domingo, 23 de octubre de 2011

¿Cómo era? ¿Contra Franco o contra ETA que vivíamos mejor?

    En 1994 la humanidad asistió casi sin importarle un carajo, mirando a otro lado, la que quizás haya sido una de las mayores catástrofes humanitarias en el siglo XX después de la segunda guerra mundial. Me refiero al intento de exterminio total de la etnia tutsi por parte de los hutus en Ruanda. No fue aquella una guerra al uso, no. Los bandos el liza no se alineaban uno frente al otro en el campo de batalla para arrearse mutuamente con balas trazadoras que van y obuses del 75 que vienen (¿existen los obuses del 75?). No se apuntaban y disparaban con artillería pesada para batir las posiciones enemigas. No se apostaron antiaéreos para hacer la vida imposible a la aviación del otro. Y no hubo aviones que dejaran caer sobre la población bombas de racimo que causaran el mayor daño posible, a combatientes o no. No pusieron los hutus coches bombas para hacerlos explotar al paso de una familia tutsi; ni un tutsi se acercó por detrás a un hutu para descerrajarle un tiro en la nuca con una nueve milímetros parabellum. O con un AK-47, que para el caso da igual. No fue la impresionante industria armamentística mundial la que sacó grandes beneficios de aquel enfrentamiento, como suele. No. Más bien fueron los herreros los que sacaron pasta. Porque aquel enfrentamiento se desarrolló a golpe de machete, con escasos tiros (que haberlo, los hubo también). Cuadrillas de hutus exaltados y hasta el culo de alcohol se colaban en los pueblos y aldeas tutsis para pasearse por sus calles asestando machetazos en las cabezas de cuantas personas se les cruzaban por delante. Asaltaban las casas para violar, mutilar y asesinar de forma salvaje a las mujeres. Habrá quien recuerde aquellas fotos de la época de mujeres muertas o a punto de morir a las que arrancaron los pechos con el filo de los machetes, y hasta a mordiscos, mientras las violaban entre tres, cuatro o cinco guerrilleros de la etnia contraria. Un millón de muertos o más. Un infierno encarnado en la tierra. Y la comunidad internacional apartaba la vista, como no queriendo darse por enterada. Y una ONU que empezaba a dar muestras de sus intrínsecas contradicciones e incapacidades. Un millón de muertos. Un espeluznante horror.
    Años después de aquello, en el suplemento del fin de semana del diario EL PAÍS, leí un reportaje de una especie de campo de reconciliación, o algo así, en Ruanda en el que hutus y tutsis convivían y aprendían a superar juntos aquella pesadilla. Cada uno contaba su historia tal y como la había vivido. Unos habían sido verdugos y otros víctimas. Pero se abrazaban llorando y se perdonaban mutuamente las salvajadas cometidas. Aprendían a mirar al futuro y a superar los profundos traumas que el enfrentamiento les había dejado. Confesaré que leí aquel reportaje con la piel erizada, y sólo al llegar al final caí en la cuenta de que por mis mejillas también resbalaban lágrimas de emoción. No recuerdo un reportaje periodístico que provocara en mí un mayor impacto, y he leído muchos.
    Me pasé la tarde de ayer escarbando en el archivo de la web del diario intentando dar con ese reportaje para traerlo a esta entrada en el blog. Pero no lo conseguí. No recuerdo ni la fecha ni el nombre del autor o autora ni el titular. Sí sé que me impresionó tanto que lo guardé en casa, así que por algún lado debo de tenerlo, si es que en alguna de las mudanzas que he hecho desde entonces no acabó traspapelado y perdido. Como escribo desde Las Palmas, y hasta el viernes no regresaré a Tenerife, no veo la forma de dar con él; pero en cuanto vuelva, si lo encuentro, prometo dejar constancia aquí de aquella experiencia.
    El caso es que me ha venido al recuerdo ese reportaje desde que se hizo público el comunicado de ETA en el que anuncia, con sus palabras, el cese definitivo de la lucha armada. Son muchas las voces que se han alzado para felicitarse por el fin del terrorismo de ETA, cada cual achacándolo a lo que quiera, me da igual. Pero no son menos las voces indignadas que parecen negarse a aceptar el paso dado por la banda. Mentiroso, hipócrita o manipulador son algunos de los epítetos que le dedican al comunicado. Ya nos engañaron antes y lo están haciendo de nuevo, dicen, pasando por alto el hecho de que, hasta ahora, ETA nunca había dicho que cesa definitivamente en el uso de la lucha armada para dar paso al diálogo. Y qué quieren que les diga. Me da la impresión de que esa gente se descubre incómoda en un mundo en el que ETA ya no está. Es como si contra ETA vivieran mejor, como si en la lucha antiterrorista encontraran un sentido a la vida que a mí se me escapa en mi humilde forma de pensar. Increíble. Y como esta gente se ve en la necesidad de encontrar argumentos que sostengan su postura, ahora vienen con exigencias que no son de recibo. Y surge el tema del perdón. Tienen que pedir perdón, exigen. Y para qué, me pregunto. ¿Para recibirlos en casa? Si no se trata de eso. Pero en el caso de que ETA hiciera un nuevo comunicado en el que pidiera perdón, barrunto que se iría más allá y se les exigiría algo nuevo. Y no, no puedo estar de acuerdo con que las reglas del juego se cambien constantemente para impedir la superación del conflicto. Hasta ahora lo que se ha exigido al mundo abertzale es que condene la violencia, y a ETA, en particular, que abandone las armas. Bien, pues en los últimos meses esa izquierda ha dicho más de una vez que condena el uso de la violencia como una forma de imponer ideas políticas. De hecho, estoy convencido de que ha sido una de las variables que la banda ha tenido en cuenta a la hora de adoptar la decisión de abandonar la lucha armada.
    A cuenta de esto del perdón se me ocurren unas reflexiones que quisiera compartir. En primer lugar, el perdón no se exige, se da. Da igual que se solicite o no. Si alguien quiere perdonar, perdona. No entiendo que el ejercicio de los principios por parte de alguien dependa de que un tercero ejercite los suyos. Si tú me das, yo te doy. ¿Qué gracia tiene entonces el asunto? Creo que los principios manifiestan su verdadera naturaleza cuando se sostienen aun cuando quien lo hace tiene que tragar por ello piedras de molino tan grandes como montañas. Ahí reside la autenticidad de los sentimientos. Además, quienes en estos días se desgañitan hablando del perdón en su mayoría hacen gala de ser buenos religiosos, buenos cristianos, buenos y fieles seguidores de Jesús. Lo he dicho más de una vez, no soy creyente, pero en épocas pasadas de mi vida lo fui y algo sé de la figura de Jesús. Como, por ejemplo, que él perdonó sin exigir que le pidieran perdón. Si mal no recuerdo, mientras el romano martillaba para clavarlo en la cruz por las muñecas, perdonó a quienes le hacían aquello. Y si mal no recuerdo también, en ningún sitio se dice que el romano, a golpe de martillo, le pidiera perdón por lo que estaba haciendo. Más bien se estaba descojonando. Pero Jesús perdonó y pidió a su dios el perdón para aquellos que lo mataban. Y ahora sus seguidores olvidan ese detalle y exigen una contraprestación para ejercitar esa virtud. En este mundo se mercadea con todo.
    Y esos que se niegan a aceptar el actual estado de la situación son en su mayoría, también, seguidores incondicionales de aquel presidente del gobierno que, como contraprestación al terrorismo, en sus negociaciones con ETA (porque negoció con ETA) hablaba del Movimiento Vasco de Liberación, que manda huevos. El mismo tipo que, siendo ya expresidente, haciendo ostentación de las copas de vino que se había tomado, con mirada vidriosa y voz apelmazada, se atrevió a reírse en público de las campañas de seguridad vial que intentan concienciar del peligro de conducir beodo. Un impresentable.
    Con todo, no quiero hacer desde aquí un llamamiento al perdón de los etarras porque sí. Pretendo sólo poner de manifiesto las contradicciones de ese discurso malintencionado. ETA ha dejado las armas. Alegrémosnos. Celebrémoslo. Sigamos adelante. Tenemos la experiencia de los polimilis. Dejaron las armas y se reinsertaron en la lucha política. Nadie les exigió perdón y ellos no lo pidieron de forma pública, pero en el día a día, a lo largo del tiempo, ese perdón se ha ido pidiendo y dando en las relaciones personales, en la intimidad, en las distancias cortas, allí donde cobra verdadero sentido.
    Queda mucho por hacer ahora. Habrá cosas que negociar y pasos que dar. Las víctimas deberán ser tenidas en cuenta, claro que sí. Nunca olvidarlas. Se les puede preguntar y pedir opiniones, por supuesto. Pero no pueden ser un interlocutor en las conversaciones y negociaciones que se avecinan. No pueden dirigir el proceso que se abre estos días. Lo siento, pero no.
    El recuerdo de aquellos hutus y tutsis que se reunieron años después del intento de genocidio para abrazarse se me hace cada vez más presente en estos días. El que quiera perdonar, que lo haga. El que no, que no lo haga. Cada cual que arrastre su cruz. Pero ETA ha abandonado las armas. Una cerveza a mi salud. Y a la de ustedes. Chin chin.

6 comentarios:

  1. Es que con ETA, como con Franco, se vivía mejor... y no llovía en verano.

    http://www.elpais.com/articulo/portada/Africa/nombre/mujer/elpepusoceps/20060611elpepspor_1/Tes

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  2. la reconciliación es una actitud difícil de gestionar. Da la sensación de que un sector de la población se mueve entre el revanchismo y la desconfianza. Ninguna de esas dos opciones parece que pueda ayudar en lo que toca hacer a partir de ahora. Porque todavía no se ha acabado, ha empezado una nueva etapa que hay que saber gestionar.

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  3. Si nos vamos a agarrar de un manifiesto de hipocresía social que se llama perdón, mal andamos. Los padres aceptarán, porque no les queda otra, que les mataron a sus hijos y las mujeres que se quedaron viudas, y seguiran p'alante, tratando de vivir en paz. Los sentimientos no se exigen, pero sí el derecho a la vida y a la paz. Quizás llegó (por fin) la hora de trazar un camino por el que todos puedan (podamos) caminar.
    Saludos

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  4. Sí que llovía, Luisi, pero a veces se nos olvidan algunas cosas. El enlace que dejaste es de un artículo muy bueno, pero no el que buscaba. Si lo encuentro en casa lo colgaré en el blog. Un saludo.

    De eso, de revanchismo y desconfianza es de lo que hablo en el artículo, Israel. Y lo que queda por delante habrá que saber gestionarlo para que el proceso llegue al buen puerto que se merece. Me da miedo pensar que quienes lo van a gestionar quizás no sean los más indicados para ello. El tiempo nos dirá si tenemos o no razón. Un abrazo.

    Ese seguir pa'lante, Malú, es la vida misma. A veces con una pesada carga de intenso dolor. Pero lo importante son las perspectivas que ahora se abren, el horizonte anhelado que por fin tenemos delante. Un abrazo, amiga.

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  5. Ese camino Ángel que comienza sera duro y estoy segura que quienes lo van a gestionar no sabrán hacerlo y sobre todo no es justo para todas las victimas, solo ha sido una desesperada estrategia politica para las proximas elecciones que solo espero no confunda al pueblo.

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  6. Sí que será duro, pero hay que recorrerlo, amiga Orquídea. Con mucho cuidado, pero hay que hacerlo. Por eso expreso mi preocupación de que quienes se encargarán de ello no me ofrecen muchas garantías. Sólo espero que esto que comienza ahora no se vaya al garete por las incapacidades de los gestores del proceso. Tanto de una parte como de la otra. Confiemos al menos en que todo llegará a buen puerto. Un abrazo.

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