domingo, 1 de mayo de 2011

La dificultad del "sí se puede"

    Se acerca una nueva cita electoral en este sistema nuestro que fundamenta la democracia en un derecho cuyo ejercicio tiene su razón de ser y se agota en el acto de introducir una papeleta en una urna en un día determinado. Personalmente, esta democracia nuestra me sabe a poco. Porque una vez que salgo del colegio electoral ya nadie vuelve a preguntarme nada durante cuatro años. Porque, durante esos cuatro años, quienes recibieron, si no la confianza, sí al menos la esperanza de quienes dieron su voto, podrán hacer y deshacer sin tener que pensar necesariamente en ese pueblo del que nace su capacidad de decidir. No me quedan otros instrumentos para incidir en la toma de las decisiones políticas que me atañen directa o indirectamente. Por eso me sabe a poco.
    Cuando tenía unos años menos, clamaba por la existencia de alternativas políticas que satisficiesen todas y cada una de mis aspiraciones. Pero hoy he aprendido que, para conseguirlo, tendría que montar mi propia organización y currármelo para llegar a las instituciones. Si otra mucha gente pensara como yo, me temo que habría una infinidad de opciones. Tantas como ciudadanos hay. Al menos, tantas como ciudadanos hay con una mínima conciencia política. Y, claro, menudo guirigay.
    Situándome en Canarias hoy, y teniendo en cuenta que la cita que nos convoca para el próximo 22 de mayo es una elección autonómica y local, me encuentro con la maldita suerte de estar sometido a la que probablemente sea la más injusta y disparatada de todas las leyes electorales del mundo estando, como estamos, en una supuesta democracia. La ley Electoral de Canarias. Esa que impone un límite del 30% en cada una de las islas. O sea, que para que un partido pueda entrar en el reparto de los diputados de una isla, sus resultados deben superar el 30% de los votos válidos emitidos en esa isla. Así es como PSOE, PP y Coalición Canaria se garantizan en este país nuestro que ellos, y sólo ellos, entran en el reparto, e impiden la entrada de otras opciones políticas. Se trata de un gigantesco fraude electoral que impone al pueblo canario casi un pucherazo legal en cada elección al parlamento autonómico. Y la gente lo tiene asumido. Vemos como normal una situación que en cualquier otra democracia con más solera sería considerada un auténtico disparate. Pero Canarias es diferente. No mucho más que una república bananera, pero diferente al fin y al cabo.
    Así ha sido durante los años que median desde el nacimiento de las autonomías. Una gran cantidad de organizaciones se presentan cada cuatro años a las elecciones, pero a día de hoy sólo las tres formaciones que cito tienen en su mano acceder al parlamento. Y teniendo en cuenta que en estos veinticinco años de autonomía se han ensayado todas, o casi todas, las combinaciones posibles de gobierno entre ellas tres y la situación política, social y económica de nuestras islas es la que es (y temo que hasta pueda ir a peor), concluyo que menuda mierda de opciones políticas representan esos tres partidos en esta tierra. El PP, porque es el PP. La derecha pura y dura. Y a día de hoy, además, es un partido gobernado por la extrema derecha. El PSOE canario, porque está inmerso en sus luchas intestinas y sus ansias por llegar al poder a costa de lo que sea. Y Coalición Canaria, porque lleva gobernando más de diecisiete años sin tener ni puta idea de lo que es un proyecto político y social de futuro para Canarias, y porque es un nido de ambiciones personales y empresariales. De hecho, Coalición Canaria es el tercer partido más corrupto en el conjunto del estado español. Si tenemos en cuenta que los dos primeros son el PSOE y el PP, y ambos son partidos de ámbito estatal en un espacio de cuarenta y cinco millones de habitantes, Coalición Canaria, siendo un partido de ámbito canario, ocupa ese tercer puesto en un espacio que agrupa el 4,4% de la población total, lo que da idea de la gravedad del asunto.
    O sea, ni PSOE ni PP ni Coalición Canaria. Están los tres para echarles de comer aparte.
    Menos mal que este año quienes suspiramos por una alternativa de la izquierda política y social distinta, con nuevas ideas, con nuevas formas, tenemos la posibilidad de dar nuestro apoyo a Sí Se Puede. Al menos, esta opción representa un proyecto nuevo, una nueva forma de hacer las cosas. Caras e ideas nuevas para los viejos problemas. Se trata de una opción que, podemos decir, nació ayer. Tiene sólo unos cinco años de vida. Y puede que sea esa juventud la que hace que me ilusione con Sí Se Puede. Al menos, hasta ahora no ha demostrado que no puede hacer frente a los problemas. Al menos, hasta ahora no ha demostrado que en cuanto tenga la oportunidad de meter la mano en la caja pública se aprovechará en beneficio propio o de la organización. Al menos, hasta ahora, ha dado muestras de querer hacer las cosas de otra forma, y ha hecho públicos sus compromisos éticos y su forma de trabajar.
    Sí Se Puede se presenta como una alternativa nacida de los movimientos ciudadanos, vecinales y ecologistas que se han desarrollado en Tenerife en los últimos años. Tiene la garantía del discurso claro y consciente de sus limitaciones. Tiene la garantía de la nueva mirada. Y, para mí, tiene la garantía de ser esa opción nueva que, con nuevos bríos, aún no ha demostrado que no hace lo que dice. O que no puede llegar a hacer lo que dice que quiere hacer. Espero que el tiempo acabe dándonos la oportunidad de juzgarla por sus hechos, no por sus aspiraciones. Pero mucho me temo que la cosa no va a ser nada fácil. Por de pronto, son ya muchas las veces en las que, hablando del proyecto de Sí Se Puede con amigos, conocidos, y hasta con desconocidos, saltan las críticas al proyecto por su juventud, por lo complicado de su futuro teniendo en cuenta lo difícil que está en Canarias llegar a las instituciones o, incluso, por antipatías hacia personas concretas que encabezan algunas de sus candidaturas (una versión más de esos árboles que nos impiden ver el bosque, o, peor aún, una versión más de la escusa de los árboles para quien no quiere ver el bosque de ninguna manera). Ahora no recuerdo exactamente qué representación tiene en estos momentos el proyecto en el conjunto de las administraciones canarias. Creo que ronda los cinco o seis concejales en unos pocos ayuntamientos de Tenerife conseguidos en las pasadas elecciones. Pero ya hay quien rechaza el proyecto desde el argumento del voto útil y desde la disconformidad con algunas decisiones adoptadas por alguno de esos cinco o seis concejales en un momento determinado de estos últimos cuatro años. Lo que me parece un despropósito sin sentido es que esas mismas personas que critican a Sí Se Puede con argumentos absolutos e integristas, más tarde relativizan su postura al decidir que el año que viene, cuando llegue el momento de votar al parlamento español, hay que darle el voto al PSOE pasando por alto el gran número de corruptos que ese partido tiene en sus filas, los recortes sociales que esos supuestos socialistas han decretado y su sometimiento a los dictados del mercado financiero internacional. Que viene el PP es su temor. Por lo tanto, votemos PSOE, aunque sea tapándonos la nariz. A Sí Se Puede no le voto porque me cae mal fulanito, que encabeza la lista al ayuntamiento tal. Por favor.
    Es, una vez más, la doble vara de medir cainita con la que la izquierda muchas veces hace sus críticas. Frente a una opción nueva, con ideas de futuro, con un proyecto ilusionante, que aún no ha demostrado que no puede o no sabe llegar a donde pretende, surgen los íntegros, los que le exigen a esas nuevas personas la perfección absoluta. Si quieres que te apoye, tienes que ser más papista que el Papa. Pero luego, cuando están ante la urna estatal, al PSOE le perdonan haber llevado a cabo la política del PP y los casos de corrupción que arrastra.
    Al final, tendremos la derecha que nos merecemos. Mierda de izquierda.

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