lunes, 30 de mayo de 2011

15M y el grito de ¡Democracia real ya!

Me gustas cuando votas porque estás como ausente
(pintada en una pared)

    Decía hace unas semanas en la entrada del blog La dificultad del “Sí se puede” que esta democracia nuestra me sabe a poco cuando en cada convocatoria electoral introduzco mi voto en la urna y no me queda ningún otro instrumento para incidir en la toma de las decisiones políticas y económicas que me afectan. Cada vez que salgo de un colegio electoral me pregunto si no habrá otras formas de participar en los cambios necesarios para avanzar hacia una democracia más participativa. El sistema democrático, basado en votaciones periódicas, en el estado español ha devenido en algo extraño que se aleja cada vez más del conjunto de la ciudadanía y sus sentimientos y aspiraciones. Los casos de corrupción en las administraciones públicas ocupan gran parte del tiempo en los informativos de la tele o la radio. Páginas y páginas en los periódicos se acumulan dando cuenta de operaciones de fraude, cohecho y enriquecimiento ilícito de quienes son elegidos para gestionar la cosa pública. Descorazonador.
    Y descorazonador era que esta sociedad exhibiera constantes muestras de estar hecha de papel y, como él, aguantar todo lo que le echaran. Recortes sociales, reformas laborales, desmantelamiento de los servicios públicos, políticas económicas que benefician a los que más tienen, entregas de enormes cantidades de dinero a la banca para garantizar sus multimillonarios beneficios y, en fin, la eliminación del estado del bienestar son algunos de los hitos protagonizados por nuestros queridos políticos, esos que nos sonríen desde sus vallas publicitarias cada cuatro años y nos dicen soy como tú, ¿no lo ves? Soy de los tuyos. Pero no quiero que parezca que despotrico contra la clase política por su condición de tal. Nada más lejos de mi intención. Creo en la figura de los políticos, en su papel en la sociedad. Pero no en el papelón que últimamente se esmeran en desempeñar en esta democracia nuestra. No en esa sonrisa irónica que parecen dedicarnos desde sus tribunas como diciendo tú vótame, que luego ya veré yo qué hago con el poder que pones en mis manos.
    Y, como ejemplo, un botón. Cierto que el gobierno del PSOE ha tenido sus fallos garrafales en la gestión de la crisis que nos atenaza y ha acabado por dar la espalda a aquellos que gritaron ¡No nos falles! en 2004; pero la oposición del Partido Popular postulándose como la alternativa da risa. Y grima. Da un yuyu que te cagas. Hasta ahora no he oído en boca de ningún figura del PP un atisbo remoto que se parezca en algo a un programa de gobierno con propuestas concretas. Asistimos una vez más al manido discurso del váyase, señor González, hoy en la versión punto dos: váyase, Zapatero (por alguna extraña circunstancia que no alcanzo a vislumbrar, el señor ha desaparecido del eslogan).
    Y a todas estas, la calle seguía vacía, en silencio, rumiando su indignación en la barra del bar de la esquina con una caña en las manos. Mierda de gobierno. Mierda de políticos. Mierda de banca internacional. Mierda de alemanes. Mierda de democracia. ¿Tanto esperar durante cuarenta años para acabar así? ¿Tanto luchar en la transición para terminar siendo testigos de la proliferación de los Camps, las gürteles y liberalizaciones del suelo en beneficio de la gran patronal? ¿Tanto decir tenemos en nuestras manos el derecho de elegir a quienes nos representan para que, al final, sean unos mercados financieros internacionales cuyos dirigentes tienen nombres y apellidos que nadie conoce los que toman las decisiones? Mierda de sistema. Y la calle seguía vacía, en silencio.
    Seguía.
    Un 15 de mayo algo cambió en nuestras ciudades que hizo remover las conciencias anestesiadas durante demasiado tiempo. Surgieron voces que gritan estamos hartos. Basta ya. Y, como un viento que agita las copas de los bosques de nuestras esperanzas, surgió el grito de ¡Democracia real ya! Y la suma de tantas indignaciones tomó las calles y las plazas de un país con el empeño de organizar una voz diferente, plena de nuevos bríos y propuestas. El mundo, entre incrédulo y curioso, giró el rostro hacia ese movimiento popular preguntándose qué pasa en España. La Puerta del Sol en Madrid se convierte en portada de la comunicación global y se empieza a hablar de la revolución española. Y todos aquellos que llevamos décadas poniendo nuestro granito de arena para un cambio radical desde plataformas vecinales, sindicatos, grupos ecologistas, feministas, partidos minoritarios y otras muchas formas organizativas (que son ya muchos los granitos acumulados en todo este tiempo) sentimos el vello de nuestros brazos erizarse al tiempo que dejamos escapar un suspiro de emoción, un ¡por fin! muchos años contenido. Y nos dirigimos a las plazas ocupadas.
    Allí pudimos comprobar que el movimiento es, de forma mayoritaria, de jóvenes que ya no aguantan más. Cierto que los hay también no tan jóvenes y algunos de sus miembros ya peinan canas. Pero me parece fundamental dejar constancia de que quien sostiene esa voz es en su mayoría esa generación preparada como ninguna otra para tomar las riendas del futuro sin riendas y sin futuro que afrontar, esa generación que hasta ahora nadie había sabido o querido escuchar. Y esa es una de las grandes virtudes que tiene este movimiento, una juventud que exige que se reconozca su lugar en la historia y que no se limita a protestar contra el sistema sino que se atreve a abanderar cambios que avancen hacia una democracia participativa. Lo dejan claro en su manifiesto. Y lo dejan claro también en su voluntad de madurar un movimiento de futuro. Esos jóvenes a los que nunca nadie ofrece la oportunidad de hablar han cogido los micrófonos que se les hurtaba para gritar estamos aquí y no nos gusta de qué va todo esto.
    Pienso ahora en la cuota de responsabilidad que tienen los medios de comunicación en esa ausencia de la voz de los indignados. Si me paro a analizar los programas de debates de todas las cadenas de televisión o radio descubro que, para ser contertulio, hace falta tener de cincuenta años para arriba. Rara vez a un joven de veinte se le ofrece esa oportunidad. Ojo, hablo de programas de debate y opinión medianamente serios, lo que excluye, por propia definición, a Intereconomía. Por cierto, el otro día vi parte de un vídeo que circula por la red en el que se recopilan fragmentos de debates e informaciones de esa cadena de televisión, a cuenta de las protestas, en el que lo más suave que se decía de las personas acampadas en la Puerta del Sol era indeseables. Y digo que vi sólo parte del vídeo porque no tuve estómago para tragarme los nueve minutos enteros. Pero lo dicho, a esos jóvenes, a esas jóvenes, nadie hasta ahora les había ofrecido la posibilidad de expresarse. Su voz nunca ha estado presente en los medios. Es más, me indigna comprobar que los únicos programas de televisión que protagonizan son Gran Hermano, Operación Triunfo, Fama o los miserables programas de cotilleos. Da asco pensar en ello.
    Pero por fin alzan sus manos para hacerse ver y oír. Este movimiento asambleario y autogestionario lo han levantado ellos y ellas juntos, pero lo formamos todas aquellas personas que luchamos a diario por esos cambios y que estamos dispuestas a poner de nuestra parte para que no se diluya en la nada. Mayo del 68 no cambió Francia, pero Francia fue diferente después de aquello. Tiananmen no cambió China, pero China no fue la misma después de la matanza. Es probable que el movimiento 15M ¡Democracia real ya! no cambie España, pero el país no será el mismo después de esto. Estoy convencido y ayudaré en lo que pueda para que así sea. Y ha quedado meridianamente claro que no valen prepotencias violentas por parte de las autoridades para acallar estas voces. Cuando se desalojaron por la fuerza las primeras acampadas en Madrid, el número de manifestantes se multiplicó por diez. Cuando algún malnacido del gobierno reaccionario de Cataluña ordenó cargar con dureza desproporcionada contra la concentración en Barcelona no previó la reacción popular en favor del movimiento. O, si lo hizo, menudo inútil de las narices. Y que no se me olvide: la carga policial de Barcelona se quiso justificar con el hecho de que, dos días después, el F.C. Barcelona jugaba la final de la Champions y había que habilitar el lugar para la celebración en caso de que ganara. Soy culé convencido y acérrimo y me indignó sobremanera que me usaran de excusa para la brutal acción policial. Por mi parte, váyanse a la mierda, señores responsables del departamento de Interior del gobierno catalán.
    Hoy sabemos que el movimiento ha decidido en asamblea seguir ocupando las plazas una semana más. Y después se organizarán en grupos por barrios y ciudades. Nos queda el reto de saber pervivirlo, de evitar su agotamiento, pero creo que algo ya ha quedado claro: los ecos de este grito rebotarán durante mucho tiempo en las conciencias de todos nosotros. Bien por ustedes.

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