sábado, 23 de julio de 2011

La primera vez

Nota previa:

    No soy amigo de dar explicaciones sobre un texto. Prefiero que el lector se enfrente a él y lo juzgue sin más. Si le gusta, bien. Y si no, también. En todo caso, siempre me ha gustado que me hagan tanto las críticas buenas, de las que casi nunca se aprende nada, como las malas, de las que intento sacar alguna enseñanza aunque no siempre lo consigo. Pero en este caso sí quiero decir algo al respecto de cómo surgió la idea de la entrada que a continuación cuelgo. El periódico El País publica estos meses de estío un suplemento diario llamado Revista de Verano. Una de las secciones de esa revista es “mi primera vez”, en la que escritores variopintos escriben un relato corto a cuenta de eso, “mi primera vez”. Leo ese periódico casi todos los días, y disfruto mucho de la lectura de esa sección.
    En estas semanas pasadas, cuando llevaba leídos algunos de esos relatos, se me ocurrió un día que si El País me encargara escribir para esa sección (soñar es gratis) escribiría un texto plagado de primeras veces. Muchas primeras veces. Y como una cosa lleva a la otra, un relato empezó a cocinarse en mi cabeza.
    Hoy, al salir del trabajo, decidí parar a comer en La laguna. Compré el periódico y me metí en mi pizzería favorita a la que hacía muchísimo tiempo que no visitaba (La Traba, calle San Juan de La Laguna). Mientras comía, leía el periódico. Al llegar a la Revista de Verano ya iba por el cortado. Terminé, pagué la cuenta y salí. El coche lo tenía casi en la puerta del establecimiento, así que decidí apoyarme un momento en la pared a fumarme el cigarrito de después (de después de comer, no sean mal pensados) y a leer el relato del día. En esta ocasión era Rosa Montero la autora. Como no podía ser menos, tratándose de quien se trata, el relato es muy bueno. Si quieren leerlo, aquí. Y está plagado de primeras veces. Muchas primeras veces.
    Si alguien me vio en aquel momento, seguro que pensó que ando un poco escaso de seso, o que en lugar de leer El País estaba leyendo El Jueves, la revista que sale los miércoles. Imagínenme apoyado en la pared, con un cigarro entre los labios y riéndome ostensiblemente yo solo con el periódico abierto en las manos. Rosa Montero se me adelantó, pensé. Porque su relato está lleno de primeras veces, muchas primeras veces, y se desenvuelve en una relación de pareja, igual que el que bullía en mi cabeza. Y bueno, para ella el tanto. Sí, lo sé, aunque lo hubiera escrito yo antes, el tanto siempre sería para ella, que para eso ha escrito lo que ha escrito y yo sólo lo que leen en este blog y poco más. Repito, soñar es gratis. Así que decidí olvidar mi relato y arrojarlo a la sima del olvido.
    Entré en el coche, arranqué y puse rumbo a casa dándole vueltas en la cabeza a las primeras veces de Rosa Montero. Y mientras iba carretera adelante, mi relato, a pesar de la decisión de matarlo antes de nacer, siguió tomando forma empeñado en agotar todas sus probabilidades de supervivencia. Y reconozco que ganó la batalla. Cuando ya casi llegaba, cambié de opinión y decidí escribirlo.
    Y aquí está. Recién salido del horno. Por favor, que nadie lo compare con el de Rosa Montero, que mi autoestima no da para eso. Decido escribir esta nota previa para dejar claro, ante quien haya podido leer el de la escritora antes que el mío, que no me surgió la idea a raíz de leer el otro, que la idea ya rondaba en mi cabeza desde hace unos cuantos días. Y, qué coño, me pareció divertido sentarme a escribirlo después de leer a doña Rosa.
    Sin más pretensiones, ahí va.


La primera vez
    La primera vez que la vi, ni siquiera la vi. Me lo contó ella cuando ya habíamos intimado. Una tarde, caminando por la plaza de la catedral, pasé por delante del banco en el que ella estaba sentada. Según me dijo, la miré a los ojos durante un segundo, pero el encuentro no quedó registrado en mi memoria, pues juro que no lo recuerdo. Según confesó en aquella conversación, ella me espió discretamente levantado apenas la vista del libro que estaba leyendo mientras yo me alejaba y desaparecía al doblar una esquina.
    La que sí recuerdo fue la primera vez que hablamos. Nuestras cabezas tropezaron cuando buscábamos un libro en uno de los estantes bajos de una librería. Perdón, le dije. Y ella me sonrió echándose con gracia una mano a la frente. Salimos juntos con nuestras respectivas compras bajo el brazo y tomamos un cortado sentados en la terraza de una cafetería cercana. Fue nuestra primera cita. También fue la primera vez que hablamos de literatura. A ella le apasionaba la francesa del siglo XIX: Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo, Flaubert, Gérard de Nerval; y babeaba con Rimbaud. Yo nunca he tenido un gusto definido en esto de la lectura. Me gusta cualquier cosa que me enganche, sea del siglo que sea. Y del país que sea. Quizás prefiero un poco más la literatura en castellano.
    La primera vez que vino a casa se quedó prendada de las vistas al mar. En la terraza quiso hacer el amor conmigo por primera vez. Aunque no fue aquella la primera vez que pasó la noche en casa. Se marchó después de cenar porque, dijo, no quería ir demasiado deprisa y le gustaba disfrutar del placer de sentirme añoranza. Creo que no llegué a entenderla del todo, pero no le di demasiada importancia. Siempre me ha gustado dormir solo.
    La primera vez que celebramos un aniversario de nuestra relación fue también la primera vez que viajamos juntos. Se empeñó en que conociera París, ciudad a la que acudía en cuanto se le presentaba la ocasión. Fue una primera visita inolvidable. Se pasó todo el tiempo narrándome historias acaecidas en cada calle, en cada esquina, en cada plaza; y soy incapaz de acordarme de la cantidad de escritores, poetas y dramaturgos que hicieron de París el escenario de sus historias. De todos y cada uno de ellos me contó sus vidas, sus amores y sus miserias. De vuelta a casa conseguí relajarme y recuperar la respiración después del agobio y el estrés cultural, histórico y literario al que me sometió. Hasta hoy, nunca he vuelto.
    La primera vez que me dijo estoy aburrida no le hice mucho caso. Llevábamos cinco años juntos y pensaba que seríamos capaces de resistir las crisis propias de la madurez de una relación. Ella insistía en que la acompañara en sus frecuentes visitas a París, pero yo siempre encontraba razones que me excusaran. En esos cinco años viajamos a otros lugares. Siento una gran debilidad por los viajes a África, me apasiona ese continente, pero ella encontró aquellos países demasiado bulliciosos y no supo descubrir la magia de pasear por un mercado de Tombuctú o por el desierto del Namib.
    La primera vez que me dijo que se iba me asusté. Dos días después, de vuelta a casa del trabajo, la vi por primera vez con él. Caminaban hombro con hombro por la acera, ajenos a todo lo que bullía a su alrededor, y ella le dedicaba unas carcajadas a cada palabra que él le susurraba. Era lector de francés en la universidad, mucho más joven que ella (y que yo, claro) y supongo que la derretía en sus brazos recitando a Baudelaire en su lengua natal.
    La primera vez que pasó por casa para recoger sus cosas sentí por primera vez el vértigo ante el abismo de su ausencia. A aquella primera visita fugaz le siguieron otras hasta que terminó de llevarse todas las pertenencias que una vida en común había ido acumulando. Durante el proceso de separación sentí la opresión asfixiante de un vacío oscuro que se iba adueñando de mi vida, creciendo en mi interior con cada una de aquellas visitas. Las cosas mías que ella guardaba en su casa me las envió embaladas en una caja.
    La primera vez que comprendí que no volvería a verla, mis miedos me bombardearon con todas las primeras veces que nunca le di. Nunca le dije por primera vez te quiero. Nunca le dije por primera vez te necesito. Nunca le dije por primera vez te echo de menos. Nunca le dije por primera vez por qué no te vienes a vivir a casa, o por qué no me mudo a la tuya. Nunca le dije por primera vez por qué no tenemos un hijo. Nunca le dije por primera vez tengamos una primera y definitiva vez.

4 comentarios:

  1. Querido Miguel Ángel te felicito, me ha encantado, muy bonito este post, desde el primer párrafo me has dejado enganchada muakissssss feliz semana.

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  2. Es estupendo que una lectora diga que le enganchó un texto desde el primer párrafo. Me encanta que te haya gustado tanto, Orquídea. Y gracias por las felicitaciones. Gracias de mi parte... y de mi autoestima de escritor, a la que intento convencer que baje del tejado desde que leí tu comentario (está encaramada en la antena de la tele y verás cómo acaba por romperla, la muy jodía).
    Un abrazo fuerte, amiga.

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  3. Como siempre , no esperaba menos de ti , he sentido el dolor como mio, he sentido su marcha , los celos de verla con otro , esto ya me empieza a preocupar .
    Un beso y una flor
    La Bruja

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  4. Hola, Bruja. Gracias por el beso y la flor. Y por la confianza que desprenden tus palabras. No te preocupes, mujer. Me encanta que te haya gustado tanto. Te estás conviertiendo en una de mis grandes lectoras.
    Pásalo bonito en esas vacaciones bien merecidas. Ya me contarás qué tal te fue en ese barranco, o valle o montaña...
    Un beso para ti también

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