viernes, 14 de enero de 2011

Espérame, bobita

   La alcancé con esfuerzo, cuando el chófer estaba a punto de cerrar las puertas. Con un gracias, pagué y busqué el asiento que me reservabas junto a ti la primera vez. Sé que los demás ocupantes me dirigen miradas furtivas con disimulo. Déjalos que se pregunten qué hago con esto en las manos. Me divierte imaginar lo que piensan.
   Aquella primera vez nada me importaba más que sostener en mis ojos ávidos tu mirada inquieta, incapaz de refrenar el torrente de historias y confidencias que se me amontonaban en las ganas recién nacidas de hablarte, de mirarte. De tocarte. Me pavoneaba ante ti satisfecho de que rieras mis ocurrencias y respondieras con gestos graves a mis confesiones mientras, a nuestro alrededor, la gente se levantaba y se sentaba. Subía, tocaba el timbre, se bajaba. Desde la Cruz de Piedra hasta la trasera del cabildo. Primero un barrio y luego otro, al ritmo que marcaba el tráfico en la autopista. Una veces ágil como nuestra vida, otras espeso y desesperante como nuestros miedos. Y fueron tantos. ¿Recuerdas cómo vivimos la llegada de Julia? Nos aterraba tocar su cabecita frágil, y tú te enfadabas cuando yo bromeaba a la hora de los primeros baños simulando que se me escurría entre los dedos. Bobita.
   Más tarde era yo el que pasaba horas en el sillón esperando su llegada, y tú te burlabas de mis temores y me decías vente a la cama ya, bobito. Sí, es cierto, tardé en darme cuenta de que ya no era aquella niña vulnerable que nos necesitaba las veinticuatro horas del día. Pero no sé de qué te ríes. ¿Ya no recuerdas el día que nos presentó a Roberto? Se supone que debía ser yo el que desconfiara de aquel desconocido que entraba en nuestra casa de la mano de Julia. Pero, madre mía, qué mal lo pasaste. Y luego no había quien te aguantara con tu querido Roberto por aquí, Roberto por allá. Él encantado, claro. Sólo yo advertía, desde mi complicidad, las miradas furibundas que te lanzaba Julia.
   Mira esa chica que se baja en Las Chumberas, me recuerda un poco a ella en la época de la universidad, con aquellos libracos bajo el brazo que no había quien los entendiera. Que si teoría de la construcción, que si resistencia de materiales. Horas y horas de estudio y angustia para terminar pasándose media vida en el gabinete disfrutando de sus proyectos. Entonces fue cuando redescubrimos el placer de tener nuestra vida para nosotros. Cierto que, día sí y día no, Julia y Roberto nos dejaban al niño por unas horas. Pero recuperamos nuestro espacio después de tanto tiempo. Un espacio que llenamos con nuestra vida juntos, con nuestra intimidad, en el que yo disfrutaba de ti, feliz, contento y pleno por tenerte a mi lado, agarrándome cada día al privilegio de poder decirte te quiero con sólo un gesto.
   Ya estamos llegando. ¿Recuerdas cuando éste era el recinto ferial antes de que construyeran el nuevo? ¿Y te acuerdas de cuando, hace ya unos años, Natalia te pidió que atendieras unas tardes su puesto en aquella feria de artesanía? Te pusiste nerviosa como una niña chica porque no te veías capaz de atender las consultas de los visitantes y me hiciste acompañarte aquellas horas, sentado detrás del mostrador, siendo testigo de cómo te movías con soltura entre las piezas y desplegabas toda tu capacidad de encantar al visitante para conseguir que hasta el simple curioso sintiera la necesidad de comprar.
   Espera que toco el timbre, es la próxima parada. Si es que consigo levantarme y mantener el equilibrio entre tanta gente, y con esto en las manos. Ah, muchas gracias, caballero. Estas piernas mías ya no son las de antes. Más bien, ya no somos los de antes, ¿verdad? Tu enfermedad nos lo dejó bien claro. Estas últimas semanas en el hospital han sido agotadoras. Bueno, aquí me bajo.
   Ya llego. No te pongas así. Esta primera visita tenía que hacerla solo. Tranquila, Julia vendrá en un rato a buscarme. Tenía que enfrentarme por mí mismo a ver tu nombre grabado en esta piedra fría y decirme que tú no estás aquí, que sigues estando conmigo, que nunca me dejarás como yo nunca dejaré de tenerte dentro. Son tus preferidas, rosas amarillas. Aquí te las dejo.
   Espérame, bobita. No tardaré.

5 comentarios:

  1. Maravilloso! me encanta tu forma de escribir y describir todo, tengo los pelos de punta, tienes una sensibilidad asombrosa, que historia de amor tan bonita, ojalá todos podamos vivir algo así en nuestas vidas. eva.-

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Eva. No sé qué decir cuando un lector me dice esa cosas. Sólo que me entran ganas de seguir escribiendo.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Sabes sacar lo mas hermoso del amor querido amigo.

    Tu entrada me recuerda a una pequeña lección de amor...

    Un hombre de cierta edad vino a la clínica donde yo trabajo para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.

    Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía allí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado.

    Mientras acababa de vendar la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
    -No, me dijo. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.

    Entonces le pregunté extrañado.

    -Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?

    Me sonrió y dándome una palmadita en la mano me dijo: -"Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella".

    Tuve que contenerme las lágrimas mientras salía y pensé: -"Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. El verdadero amor no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es... "

    Feliz domingo amigo mio saludos y abrazos.

    ResponderEliminar
  4. Finalmente he visitado tu blog. Qué decirte, ya mis lágrimas te lo dijeron todo. Saludos

    ResponderEliminar
  5. Genial, conmovedor...me gusta tu soltura con la pluma, animo

    ResponderEliminar