jueves, 4 de agosto de 2011

Webcam de la Puerta del Sol, en Madrid

     Esta es la imagen que sale en todas las webcams de la Puerta del Sol, en Madrid.
     Por más que busco en internet, no hay forma de encontrar una que esté funcionando y transmitiendo las imágenes de lo que ahora mismo está ocurriendo en el centro de la capital.
     Cuando comenzó la acampada del 15-M, hace un par de meses, me pasó lo mismo. Intenté contactar con alguna webcam de la zona para ver en directo lo que ocurría. La imagen que acompaña esta entrada me salía por todas partes. En esos días, alguien me envió por correo un enlace a una webcam que sí estaba emitiendo. Hasta tenía audio, no de alta calidad pero se palpaba el ambiente asambleario y esperanzador que había en la plaza. Era una webcam habilitada por los propios acampados, fuera del control de las administraciones que hoy mantienen ciegas esas cámaras (comunidad de Madrid, ayuntamiendo de Madrid, dirección general de Tráfico y, por ende, administración del estado). Hoy esa cámara tampoco está activa.
     Geroge Orwell nos presentó en su novela 1984 la figura omnipresente del Gran Hermano, o el Hermano Mayor. Seguro que muchos de ustedes conocen la inquietante historia. Una película del libro también se hizo. Cuando la leí, hace muchos años, no imaginé que iba a vivir el nacimiento del verdadero Gran Hermano. En los tiempos que vivimos, las cámaras nos vigilan desde todos los ángulos posibles. En la calle, en establecimientos públicos, centros comerciales, centros de trabajo... Cada vez que sacamos dinero de un cajero, nuestra imagen queda registrada en un vídeo. Cada vez que entramos en una ciudad, nuestro coche y su matrícula son registrados por las cámaras. Cada vez que accedemos a un parking público, lo primero que nos dice el expendedor del ticket es "Leyendo la matrícula. Por favor, espere", y una cámara nos mira con su cara de Polifemo. Hemos aprendido a vivir con ello, confiando en que se cumplan las normas que dictaminan que las imágenes no se guardan más allá de un tiempo prudencial y que luego son destruidas, que no serán usadas más que por cuestiones de seguridad. Pero nos vigilan. Constamente somos escrutados en nuestros comportamientos en la vía pública. Y me preocupa que hayamos depositado en las adminsitraciones, en pro de la seguridad, una parcela tan grande de nuestra intimidad. Se ha empezado por ese trozo enorme de nuestras vidas privadas. La cosa evoluciona, cambia, va más allá. ¿Hasta dónde llegará la cesión de nosotros mismos con el argumento de garantizar la seguridad común? A veces me pregunto si la cosa no fue al revés. Primero llegaron las cámaras con la intención de controlar cada vez más y luego vino el argumento de la seguridad para evitar el mosqueo del personal. En cualquier caso, el Gran Hermano ya está aquí.
    Y por su vocación de permanencia, por su afán de ir cada vez más allá, es mayormente indignante que esa vigilancia global, cuando se vuelve contra el que vigila, sea desconectada sin ningún tipo de escrúpulos. Imaginen una asociación de vecinos que decide presentar una denuncia ante un ayuntamiento cualquiera para que desconecten una cámara de vigilancia instalada en una esquina por considerar que viola la intimidad de los viandantes. La administración argumentará fervientemente en contra de su desconexión. Se llegará a juicio. La administración seguirá empeñada en que la cámara es necesaria para velar por la seguridad de todos y, además, la ley está de su lado (porque lo está). El juez fallará que sí, que la cámara se queda. Y durante todo ese proceso, de tres años mínimo, la cámara ha seguido acumulando horas, días, semanas y meses de grabación. Nunca fue desconectada. Ahora imaginen que en esa misma esquina se decide organizar una acampada antisistema, una manifestación que reivindica mayores cotas de democracia y participación ciudadana, una movilización popular de trascendencia. La cámara se desconecta con un simple clic y santas pascuas. De repente el recurso de la seguridad ciudadana ya no vale, ha desaparecido como por arte de magia. Se ha esfumado. Ya no vale que la ley esté a favor de instalar ese tipo de cámaras. El Gran Hermano se siente amenazado por ella y la desconecta sin tapujos ni vergüenza de forma inmediata. Que nadie vea lo que está pasando.
     ¿Les suena de algo? En mis tiempos, eso siempre se llamó censura. Y censura es lo que hacen las administraciones con las cámaras conectadas a internet de la Puerta del Sol. Y me indigna que se actúe de esa manera en un estado supuestamente social y democrático de derecho en el que todos tenemos derecho a la información veraz. Se están violentando nuestros derechos y nadie dice nada. Y esos sinvergüenzas siguen en sus despachos, al frente de las competencias que les han sido encomendadas sin que se les ponga colorada la jeta por su forma de actuar.
     Un motivo más para estar indignados. Uno más.
     Un ejemplo de que este sistema no está montado pensando en nosotros, nuestros derechos y nuestro bienestar. No se lleven a engaño. El sistema está ideado para su propia pervivencia aun en contra nuestra y de nuestros derechos. Ahí tienen una prueba, por si tenían alguna duda.
     Cabrones.

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