viernes, 12 de agosto de 2011

Más madera

Ellos, ellos nos traen una cadena
de cárceles, miserias y atropellos.
(Miguel Hernández)
     Menudo salto de alegría di cuando oí la noticia en la radio hace un par de días. Ante los disturbios registrados esta semana en Londres y alrededores, el alcalde de la ciudad hizo un llamamiento al gobierno para que se replanteara su política de recortes. La manifestación de la exultación que me subió a la garganta se vio truncada, empero, cuando el texto de la crónica concluyó. Lo que el regidor pedía era que se diera marcha atrás a los recortes previstos en las plantillas de la policía. Más policía, en definitiva. Ante los graves desórdenes desatados en los barrios pobres y marginales del área de Londres, lo único que el señor alcalde solicita es más madera. De ahí nace mi decepción.
    Cierto es que el estallido violento del que somos testigos es eso, demasiado violento e irracional. No acabo de entender que quien protesta por la situación social que vivimos (no olvidemos que el gobierno de David Cameron decretó, nada más llegar al poder, el mayor recorte del gasto público desde la Segunda Guerra Mundial en el Reino Unido) considere entrar a saco en una tienda de muebles, o en la casa de un vecino, tal vez tan humilde o más que el allanador pirómano, para pegarle fuego a todo el edificio con cócteles molotov, un medio para exigir cambios sociales y avances democráticos. Lamento que esa virulencia, con muertes incluidas, eclipse y deje sin sentido las razones más que legítimas que hoy existen, en Inglaterra y en el resto de la Europa de los derechos amenazados, para expresar el hartazgo, la rabia y la frustración de gran parte de la población. Y hay quien se escandaliza del Movimiento 15-M por sus formas.
    Pero lo fácil es pedir más policía. No se plantea el mandatario munícipe las razones que subyacen en el origen del conflicto. Ni siquiera se plantea qué falla en la estructura social inglesa para que, cuando salta la chispa, encuentre siempre en ese país material altamente inflamable en el que prender. Nada de autocrítica. Ante los disturbios, la solución es la ciega represión. Más policía.
    Para terminar de rizar el rizo, el primer ministro inglés, David Cameron, abogó ayer por que, en determinadas circunstancias, los gobiernos puedan disponer de los instrumentos legislativos necesarios que les permitan limitar y censurar el uso de las redes sociales de las que los movimientos ciudadanos se valen para coordinar sus acciones y convocatorias. Sería una forma actualizada al siglo XXI de hacer buena la táctica de matar al mensajero cuando no me gusta el mensaje.
    Nuestro mundo actual vive momentos convulsos. Algunos países musulmanes están llevando a cabo sus particulares revoluciones para reclamar cambios democráticos en sus sistemas políticos. Muchos países europeos están inmersos en una dinámica de manifestaciones, huelgas generales y protestas ciudadanas que ponen en la picota las limitaciones democráticas de una organización social en la que cada día es más claro y evidente que quienes toman las decisiones de profundo calado no son ni las personas ni las instituciones elegidas de forma democrática, sino unos mercados financieros que se autoorganizan y se autoregulan, al margen del poder político (y contra él, si se ha de dar el caso), sin rendir cuentas a nadie, salvo a sus balances económicos. En Chile también se empieza a respirar ese aire enrarecido de las reivindicaciones que pretenden llegar más allá. Mucho más allá de lo que los gobiernos están dispuestos a llegar. Incluso en Israel está naciendo un movimiento contestatario que exige repensar los pilares en los que se apoyó la fundación de aquel estado. ¿Lo harán desde el respeto absoluto al estado palestino? Quiero soñar que sí. Y la mecha sigue ardiendo, extendiéndose.
    La alternativa de los gobiernos no puede ser más policía, más censura y mayores recortes de derechos. Las soluciones fascistas nacidas de la negación no me parecen las más acertadas en estos tiempos. Ni en estos ni en ninguno otro. Las soluciones fascistas no ayudan a superar estos problemas y enmendar los errores del sistema. Las soluciones fascistas sólo abundan en ellos y nos acercan a las nuevas formas que está adoptando el fascismo en estos días, un fascismo remozado que pretende encantar con sonrisa renovada. Como a mediados del siglo pasado, creo de verdad que corremos el riesgo cierto de cometer la imprudencia de acercarnos demasiado a la bestia, que sigue ahí, esperando su oportunidad. Coquetear con ella es hacerle el juego y facilitarle el camino. Espero que seamos capaces de verlo antes de que sea demasiado tarde. Pero hay días que lo dudo. Y éste es uno de ellos.

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