domingo, 11 de diciembre de 2011

El compositor

    Vale, sí, lo hice. Pero sólo quería hacerles un favor, ayudar, darles lo que ellos buscaban, lo que necesitaban y no sabían. No pretendo que me entiendan, ni que estimen mis razones en lo que valen o significan. Sé que el mundo no compartirá mis argumentos, pero lo hice porque no soporto la idea de llevarme a la tumba las notas de mi canción. Ni siquiera creo que en el futuro se me absuelva desde algún alambicado recodo de la historia que no alcanzo a imaginar. Y para que conste, quiero decir que sé que lo que hice está mal. Me aterroriza pensar que puedan considerarme un psicópata. Les aseguro que esas muertes pesan en mi conciencia, pero me reconforta el convencimiento de que en el más allá todas esas almas me han perdonado porque, ellas sí, ahora entienden mis razones. Por eso no busco el perdón en la tierra, sé que en el cielo ya me ha sido dispensado y me basta. O quizás en el infierno. El juez y jurado que todos llevamos dentro han sabido reconocer el valor de mis acciones y me eximen. Mi conciencia está tranquila.

    ¿Por el principio? De acuerdo. Yo no era consciente de nada. Vivo en un apartamento no muy grande, de una habitación, cocina independiente, bien ventilado. Todas las estancias, salvo el baño, tienen ventana al exterior que reciben la luz directa del sol hasta el mediodía, cuando el edificio de enfrente proyecta sobre el mío su sombra. Reconozco que no sería una buena opción para una pareja con hijos, pero es que yo aún sigo buscando mi media naranja. Fue difícil conseguir la financiación para poder comprarlo. Los bancos eran reacios a concederme el préstamo. Por mi trabajo; no gano mucho. Soy destructor de dinero. En serio. Alguien tiene que hacerlo, ¿no? El Banco de España recibe los billetes en mal estado que las entidades bancarias le remiten y yo me encargo de destruirlos en un pequeño horno crematorio en el que voy metiendo todos esos fajos de billetes desechados por el paso del tiempo, o por el mal uso que algunos hacen de ellos. No pueden ni imaginar las cosas que la gente puede llegar a hacer con esos papelitos. Así pasaba las mañanas de lunes a viernes. Las tardes las ocupaba en casa leyendo. Los fines de semana paseaba por el parque. Soy socio de la biblioteca municipal y una vez cada diez días, más o menos, me perdía entre sus estantes de libros buscando algo para llevarme a casa. Yo no lo sabía, pero ahí está la clave de todo. Ahora sé que estaba llevando a cabo una búsqueda vital e íntima que me llevó a la revista que un día cayó en mis manos en la sala de lectura rápida de la biblioteca. ¿Saben que nunca antes había pisado esa sala? Aquel día, ¿cuánto hace?, cuatro, quizás cinco años, decidí entrar en ella y hojear algunas revistas hasta que la vi.


    ¿Han tenido alguna vez la sensación de que están fuera de lugar? ¿De que la vida que llevan no es la que deberían vivir? ¿De que el destino, a la fuerza, les depara algo distinto que nunca llega? Yo siempre había vivido así, como un bicho raro. Ahora sé que todos los caminos que he andado en mi vida me llevaron ese día a aquella sala de lectura, a aquella revista, a la cita que leí y que se me grabó a fuego. Casi la paso de largo, pero algo me hizo retroceder una página y allí estaba. Era una cita de Henry David Thoreau. ¿Lo conocen? Yo nunca había oído hablar de él. Miren, aquí llevo la hoja, está un poco estropeada pero todavía se puede leer: La mayoría de los hombres llevan una vida de desesperación silenciosa y se van a la tumba aún con su canción dentro de ellos. Sin que nadie se percatara, arranqué la página y la guardé. No sé si podrían llegar a comprender la enorme sensación de alivio que me invadió al leer esas palabras. Fue como si durante toda la vida hubiera cargado en mis espaldas el peso de la ignorancia y de repente, en un segundo, todo cobrara sentido, las piezas que creía perdidas se alinearan y encajaran a la perfección. Toda mi desesperación silenciosa estalló de pronto liberándome de su peso aplastante y dando paso a los sueños. Todas las noches tengo el mismo sueño desde entonces. Mi canción va asomando a la superficie a través del subconsciente y sus mensajes, nota a nota, acorde tras acorde. No sé si me entienden. Un día decidí que no me llevaría esa canción a la tumba y me marqué el objetivo de componerla a toda costa.


    Empecé a salir a la calle a buscar los instrumentos precisos que interpretaran esas notas. Ellos no lo saben, pero arrastran dentro de sí un tesoro que yo soy el único capaz de reconocer en sus miradas perdidas, en sus miserables y desesperadas vidas. Por eso sé que me perdonan, porque comprendieron que daba sentido a sus existencias al clavar mi navaja en sus cuellos. El brillo especial que invadía sus ojos en el momento de morir me lo confirma. Era sólo un susurro, un soplo, una despedida final, un fugaz instante que sólo yo podía descifrar. Así fue como a lo largo de los años fui componiendo mi canción para poder ser libre. No me la llevaré a la tumba. Ellos fueron los afortunados a los que se les concedió el privilegio de formar parte de la orquesta. Si consideran que lo que he hecho merece un castigo, adelante. Pero ellos no me lo reprochan. Ellos comprenden, ellos perdonan. Ustedes no lo entienden, pero ahora puedo oírla. Ahora, por fin, soy libre.

4 comentarios:

  1. Pues sí, has sido... como un imán, pegaditos los ojos a la pantalla de la primera a la última palabra.
    Un abrazo

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  2. Uy, ese "pues sí, has sido..." es sumamente inquietante. Te seguro que no. Pero bien que te haya enganchado. Gracias.
    Otro para ti

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  3. Tuve un apartamento casi idéntico al descrito (la cocina no era independiente). Lo abandoné cuando llegó la familia. Ahora el edificio está en ruinas. Por suerte, escapé de componer mi siniestra melodía.

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  4. Muy revelador. Muchos vemos pasar los días sin rumbo fijo, desperdiciando horas vitales ante una caja tonta creada para mentes vacías.¿Así cumplimos con nuestro dharma? ¿Por qué hemos venido al mundo? ¿Qué destino nos espera? miles de vidas desperdiciadas que no dejan huella...

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