jueves, 7 de abril de 2011

Vive arriba

   Quizás si me levanto media hora más tarde. O si tardo media hora más en prepararme antes de salir. Pero, claro, a ver quién le dice a Javier que llego tarde por eso. O, más difícil, cómo le explico a Ana que, después de dieciséis años con la misma rutina, de repente me he vuelto holgazán. Además, creo que lo hace a posta. Me espera. Sale de su casa cuando me oye llamar el ascensor, seguro. Y ahí está siempre cuando las puertas se abren. Con esos ojos de mirada de vértigo, y esa forma suya de sonreírme. ¿De dónde nace este sentimiento de culpa cuando siento mi corazón acelerarse al verla? Si no he hecho nada. Sólo unos buenos días y hastaluegos inocentes. Entonces, ¿por qué no me atrevo a mirarla a los ojos? ¿Por qué me alejo cuando me roza para dejarme pasar en el estrecho habitáculo? ¿Por qué se pone siempre en medio? ¿Por qué su aroma fresco me acompaña el resto del día? Su aroma y el recuerdo de esa cara de ángel y ese culo de muerte. Siempre sale primero. He de tener más cuidado. Quitármela de la cabeza. El sueño de hace dos días fue un aviso. No sé si Ana se tragó lo de que no recordaba qué había soñado. Algo debió oír. Algo debí haber dicho dormido. No me quiso decir, pero sus preguntas fueron extrañas. Y me mira raro. Sé que algo le ronda por la cabeza, lo sé. Pero yo no he hecho nada. Simplemente, ella siempre está ahí cuando se abren las puertas y mi corazón se desboca. Que la quiero no está en duda. Creo. Ana y la niña son mi vida. No haría nada que pudiera poner en peligro nuestra vida juntos. Pero la respiración se me hace pesada cuando entro en el ascensor, cuando me roza, como si el aire se volviera espeso. Y miro al techo, y a los números de las plantas, y un viaje de cinco pisos se me hace eterno cuando me dice qué tal has dormido. Y me sonríe. Y yo aparto la vista con disimulo. Al techo, a los números de las plantas.
   Si al menos este trasto se rompiera un día y nos dejara encerrados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario