martes, 19 de julio de 2011

La paja en el ojo ajeno



    Imagino que conocen aquello de la viga en el ojo propio y la paja en el del otro. Alude el dicho a la facilidad con la que algunos, o muchos, alcanzan a ver los defectos ajenos mientras arrastran por su vida un corolario de errores y defectos domésticos. Para ser metódico, creo que esos muchos pueden ser clasificados en dos grandes grupos. Si alguien tiene ganas y tiempo, seguro que encuentra otras divisiones y subdivisiones, pero yo no pretendo llegar tan lejos. Me basta con esas dos grandes clasificaciones. Por un lado, estarían los que de verdad no son conscientes de su viga y se pasan todo el santo día hurgando en las heridas de los demás para dejarlos en evidencia. Se trata de personas de corto calado moral, de bajo perfil, con las que sería mejor no cruzarse. Junto a éstas, encuentro aquellos otros individuos que son plenamente conscientes de lo que tienen en su ojo y utilizan el mecanismo de señalar los errores ajenos para agrandar su viga y fortalecerla. Incluso llegando al punto de inventarse esos errores o tergiversar la realidad para llevarla a su productivo terreno. Éstos sí que son peligrosos. Mucho cuidado con ellos. Además de su inexistente catadura moral, su falta de escrúpulos y su sinvergüencería (si se me permite el palabro; prometo no volver a usarlo), son unos auténticos malnacidos.
    Viene todo esto a colación porque, en las noticias de hoy, los medios dan cuenta de lo manifestado por el señor Juan Rosell, a la sazón presidente de la patronal CEOE, en una conferencia organizada por el diario económico El Economista. Dijo el representante del gran empresariado español, a grandes rasgos, tres cosas: a) “A quien se apunte al paro porque sí, habrá que decirle que no”; b) A los funcionarios habría que evaluarlos para que no se consideren “dueños” de sus puestos de trabajo, y habló de empleados públicos “ineficientes y prepotentes”; y c) “Al estudiante hay que decirle que un fracaso se le puede consentir, pero que esté ocho años para acabar una carrera de cinco no se le puede consentir y no se lo vamos a pagar siempre”.
    Desde que tomó posesión de su actual presidencia, el señor Rosell se ha distinguido por su incapacidad para refrenar una lengua muy larga (y ya me gustaría añadir que “una falda muy corta”) en sus intervenciones. En cuanto al punto a), lo primero que se me ocurre pedirle es que me defina, por favor, “porque sí”. Si con ello pretende señalar a quien prefiere apuntarse al paro para cobrar la prestación antes que aceptar un trabajo de duras condiciones, ya le digo yo que sí, que, como las meigas, haberlos, haylos. Pero pensar, o insinuar, que la mayoría de las casi cinco millones de personas que hoy engrosan las listas del paro en este país hacen eso me parece, cuando menos, una sinvergüencería (vaya, ya he incumplido mi promesa; qué calamidad soy). ¡Eh! Acabo de consultar el diccionario y la palabrita de marras está en él. Pues nada, retiro la promesa (después de haberla incumplido, lo sé) y añado el vocablo al diccionario de mi procesador de texto para no verlo subrayado en rojo. Pero prosigamos. La inmensa mayoría de las realidades personales y familiares que hacen cola en las oficinas del paro hoy día han visto cómo sus vidas son arrolladas por una locomotora a la velocidad del AVE despojándolas de sus puestos de trabajo. Y esa locomotora está gobernada por personas
, a muchas de las cuales representa el señor Rosell desde su sillón de presidente, que tienen nombres y apellidos y que apretaron el acelerador a tope para multiplicar sus beneficios empresariales y financieros sin importarles una higa los demás. Ahora sus víctimas hacen cuentas, las que tienen suerte, para no acabar perdiendo la casa por la que pagan una sangrante hipoteca. Decirle a esa gente que está apuntada al paro “porque sí” en una desfachatez propia de una personalidad sin escrúpulos.
    En cuanto al punto b), mucho se ha hablado de los empleados públicos en los últimos tiempos. Sólo quiero decir un par de cosas. La primera, que los servicios públicos de nuestro estado del bienestar siguen siendo tan necesarios para nuestra sociedad como cuando se pusieron en marcha después de largas luchas sociales que ansiaban las mejoras que hoy disfrutamos con toda naturalidad. Y esos servicios públicos siguen funcionando, en gran media, gracias a la responsabilidad de los empleados públicos para con sus puestos de trabajo. Cierto es que hay entre ellos ovejas negras, malos profesionales a los que habría que sancionar. Exactamente igual que los habrá en la Coca-Cola, en Iberia, en Inditex o en las empresas del señor Rosell (podría citar muchos ejemplos de ineficiencia e ineptitud de empleados de empresas privadas con las que me relaciono a diario). Y ante ese problema habrá que actuar, claro que sí. Lo que parece desconocer este caballero es que los mecanismos para actuar contra esos aprovechados están ahí, en la normativa de la función pública, la que regula el procedimiento disciplinario de este colectivo y los mecanismos de evaluación del desempeño que poco a poco se están poniendo en marcha en las administraciones. ¿Y si cuando esos mecanismos se hayan generalizado la conclusión a la que se llega es que los empleados púbicos no son tan malos como de ellos se decía? ¿Pedirá perdón alguno de los voceros que hoy denigran esa labor?
    La segunda cuestión que quería poner sobre la mesa en relación con este asunto es el papelón que está haciendo en la función pública nuestra querida clase política. Porque la manera más sencilla de desenmascarar a esos gandules que hay en las administraciones es que sus superiores hagan bien su trabajo y, ante la falta de responsabilidad y profesionalidad de un empleado público, pongan en marcha los mecanismos de sanción legalmente establecidos. Que están ahí para algo. Pero claro, quienes están al frente de las unidades administrativas no son técnicos que conozcan la materia a gestionar y hayan demostrado su capacidad para ello. Nasti de plasti. Quienes están al frente del entramado de las administraciones públicas son comisarios políticos puestos a dedo por el partido de turno, normalmente para pagar favores prestados. Muchas veces, estas personas están más preocupadas en mantener su puesto bien remunerado rindiendo pleitesía al poder político que en llevar a cabo una buena gestión de los servicios públicos, aunque para ello deban enfrentarse en ocasiones a ese poder político que todo lo pretende mangonear. Así, poco a poco, las administraciones públicas se han ido pudriendo en este mercadeo de puestos, y las culpas recaen en el empleado público. Me pregunto si la intención no es precisamente ésa, minorar la calidad de los servicios para tener una excusa a la hora de suprimirlos y ponerlos en manos de la iniciativa privada de forma que, con el tiempo, la ciudadanía tenga que pagar por ellos y los gestores apliquen criterios de beneficio empresarial en servicios que hoy son públicos. Igual es eso lo que pretende el señor Rosell.
    Y en cuanto al punto c), que alguien diga algo, que a mí me da risa. ¿De dónde saca este señor que le “vamos a pagar” la carrera a un estudiante repetidor por cuarta vez de un curso? Ah, claro, sus hijos no disfrutan de becas. Con el pastón que gana papá, el estado no da becas. Deduzco de sus palabras que lo que el señor Rosell dice es que no hay que conceder becas a ese estudiante que pasa más tiempo de ronda con la tuna que hincando los codos. Pero es que uno de los requisitos para disfrutar de una beca, tengo entendido, es aprobar el curso. Quien repite, pierde la pasta. Ese tuno que cursa por tercera vez cuarto de Derecho lo hace con el dinerito que saca de sus saltos con el pandero o con la renta mensual que le envían de casa. O con su trabajo de camarero hasta las cuatro de la mañana, me da igual. Pero no con una beca que pagamos todos. El presidente de la CEOE quiere desconocer este extremo. O pretende hacerse el longuis.
    Así que, señor Rosell, no me venga con demagogias en su discurso malintencionado que, en última instancia, esconde una argumentación destinada al desmantelamiento del actual statu quo del estado del bienestar. Ya sé que pretende usted el despido gratis, la muerte de la negociación colectiva, la fijación unilateral de las condiciones de trabajo por el empresario y la puesta en manos privadas de los servicios públicos. Pero córtese un poco, hombre de Dios. Que se te ve el plumero, Calimero.
    Y ya puestos, no me quiero despedir sin decir unas poquitas cosas más. Ya que se empeña usted en hacer de acusica de los fallos de los demás, presénteme un empresario de este país que no tenga una contabilidad B para hurtar al erario público una pasta gansa. Hablemos también de la cantidad de empresarios que han aprovechado la actual coyuntura económica para echar cuentas y despedir trabajadores por la puerta falsa. Quedas despedido, amigo, pero no te vas de aquí. De ahora en adelante yo te pago bajo cuerda el salario mínimo interprofesional y el resto hasta tu anterior sueldo lo sacas de la prestación por desempleo. Yo me ahorro los seguros sociales, tú te ahorras los seguros sociales y todos tan contentos. Viva yo y mis cojones. Pero todos los días en el taller a las seis de la mañana, ¿eh? Y de aquí no sales hasta las cinco de la tarde. Eso sí, te dejo media hora para que almuerces, no vayas a decir que soy un mal jefe. Qué topeguay que soy. Y ese trabajador, que no encuentra otro puesto de trabajo digno al que ir, se traga su rabia y las ganas de soltarle dos hostias al buen jefe, acepta el trato porque tiene dos hijos a los que mantener y una hipoteca que pagar, y masculla por lo bajini su frustración. Que un buen rayo te parta, hijo de puta. Y ahora viene usted y dice que está apuntado al paro “porque sí”.
    Es por eso que incluyo a don Juan Rosell en el segundo grupo que señalé al principio de los que cargan una descomunal viga en cada uno de sus ojos. En el de los malnacidos.

4 comentarios:

  1. Con independencia de las ideas personales que éste y otros muchos empresarios tienen sobre los "culpables" de que no haya recuperación económica, lo que yo veo en las declaraciones de este personajes es una enorme necesidad por crearse un protagonismo mediático, a costa de soltar burradas que no importa lo que puedan tener de cierto o justo, sino de llamativo.

    ResponderEliminar
  2. Quizás tengas razón, Israel. Pero me da miedo el fondo del discurso que sostienen en estos tiempos ésta y otras personalidades. Me da yuyu todo esto. ¿Adónde iremos a parar?
    Un saludo y gracias por el comentario.

    ResponderEliminar
  3. A mí lo que me da miedo, fundamentalmente porque parece funcionar, es la estrategia de culpabilizar a todo el mundo del fracaso del sistema: el paro es culpa de los parados, el mal funcionamiento de la administración, de los funcionarios, el caos en el sistema educativo, de los estudiantes... Es más o menos "y si te pegan, algo habrás hecho". Y encima sales a la calle a quejarte, qué desfachatez...
    Muy buen análisis, Míguel, gracias.

    ResponderEliminar
  4. Sí que da grima, Luisa. Y mucha.
    Gracias a ti. Besos

    ResponderEliminar