viernes, 18 de junio de 2010

Homosexual (segunda parte)

   El pasado 16 de junio, un anónimo visitante del blog (o anónima visitante) me dejó un comentario a la entrada Homosexual, publicada el día 3 de junio.
   Pude haber contestado al, o a la, visitante con otro comentario a la entrada, pero he preferido hacerlo de esta forma porque me parece que lo que plantea la crítica que se me hace es de sumo interés.
  Se me pide que conteste a la pregunta de qué significa ser del mismo sexo, pues “homosexuales y lesbianas no son, ni tienen que ser gracias a Dios, en puridad modelos de lo considerado socialmente como masculino o femenino con total exactitud”, al tiempo que plantea que siendo los seres humanos tan diferentes entre sí, ¿de qué sirve entonces esa manía de poner etiquetas? “El concepto de respeto por nuestros semejantes debería incluir el de no etiquetar a nadie para permitir una sociedad más libres, feliz y plena, o algo así”, concluye el comentario.
   Estimado amigo, estimada amiga, tienes toda la razón.
   Mi intención cuando publiqué la entrada en cuestión no iba (ni va) más allá de aclarar una cuestión meramente conceptual. Mucha gente me recriminó que llamara homosexual a las lesbianas, y simplemente intenté explicar, con los razonamientos que expuse, que el concepto de homosexual no excluye a las mujeres. Hasta ahí quería llegar. No más allá.
   Pero si queremos dar un paso más y entramos de lleno en lo que tú planteas, es verdad que, en última instancia, no sirve de nada etiquetar a las personas porque no se define así nada acerca de ellas.
   Somos unos seis mil quinientos millones de personas en el planeta en la actualidad. Si quisiéramos etiquetar ese universo de peculiaridades y distinciones, llegaríamos a la conclusión de que debemos crear seis mil quinientas millones de etiquetas para ser fieles a la realidad. Porque no hay dos personas iguales por mucho que busquemos. No hay dos homosexuales iguales, como no hay dos heterosexuales iguales. No hay dos mujeres iguales, como no hay dos hombres iguales. No hay dos rubios iguales, ni dos gordos iguales, ni dos africanas iguales, ni dos europeas iguales, ni dos racistas iguales, ni dos personas solidarias iguales… No hay dos personas iguales. No hay dos seres humanos iguales.
   Llegados a este punto, concluimos que de las muchas cosas inútiles en las que las personas nos entretenemos, la de poner etiquetas a los demás no sirve más que para simplificar la existencia del otro, para reducirlo, y con ello faltarle al respeto al que tiene derecho como ser humano.
   Tienes razón, estimado amigo, estimada amiga. Las etiquetas ni nos hacen más libres, ni nos hacen más felices.
   Gracias por tu aportación.

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