lunes, 21 de marzo de 2011

La mirada de Felicidad



   Desde hace unos meses asisto a un curso en la Escuela Canaria de Creación Literaria, con sede en La Laguna. Muchos de los ejercicios que he hecho en ese curso pueden leerlos aquí. En realidad, en estos momentos asisto a dos, pues desde hace un par de semanas me enganchó una de las propuestas de la escuela sobre Creación del Pensamiento Poético, curso impartido por Iván Ruiz Expósito, poeta. Pero no se asusten. No sé si eso de la poesía es lo mío, y escribir prosa me sigue entusiasmando. Aunque le voy cogiendo el tranquillo a eso de la poesía y, después de muchos años (muchísimos), he vuelto a escribir en verso y, sobretodo, a leer poesía, cosa que recomiendo encarecidamente.
   El caso es que la semana pasada el ejercicio que tuvimos que hacer en el curso (el de poesía no, el otro) era el perfil de un personaje y, para ello, había que elegir a un compañero o compañera de clase y escribir desde sus inquietudes, sus rasgos físicos y psicológicos, su literatura, etc. Cuando leímos en clase los textos, la amiga Felicidad Batista me cogió por sorpresa desde la primera frase del suyo. Desde esa primera frase supe que me había elegido a mí como personaje. Y su texto me cautivó. No porque hablara de mí, que otros alumnos también sorprendieron con sus propuestas. El caso es que el texto de Felicidad me encantó. Por eso he decidido colgarlo en el blog, para que lo disfruten. Así me ve ella. Gracias, Felicidad:

Las palabras que llegaron del mar

   Cuando el mar arriba a su isla, elige alfombras de arena amarilla para remansarse. Suele acercarse sigiloso a la costa, rodearla y tumbarse entre las dunas o sitiar  a su ciudad, dejándola abierta al Atlántico, a los viajeros, a los piratas que la incendiaron, a los extranjeros que la edificaron, y les dieron nombres a calles y barrios, y a los canarios que el hambre y las crisis económicas expulsaron a América. Entre esos recovecos, de enclaves de pescadores, de arquitecturas empedradas por los siglos, de casas ajardinadas y coloniales como alguna de La Florida, discurrió su vida. Debió caminar por Tomás Morales, desde Tomás Miller y perderse por Triana, leyendo títulos de libros al otro lado de las vidrieras. Imaginando que un día, como un Drake del siglo XXI, asaltaría los estantes y grabaría su nombre en sus portadas. Escribiendo en las tardes cristalinas de la primavera, leyendo bajo la brumosa panza que ocultaba el cielo en verano. Hasta aquel día que levantó la mirada de la página del libro que atesoraba entre sus manos y vislumbró, en el horizonte, una lengua de tierra de la que emergía un volcán, que creyó anciano y algo albino por la piel blanca que lo recubría. Y como lector empedernido y aventurero quiso conocerla. Cruzó la corriente de Canarias y se dejó embaucar por nuevos renglones. Sustituyó el lecho amarillo de sus olas por las rocas negras e insinuantes que antes fueron lava incandescente. Y se volvió dos, mitad de aquí, mitad de allá. Y se puso a bregar por sus sueños. Los organizó cuidadosamente en estanterías, siguiendo la catalogación de sus deseos, aquí a Saramago, allá a Mark Twain, al otro lado a Larson, hasta configurar la biblioteca que fue en cada línea que leyó, la librería que será en cada página que creará. Y cuando gira en la esquina, y camina por la acera de una calle larga, como la que pisó Unamuno, bajo el sombrero ligeramente ladeado, la cazadora de vaquero solitario, los cristales que agrandan el mundo que lo rodea, el humo del Krüger recordándole su otra mitad, no pasea por La Laguna, viaja por las páginas que escribirá cuando llegue a casa.
(Felicidad Batista)
 
 

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