sábado, 18 de junio de 2011

Rey



   Cuando era un niño, sus padres le decían que era el rey de la casa. Más tarde, sus amigos le dijeron que era el rey de las fiestas, y su primera novia le susurraba que era el rey de su corazón. En el trabajo le llamaban el rey de la oficina. Cada seis de enero sacaba del roscón su imagen en miniatura.
   Un día la vio y se enamoró en un segundo. Consciente de su irresistible capacidad de encantar, la quiso derrotar con la mirada y pavoneó ante ella su manto de armiño y sus alhajas al tiempo que exhibía la corona real.
   Ella le sonrió de lado mordiéndose el labio inferior.
   Él sintió en su entrepierna el impulso de la victoria. 
   Soltándose la melena negra, avanzó hacia él con el contoneo de unas caderas inmortales, lenta, seductora, con ojos de profundidad azabache que se consumían en el brillo del deseo.
   Él encogió los hombros presto a recibirla entre sus brazos.
   Cuando estuvo a su lado alargó una mano para acariciar aquella mejilla anhelante. Con un gesto brusco le arrancó la venda de los ojos, se dio la vuelta y se alejó dejándolo envuelto en sus harapos de vasallo.

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