miércoles, 25 de agosto de 2010

Una cuestión nuclear


   En estos últimos tiempos tres noticias han llamado mi atención, aunque todas ellas han saltado a la luz pública distanciadas en el tiempo entre sí (es lo que tiene esto de la memoria histórica, que, si la ejercitamos a menudo, nos hace relacionar hechos y acontecimientos y reflexionar sobre ellos). La primera de ellas (aunque no cronológicamente) es que en Alemania se ha levantado hace poco la veda para la caza del jabalí. Y allí van los cazadores teutones, pertrechados con sus rifles de alta precisión y su indumentaria cuasi militar, a lanzarse al monte a la búsqueda del cochino salvaje para cobrarse sus piezas. Hasta aquí nada anormal. Lo singular de la noticia es que cuando un alemán caza un jabalí debe comunicarlo a las autoridades para que se le realice a la carne del trofeo un análisis del nivel de radiactividad que corre por sus venas. Y es que el desastre de Chernóbil aún sigue teniendo efectos en el medio ambiente que se vio alterado por la nube radiactiva que aquellos días sobrevoló buena parte del territorio alemán. De esta forma, si la carne del animal presenta unos niveles altos de radiactividad en su organismo, el estado paga una cantidad al cazador para evitar el consumo humano de la carne envenenada. Dicho sea de paso, esa cantidad que la administración paga es superior al precio de mercado del animal, por lo que los cazadores cruzan los dedos cuando apuntan al entrecejo de un jabalí para que su carne brille en la oscuridad.
   La segunda noticia es que la ola de incendios que ha sufrido Rusia en las últimas semanas, además de tener los catastróficos efectos sobre el medio ambiente de todo incendio forestal, tiene unos efectos añadidos derivados, éstos también, del desastre de Chernóbil. El fuego ha llegado a afectar a la zona contaminada por aquel accidente y ha hecho que una nube de ceniza radiactiva originada por la quema de árboles y matorral con un alto nivel de radiactividad vuele de nuevo al capricho de los vientos por la vieja Europa. Desconozco si algún técnico con ganas de trabajar se ha parado a analizar las consecuencias que puede tener esta nube de cenizas nucleares, pero seguro no trae nada bueno.
   Y la tercera noticia nos coge algo más cerca. Hace unos pocos meses, varios ayuntamientos españoles se daban cachetones en la lucha por conseguir que en su territorio se construya el proyectado cementerio para almacenar la basura nuclear generada por las centrales nucleares españolas. Es éste un viejo proyecto de las autoridades para dar salida a esos residuos en su apuesta por no desterrar la generación de energía eléctrica a partir de la fusión del átomo. Se trata de unos residuos con una media de vida activa de ¿cuántos? ¿Cincuenta mil años? ¿Más? No tengo el dato concreto pero, para quien de esto sabe lo básico sin ser ingeniero ni físico nuclear, sé que esta materia se degrada muy lentamente y su nivel de radiactividad permanece durante decenas de miles de años, si no centenares de miles de años.
   Está claro que no queremos aprender la lección que Chernóbil nos dejó. De nada me valen los argumentos de que las centrales nucleares son seguras y están muy controladas. Por mucho dinero que se destine a la seguridad de estas instalaciones, no es posible hacer desaparecer por completo el riesgo de accidente (y hablamos de miles de millones de euros). Y si ese riesgo es de un cero coma uno por ciento muy pequeñito, esa pseudoseguridad no me compensa por los enormes daños que un solo accidente puede ocasionar durante una cantidad inimaginable de tiempo. No quiero pensar qué ocurriría en una zona que abarque Extremadura, Andalucía y la mitad sur de Portugal si una de las centrales nucleares que hay por ahí tiene un accidente parecido al de Ucrania en 1986. Prácticamente la mitad del territorio español sería inhabitable durante milenios. Y no digamos ya los efectos de una nube radiactiva arrastrada miles de kilómetros por los vientos hacia donde sea. Si es hacia el oeste, se contaminaría el océano Atlántico; si es hacia el este, se contaminaría el Mediterráneo y toda la tierra que se encuentre por al camino hasta Líbano por lo menos; si es hacia el sur, sus efectos podrían sufrirse en el norte de África y en estas islas; y si es hacia el norte, que Europa se agarre los machos.
   Ya digo, el riesgo de sufrir esos efectos catastróficos (quisiera encontrar una palabra que multiplique catástrofe por mil millones) no me lo compensan los argumentos que sostienen que se trata de una forma limpia de generar energía eléctrica en estos tiempos de calentamiento global. ¿Limpia? ¿Es limpia sólo porque no genera CO2? Si tan limpia es, ¿para qué se necesita un basurero nuclear?
   Me temo que podemos estar dirigiéndonos hacia un futuro en el que estas cosas se nos pueden ir de las manos. Lo malo es que basta que se nos vaya de las manos una sola vez para joder para siempre un país entero. Eso sí, mientras tanto, el capital hace negocio con nuestra seguridad, y hay quien está dispuesto a participar de un pedazo del pastel, por pequeño que sea (con un basurero, por ejemplo) al grito de pan para hoy y mañana ya se verá.

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