Nueva York.

2 comentarios:

  1. Entrañable recuerdo.
    Una muerte pequeña porque no consiguió llevarse al hombre, que quedó entre nosotros fundido en sus palabras.
    Que tengas un buen fin de semana. Saludos

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  2. El poeta de mi madre,y de tanto ver sus libros por casa, el mio tambien... besos querido amigo

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