domingo, 9 de octubre de 2011

"El fuego de bronce", de Jesús Villanueva Jiménez

    Acabo de leer El fuego de bronce, novela de Jesús Villanueva Jiménez, editado por LIBROSLIBRES. Quiere ser la obra una relato histórico basado en el ataque de la escuadra inglesa comandada por Nelson a Santa Cruz de Tenerife el 25 de julio de 1797. Compré el libro al poco tiempo de llegar a las librerías por cuanto el ataque de Nelson al pueblo chicharrero siempre me ha parecido que tiene su novela, y el proyecto ha dormido en la gaveta de mis intenciones literarias durante unos cuantos años. Varias han sido las obras que, a cuenta de la batalla, han visto la luz en la última década. De hecho, tanto se ha escrito a cuenta del tema que casi he decidido abandonar el proyecto de novelar ese hecho y dedicar mis esfuerzos, cuando me ponga a ello, a las otras ideas que tengo.
    Para decirlo en pocas palabras, el libro no me ha gustado. Cierto que tiene algunos méritos que he de destacar, pero la forma en la que el autor aborda la trama, fiel hasta el peloteo a los volúmenes de la historia oficial del acontecimiento, hacen de él un supuesto ejercicio de virtuosismo en el que Villanueva Jiménez no deja de pavonearse ante el lector en cada página. Mira cuánto sé del tema, estoy hecho un fiera, parece querer decirnos en cada pasaje. Y fue cuando llegué al punto final que entendí las intenciones del autor, al leer su nota de agradecimientos. En ella dice el escritor que una novela histórica no es un ensayo, pero sí conlleva el compromiso del autor de ceñirse con fidelidad a los hechos. En este punto, yo niego la mayor. Entiendo por novela histórica aquella que se basa en acontecimientos documentados por la historiografía, pero a través de los cuales el escritor elabora una ficción, sin olvidar nunca que lo que hace es escribir una novela y, por ende, una obra de ficción. En esto discrepa abiertamente Villanueva Jiménez conmigo sin duda, pues su obra se ciñe escrupulosamente al relato oficial de la Tertulia de Amigos del 25 de julio, institución que no admite más que su verdad acerca del hecho. Así pues, en el libro, el general Gutiérrez es ese militar legendario que se nos ha impuesto, los altos mandos militares que participaron en la defensa de Santa Cruz no tienen tacha ni mácula (son personas y militares perfectos), las milicias populares estaban formadas por un hatajo de cobardes que huyeron en su mayoría al primer grito de we are here!, y el cañón El Tigre es un héroe pagado de sí mismo. Personalmente, por lo que he leído y reflexionado en torno al hecho, y admitiendo que, en líneas generales, la historia oficial no deja de tener sus razones y verdades, creo que el devenir de la batalla estuvo más bien determinado por la enorme chapuza de unos ingleses que planearon el ataque a la isla con el culo más que con el ingenio militar del que hacían gala en la época. De haber hecho Jervis y Nelson los planes con un poco más de cabeza y un mucho menos de prepotencia y autocomplacencia, las cosas habrían salido de forma muy diferente para los canarios. Es por ello que, más que gesta, siempre he considerado el 25 de julio como una descomunal metedura de pata inglesa. A big mistake.
    Pero al abordar algunos aspectos literarios de la obra, me temo que he de dejar constancia de que el sr. Villanueva es de los escritores que trabajan convencido de que los lectores somos bobos de remate que necesitamos de su tutela paternal a lo largo de la trama y sus personajes. Así, cada vez que en el libro entra en escena un personaje secundario, el escritor nos repite una y otra vez, no sea que nos despistemos, los mismos datos que ya sabemos de él por haberlo repetido infinidad de veces. Si es Manuel, se nos reitera que es el asturiano, soldado del batallón y amigo de Juan Diego; si es Antonio Miguel, que es el de Teror; si es Melquíades, que es el herrero (y mira que con éste y sus parientes lo pone fácil el escritor, pues Melquíades es el abuelo, Melquíades el padre y Melquíades el hijo pequeño), y si son José y su hijo Ángel Luis, que son los pescadores. El libro tiene 715 páginas, y a lo largo de todas ellas tiene la deferencia el autor de hacer hincapié machaconamente en quién es quién cada  vez que lo trae a colación. Llega un momento en que uno alza la voz y grita que sí, tío, que ya sé quién es, y si me pierdo (que todo puede ser) pues yo solito sabré dar marcha atrás para recordar de quién me hablas, suéltame ya. Una pesadez, vamos.
    Además, el texto tiene faltas de ortografía, y una de ellas recurrente. El autor desconoce por completo la diferencia entre las palabras “quien” y “quién”, y como no tiene claro cuándo va una y cuándo la otra, ha optado por usar sólo la que lleva tilde diacrítica. De esta forma, en ocasiones acierta, el tío.
    Pero dije que la obra tiene sus luces, y con ellas quiero terminar. La principal es que al autor ha sabido encajar en la historia oficial de la batalla una trama de amistad, amor, camaradería y, casi al final, una intriga de ricos contra pobres que merecía algo más. De hecho, creo que hubiera sido más interesante convertir ese relato de bajas pasiones y venganzas en el meollo del argumento y dejar el 25 de julio como el marco pespunteado en el cual se desarrollan esas otras historias. Y los diálogos. Tiene algunos el libro que arrancan una sonrisa al lector y le hacen encariñarse con algunos de los personajes. Más si quien lee es canario (quien sin tilde, amigo Villanueva).
    Habrá quien me reproche que, al menos, Jesús Villanueva Jiménez se ha currado un tocho de más de setecientas páginas, y yo no paso de los textos de este blog. Cierto es, no digo que no. Y por ello me merece todos los respetos. Pero como la palabra es libre, y este blog es mío, puedo concluir que El fuego de bronce es un libro al que le faltan unos cuantos hervores y al que han forzado a ver la luz cuando aún no estaba terminado. Por lo tanto, un libro prescindible. Yo aviso.

2 comentarios:

  1. La sobre-explotación que está teniendo el género de la novela histórica está llevando a que cualquiera se crea capaz de escribir una, y las librerías están jnhundadas de títulos. Es peor aún cuando algunos llegan a creerse "historiadores narrativos" como parece ser este caso; o periodistas que se han autoproclamado como historiadores (caso P.J.).
    La historia sigue siendo un tema en el que todo el mundo tiene una opinión y además creen que es cierta. Pero si además, ni siquiera vale la pena como texto literario, la sensación de estafa no puede evitarse, ¿no?
    Hay muchos libros buenos esperando a ser leídos....

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  2. A mí, la novela histórica no me desagrada de entrada. Me parece que hay algunas de ellas que son muy buenas, sobre todo las escritas por autores que conocen el oficio de escritor y en él se empeñan, que no pretenden escribir un libro de historia sino una ficción basada en un hecho documentado. No creo que éste sea el caso. La Historia es lo que tiene, que mucha gente se cree con el derecho de arrogarse el título de historiador cuando tan sólo se han documentado más o menos profundamente sobre un o unos pocos hechos históricos. Además, no sé si tú, como historiador, eres consciente de lo que ocurre en Tenerife en torno a la batalla del 25 de julio, la tan manida "gesta". Por allí, mucha gente con tiempo libre ha buceado en los documentos históricos y se presenta ante el público como historiadores por el mero hecho de haberse empapado las relaciones de la época escritas por quienes intervinieron en el ataque o lo vivieron de primera mano. Pero a esos mismos historiadores les preguntas por los Tartesos y te responden que son los habitantes del planeta Tartia, en la constelación de Andrómeda. Y para más inri, existen rumores y denuncias que se silencian desde el ayuntamiento, desde el Museo Militar y desde la Tertulia de Amigos del 25 de julio en torno a la existencia de algunas relaciones y/o estudios históricos que ofrecen una versión distinta sobre algunos pasajes del acontecimiento. En concreto, algo le pasó al general Gutiérrez en el comienzo del ataque, en el espigón del muelle, que no se quiere que se sepa. ¿Le dio un ataque de pánico? ¿Le dio un amago de infarto? Algo pasó, pero cada vez que alguien pretende ahondar en el tema, sus conclusiones son inmediatamente silenciadas desde la historia oficial. Y luego está el papel de las milicias populares y de la gente llana del pueblo, cuyo protagonismo se pretende poner en segundo término para realzar la figura del Batallón de Infantería y su participación desiciva en la victoria. Victoria, además, que se achaca en exclusividad al papel del ejército (en algunos casos, a la labor subalterna de las milicias) sin entrar a valorar en su justa medida la responsabilidad inglesa en su derrota, al planificar el ataque desde la prepotencia y dando por sentada la victoria.
    El caso es que mucho se ha escrito sobre todo esto por personas que se autoproclaman historiadores y no lo son. Lástima que contra ellos nada se pueda hacer, como cuando alguien se proclama abogado sin serlo, en cuyo caso sí que puede ser castigado.
    Un saludo.

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