viernes, 14 de enero de 2011

Juan Antonio Olivieri, valiente

   El de la foto es Juan Antonio Olivieri, un valiente donde los haya. Un apasionado de la naturaleza y los retos que ésta nos plantea. Un tío al que me gustaría tener delante para estrechar su mano. Alguien a quien admirar sin tapujos. Montañero y alpinista, tiene experiencia en subir ochomiles.
   El año pasado, Oli, como es conocido, se planteó un reto de los que quitan el hipo: atravesar Siberia en bicicleta completamente solo. La cosa no resultaría tan espectacular (hacer eso sólo es cuestión de tener buenas piernas, capacidad de resistencia y tiempo para echarle a la distancia, seis mil kilómetros) si no fuera porque decidió hacerlo en invierno. De diciembre de 2010 a marzo de 2011. Y para ello se preparó a conciencia.
   En invierno.
   En Siberia.
   En bicicleta.
   En solitario.
   En invierno.
   Ayer por la noche escuché en la radio una entrevista (no recuerdo si en la SER o en Radio Nacional) en la que Oli explicaba las razones por las cuales renunció a la aventura a poco de empezar.
   Tenía que avanzar dándole a los pedales, cargando con treinta kilos de material, cubriendo etapas de un núcleo urbano a otro, soportando temperaturas que soy incapaz de imaginar. Con sorna, comentó en la entrevista que en la ciudad de donde partió, a nivel del mar, hacía una temperatura agradable de entre 16 y 18 grados bajo cero (por cierto, y si se me permite el paréntesis, ahora entre la turba del periodismo hablado se está poniendo de moda llamar a estos grados “negativos”, cuando toda la vida han sido “bajo cero”; un día tengo que pararme a escribir sobre esas patadas a la lengua). En fin, sigamos por donde iba. Temperaturas agradables de entre 16 y 18 grados bajo cero. Un poco más adelante, cien kilómetros tierra adentro, la cosa se ponía ya en los 50 grados bajo cero. Y un poco más allá, entre 50 y 60 grados bajo cero.
   Sesenta grados bajo cero.
   En bicicleta.
   Claro que la cosa no iba mal (¿no iba mal?) cuando lo que tenía delante era un destino en el que le esperaba un camastro en un albergue, bajo techo, algo de calefacción y una sopa de sobre caliente al final del día. Pero fue más allá y en un momento dado miró hacia delante y se enfrentó al hecho real, cierto y tangible de que debía atravesar una tundra de quinientos kilómetros sin ningún lugar en el que pasar la noche a cubierto, con un frío de cojones (recordemos, sesenta grados bajo cero). Le esperaban dos meses solo (¡dos meses!), en esas condiciones, armando y desarmando el vivac de supervivencia un día sí y otro también, y dándole a los pedales mientras esos sesenta grados bajo cero se le clavaban en la cara y en el cuerpo acuchillándole los huesos hasta el tuétano. Y dijo que no. Se bajó de la bici, clavó la mirada en la distancia, la bajó luego hasta su corazón y supo que no.
   Si sigo, no llego, imagino que pensó. 
   Con la valentía de los hombres (o mujeres) hechos del mismo acero que forjó su voluntad, se reconoció humano y limitado, fue consciente de sus fuerzas (que son inmensas) y dio la vuelta para volver por donde había venido.
   Creo sinceramente que hace falta un valor extraordinario para tomar la decisión de aceptar ese reto. Pero muchísimo más valor creo que hay que tener para decirse a uno mismo ¿dónde te has metido, animal? Esto te supera. Y, sin tener que sentir el menor sentimiento de fracaso, porque ni yo ni la inmensa mayoría de los mortales seríamos capaces siquiera de planteárnoslo, hizo acopio de un valor inimaginable para salvar la vida desde la certidumbre de sus propios límites. Otros inconscientes puede que hubieran ido más allá. Pero de inconscientes los cementerios están llenos.
   Oli, desde aquí quiero expresarte toda mi admiración y respeto. ¡Chapó!
   Un abrazo, campeón.

1 comentario:

  1. ES QUE ES UN FLIPAO UNA COSA ES SOBRE EL PAPEL Y OTRA LA RELIDAD PISA TIERRA QUE TE HACE FALTA

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