lunes, 31 de enero de 2011

Oscurecimiento global

    Qué miedo, tío. Da un yuyu que te cagas. He visto un documental de la 2 que da grima. Y ello a pesar de que algunos de los datos que ponía de manifiesto hubiera que cogerlos con sumo cuidado, que no sé. Da igual. Que te cagas. Y sí, soy de los que ponen los documentales de la 2 para verlos mayormente. A veces me duermo, sí, pero es por cansancio, no  por aburrimiento. Era un reportaje de la BBC sobre el oscurecimiento global. Sí, oscurecimiento. Yo también sabía lo del calentamiento. Del oscurecimiento no tenía ni puta idea. El caso es que parece que hay científicos que han descubierto que cada vez llega menos luz solar a la superficie de la Tierra.
    Todo empezó hace unos cuarenta años, cuando un científico (perdonen que no dé los nombres de la gente que intervino en el programa, pero escribo inmediatamente después de haber visto el documental sin tomar notas; estaba tumbado en el sofá) medía la radiación solar en Israel para calcular el volumen idóneo de agua que el sistema de riego debía aportar a los cultivos para una producción más eficiente. Terminado su trabajo, se pusieron en marcha los agricultores. Veinte años después, a ese mismo científico le dio por repetir las mediciones por ver si los datos seguían siendo válidos. Y no lo eran. Constató que la radiación solar había bajado significativamente. Cuando publicó sus conclusiones, la comunidad científica no dio crédito a sus estudios, pues venía a desmentir lo que ya empezaba a ser vox populi: si cada vez había menos luz del sol, el planeta tenía que estar enfriándose, y estaba pasando exactamente lo contrario. Se empezaba a hablar del calentamiento global.
    En otro punto del planeta, en otro momento, unos climatólogos hacían unos trabajos un tanto curiosos. Resulta que por todo el planeta hay estudiosos que todos los días se dedican a medir el porcentaje de evaporación en tanque. O algo así. Es decir, que hay gente que todos los días, los trescientos sesenta y cinco días del año (uno más según qué año cada cuatro) mide cuánta agua hay que reponer en un tanque dispuesto al efecto para calcular cuánta agua se ha evaporado en un día. Y así durante décadas, jarrita a jarrita, llegando a la conclusión de que ese porcentaje de evaporación ha bajado en los últimos años. Tras las pertinentes indagaciones, esos climatólogos descubrieron que la evaporación del agua se debe más a la cantidad de radiación solar recibida en la superficie del líquido que a la temperatura ambiente o a los vientos, haciendo callar a quienes negaban las conclusiones de los trabajos aduciendo que algo debía de haberse hecho mal, pues la evaporación del agua está relacionada con la temperatura ambiente y ésta, como todos sabemos ya, está subiendo como consecuencia del efecto invernadero.
    De pronto, esos datos, que antes andaban cada uno por su lado, terminan por encontrarse en el camino. Parece que la luz que nos llega del sol es cada vez más tenue, y resulta que el agua se evapora menos. Pues sí que vamos bien. Así que otro señor sesudo de esos se plantea que en las Maldivas, además de poder irse uno quince días a tomar el sol, pueden hacerse estudios comparativos, pues la mitad norte del archipiélago está bajo la influencia de una corriente de aire sucio proveniente de India, y la mitad sur recibe aire limpio de la Antártida. Y allá que fue el buen señor a hacer sus mediciones. Las conclusiones son claras. No es que el sol esté entrando en la tercera edad y no lo dejan jubilarse hasta los 67, bajando así su productividad. La mitad norte del país recibe menos luz que la sur como consecuencia de la contaminación.
    ¿Y eso cómo sucede? Resulta que las nubes se forman cuando diminutas gotas de agua se condensan en pequeñas partículas que, de forma natural, están presentes en la atmósfera. Granos de polen o de polvo sirven de núcleo en torno al cual se van formando las microscópicas gotas de agua. Al chocar unas con otras y aumentar de tamaño y peso acaban por precipitarse a la tierra en forma de lluvia. Lo que hace la contaminación es sembrar de partículas de hollín y otras mierdas el aire en torno a las cuales se condensa el agua dando lugar a gotas mayores de lo normal. Y eso tiene un efecto curioso: las nubes se convierten en un espejo que reflejan la luz del sol hacia el exterior. Nubes de gotas más grandes, aunque menos numerosas, reflejan más luz que nubes de gotas más pequeñas pero más numerosas. O sea, que visto desde el espacio nuestro planeta ha pasado de ser un bombillo de 20 watios a ser uno de 40 watios. Brilla más. Lo que implica que llega menos luz a nuestras cabezas.
    Total, que la quema de los combustibles fósiles para la producción de energía genera, por un lado, la emisión de gases causantes del efecto invernadero que, a su vez, provocan el calentamiento global. Y por otro lado, esa misma contaminación hace que cada vez llegue menos luz a la superficie del planeta creando el efecto inverso: a menos luz, más frío.
    De hecho, estos datos parecen señalar una causa de las hambrunas que asolaron el sahel (la franja subsahariana) durante las décadas de los años setenta y ochenta provocando el sufrimiento y la muerte de millones de personas. Al bajar el índice de evaporación del agua como consecuencia del oscurecimiento global, fenómeno más tangible en el hemisferio norte por ser nosotros los que más contaminamos, las nubes que debían formarse para dejar las lluvias estacionales en esas zonas no llegaban a tanto y esas precipitaciones no se produjeron. Con lo cual, los pueblos de África empezaron a pagar nuestros platos rotos pensando que los dioses los castigaban a ellos por algo que habían hecho mal.
    Y hete aquí que la buena de Europa empezó a poner en marcha en las últimas décadas medidas tendentes a la reducción de la contaminación atmosférica porque eso de que París esté permanentemente sumida en una niebla de pura mierda es malo para la salud de las personas y del turismo. Y la forma de quemar los combustibles fósiles empezó a cambiar poco a poco. Y se instalaron los catalizadores en los coches. Y se empezó a fabricar gasolina sin azufre y sin plomo. Y la contaminación bajó. ¿Asunto solucionado? ¿O con vistas de solucionarse? Que te crees tú eso.
    Al bajar la contaminación se produjo lo que ya imagino que son ustedes capaces de suponer. Claro. Que la radiación solar se incrementó. O sea, que llegó más luz al suelo. Pero los gases de efecto invernadero siguen ahí. Los muy cabrones no se van y desaparecen así como así. Con lo cual se multiplicó el calentamiento. Ahora en Europa, y en el hemisferio norte en general, hace más calor. Y aquellos cálculos que se habían hecho acerca de cuánto se va a calentar el planeta en el siglo XXI se han venido abajo. Si con los modelos anteriores a toda esta parrafada se llegaba a la conclusión de que la temperatura del planeta podía subir entre tres y cinco grados en este siglo, con los nuevos datos incorporados a esos modelos resulta que nones, que la temperatura puede llegar a subir hasta diez grados de aquí al siglo XXII. Diez. Imaginen lo que eso supone para los grandes bloques de hielo de Groenlandia y la Antártida o los glaciares del mundo. Agua a mogollón. Toda ella bajando hacia los océanos. Y éstos subiendo sus niveles y arrasando miles de kilómetros cuadrados de costas. Costas donde vive gran parte de la humanidad. El polo norte es otro cantar. Que se derrita no importa mucho a estos efectos, pues se trata de un cubito de hielo que flota en el mar, es decir, que su volumen ya está presente en el actual nivel de las aguas. Aunque eso de que no importa que se derrita ese hielo que se lo digan a los osos polares y al medio ambiente y a la biodiversidad de la zona.
    Y para terminar, una historia igual de curiosa que también contaba el documental. Resulta que en Estados Unidos hay un climatólogo que está empeñado él en demostrar que las estelas de condensación de los aviones en su ir y venir constante de aquí para allá tiene que tener a la fuerza algún efecto en el clima. Por pequeño que sea. O por grande. Pero claro, el pobre hombre tenía que vérselas con un problema: una vez que ya ha medido los efectos que esas estelas tienen en la atmósfera, ¿con qué demonios los contrasta para llegar a conclusiones? Los aviones no dejan de pasar nunca. ¿Cómo hago para detener el tráfico aéreo? Y la desgracia se alió a su favor el 11 de septiembre de 2001. Tras los atentados, el gobierno decretó el cierre del espacio aéreo en todo el país durante tres días. Contaba el estudioso que la mañana del 12 de septiembre, temprano, cuando iba en coche a su trabajo, se admiró de lo clarito que estaba el cielo. Tanto que le pareció extraño. Y el bombillo se le encendió en la cabeza. ¡Tate! ¡No hay aviones! Raudo y veloz se pasó esos tres días sin viajeros aeronáuticos recopilando miles de datos por todo el país. A saber cuándo se toparía con otra oportunidad como esa. Y las conclusiones de su suerte y esfuerzo fueron que en esos tres días se produjo una variación climática de no sé qué de un grado entre la temperatura máxima del día y la mínima de la noche. La mayor variación de ese valor jamás registrada. O sea, basta que los aviones dejen de volar sólo tres días para que la atmósfera reaccione de forma inmediata.
    ¿Qué coño le estamos haciendo a este planeta nuestro? Nos comportamos como si tuviéramos quince más de recambio.
    Y un último dato para asustar más. Resulta que con ese incremento bestial de las temperaturas durante este siglo, en Europa y norteamérica lo vamos a pasar mal. Zonas de Inglaterra, por ejemplo, adquirirán en sus paisajes la apariencia de los terruños almerienses, cuando no de desiertos puros y duros. Pero imaginen un incremento de diez grados en los países que a día de hoy, ya de por sí, son cálidos. En Sudán, por poner otro ejemplo, casi no será posible la vida. Pero hay más, qué se creían. Los gases de efecto invernadero están ahí, lo sabemos. Los que hemos provocado nosotros. Pero hay otros gases con una incidencia en ese efecto de calentamiento global muy superior al dióxido de carbono, que es el nuestro propio. Se trata del metano. Ese, por lo visto, se las trae para estas cosas, el muy cabroncete. Menos mal que está confinado en depósitos congelados en el fondo de los océanos. Ah, pero es que los océanos se van a calentar. Coño, pues esos depósitos se disolverán y se dispersarán billones de toneladas de gas metano en la atmósfera provocando un incremento exponencial del calentamiento global. La estamos cagando bien cagada. O dejamos de generar energía a partir de la quema de combustibles fósiles o nos vamos al carajo con lo puesto. No hay más.
    Me viene al recuerdo ahora aquella película catastrofista típica del gusto jolibudiense. Independence Day. Si a los malos de la historia, aquellos bichos feos que venían en unas naves enormes a exterminarnos para hacerse con nuestros recursos naturales y seguir su camino como si tal cosa una vez que el planeta estuviera seco, se les ocurriera venir, clavarían sus frenos ABS (S de siderales), nos escupirían en la cara y se darían media vuelta maldiciendo a la madre que nos parió. Estos gilipollas ya han hecho nuestro trabajo, pensarían.
    Por eso les decía al principio que me he quedado acojonado. Cada vez que surgen más datos y alcanzamos a comprender mejor el delicado equilibrio que mantiene nuestra atmósfera, peor nos va. Panda de cafres que somos.

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