miércoles, 13 de julio de 2011

Facundo Cabral

Te quiero porque en ti comienzo y termino.
Te quiero porque nos encontramos y nos perdemos uno en el otro.
Digamos que te quiero con todos los que soy incluyéndome a mí mismo.
(Facundo Cabral y Alberto Cortez)



    Las noticias que nos llegan anuncian que murió. Dicen que era cantautor. Luchador incansable. Para mí fue siempre un poeta de la vida que acompañaba sus palabras con las notas de la guitarra que acariciaba con los dedos de su corazón. Cantaba, sí, para contar la vida, pues esa era su manera de andar, su manera de vivir y de luchar. Cantaba para conjurar la libertad que se empeñó en soñar para hacerla realidad.
    Murió Facundo Cabral el pasado sábado cuando aún no le tocaba. Me importa un carajo que las balas que nos lo arrancaron llevaran escrito su nombre o el de otro. Murió el sábado cuando hacía lo que siempre quiso, andar el mundo para extender su casa cada vez más allá. Era uno de los imprescindibles de Bertolt Brecht, de los de toda la vida, de los incansables, una de esas luces que nos marcan el rumbo con una sonrisa en el rostro. Por eso no quiero pensar que esa sonrisa, aquellas palabras, nuestras canciones y poemas, ya no existen.
    Murió Facundo Cabral el sábado porque sí. O porque no. Pero creer que ya no está es no haberlo sabido escuchar. No seas boludo, diría a quien crea que ya no está. Porque Facundo es ese fresco soplo animado que nos roza la mejilla cuando decimos te quiero. Ese gesto amistoso que nos empuja a salir del camino para descubrir nuevas veredas. Ese retazo de vida inmune a las balas que nos lleva cada atardecer a sumergirnos en un baño de luz para no distraernos de la vida que nos puebla.
    Murió Facundo Cabral. El sábado. Y no valen las distracciones.

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