domingo, 19 de septiembre de 2010

Habrá un día

   Anoche me acosté entero. Al menos, yo pensaba que anoche me acosté entero. Pero esta mañana me enteré de que no, de que ya desde las doce de la noche más o menos me faltaba un trocito, uno más. Y ya van siendo muchos los trocitos que se me van desprendiendo. Hoy, al levantarme, me he topado de bruces con la muerte de José Antonio Labordeta.
   Seguro que antes que yo alguien ha escrito ya que desde anoche el mundo es un poco más triste, pero así lo siento yo también, y así lo escribo yo también. En algún lado deben de andar hoy las utopías llorando la pérdida de uno de sus creadores, de uno de sus defensores.
   Era Labordeta una de esas pocas personas en las que la palabra libertad sonaba cercana y posible en sus labios.
   Son muchos los recuerdos de Labordeta que se amontonan en mi dolor en estos momentos. El Labordeta poeta, el Labordeta cantautor, el Labordeta diputado sin pelos en la lengua que reprochó a los fantasmas del pasado su actitud con un ¡A la mierda, joder! memorable desde la tribuna del parlamento, el Labordeta caminante, mochila al hombro, que nos hizo conocer un poco más la vida sencilla de las gentes sencillas de sentimientos sencillos. Uno de los recuerdos que se me vienen ahora es el de un concierto de él en el teatro Leal en La Laguna, allá por los años ochenta. Después del concierto se organizó una reunión de amigos en casa de una persona conocida de La Laguna a la que asistió José Antonio. Cuando yo llegué me encontré a los asistentes sentados en sillas dispuestas en círculo, y uno de lo pocos sitios que quedaban libres era precisamente a la izquierda de Labordeta. Allí me senté yo con un buenas noches, maestro, buenas noches, chaval. Guardo en la memoria los guiños de complicidad que me dedicó en el rato que estuvimos juntos, los poemas suyos leídos en aquella reunión, su reticencia a volver a cantar algunas de sus canciones, guitarra en mano, aduciendo problemas de garganta. Al acabar la velada, él se levantó y me queda el apretón de manos que nos dimos en la despedida con un gracias por todo de mi parte y un ha sido un placer estar con vosotros por la suya. Cuando nuestras manos se separaban me susurró al oído queda mucho por hacer, chaval, no hay que abandonar el camino.
   En el camino he intentado seguir hasta ahora, compañero. Ahora ya sin tu compañía.
   Probablemente, ésta sea una muerte anunciada más. Sabíamos de su enfermedad. Un libro escribió sobre ella. Pero no por esperada es menos dolorosa la transición a un mundo sin Labordeta, sin sus canciones (que no morirán nunca) y sin sus poemas (que nos quedan para siempre).
   Adiós, compañero, maestro, amigo. Hasta la vista.
   Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos a Labordeta siempre entre nosotros. Echaremos nuevas raíces por campos y veredas para poder andar. Porque somos como esos viejos árboles batidos por el viento.
   Que el futuro sea el canto de tu esperanza.


1 comentario:

  1. Apercibiéndome de que existo en este mundo, estoy convencido de que,
    en una forma u otra, existiré siempre; y a pesar de todos los
    inconvenientes que conlleva la vida humana, no pondré reparos a una
    nueva edición de la mía, esperando, sin embargo, que las erratas de
    la última puedan ser corregidas.

    BENJAMIN FRANKLIN

    Se marchó uno de los grandes.

    Saludos querido amigo

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