sábado, 25 de agosto de 2012

La visión



     Cuando comprendió que no llegaría a ver el final del túnel, el futuro se presentó ante él a la luz de una antorcha.

sábado, 18 de agosto de 2012

El fuego de la ira alimentado con pinocha


     Circula por ahí esta fotografía de Javier González Ortiz, consejero de Economía, Hacienda y Seguridad del gobierno de Canarias, en la que se le atribuyen unas declaraciones en el sentido de que la pinocha no condiciona la propagación del fuego en nuestros montes. No sé si este consejero hizo esas declaraciones o no. Por más que he buscado en internet una fuente que me las confirme no la he encontrado, así que las pongo en cuarentena, no sea que al final sean un bulo. Pero si de pinocha e incendios forestales hablamos, no estaría de más recordar las declaraciones de algunos vecinos de Vilaflor y Guía de Isora cuando estaba vivo el incendio en Tenerife hace pocas semanas. En un artículo del diario La Provincia, titulado precisamente La mecha de la pinocha, un vecino que se resistió a ser desalojado de su casa y permaneció por la noche en ella, cuando debió haberse ido, contaba que vio cómo la pinocha empezaba a arder y le daba alas al incendio. En ese mismo artículo, los vecinos, unánimemente, mostraron su desacuerdo con que las administraciones públicas prohíban y pongan obstáculos a la recogida por parte de la población de algunos recursos forestales (piñas, ramas, pinocha...), y expresaban su malestar por la dejadez de esas mismas administraciones a la hora de limpiar los montes para prevenir incendios.
     Que los montes no están limpios lo puede comprobar cualquiera si se da un paseo por Canarias. Quien hoy suba a Las Cañadas, en la isla de Tenerife, comprobará que durante todo el camino la carretera está invadida por montones y montones de pinocha. Si así está la carretera, cómo estará el suelo del pinar. Basta con que algún descerebrado arroje un cigarro encendido por la ventanilla del coche para que nos caiga encima un nuevo incendio en el monte de La Esperanza. Lagarto lagarto. En el artículo de La Provincia un vecino lo dijo de forma muy gráfica: Hay zonas en las que, si se tirara una colilla, arderían en cinco segundos. Y no hay que ser una gran lumbrera para reconocerle la razón a ese vecino. Todos los que vivimos en estas islas conocemos la pinocha. De niños hemos jugamos con ella los domingos de campo. Y si una cosa aprendimos desde muy temprano es que con la pinocha se pueden hacer muchas cosas, pero nunca nunca nunca acercarle un mechero o una colilla encendida. Es paja seca. Es combustible. Si un fuego, por pequeño que sea, se acerca a ella, su voracidad crece de forma exponencial. Un buen montón de pinocha arde que te cagas. Así que si el señor consejero dijo eso de verdad habrá que exigirle responsabilidades por ello. Por mentir o por no tener ni puta idea de lo que habla. Pero lo que sí que tendría que tener este consejero es la valentía suficiente para salir a la palestra a enmendarle la plana a su flamante presidente, o bien el presidente desautorizar a su consejero. Paulino Rivero se dedica estos días a levantar columnas de humo para despistar la atención de las causas de los incendios, de su mala gestión, de la falta de medios y de los recortes presupuestarios en las cuadrillas de montes y su limpieza. Acusa el presi al estado de no conceder a Canarias más hidroaviones antiincendios. Pero es que hace sólo un par de días, el catorce de agosto, Javier González Ortiz manifestó que Canarias cuenta con medios más que suficientes y que no se dispone de hidroaviones porque los técnicos aseguran que los helicópteros son más eficaces. ¿En qué quedamos, señores Rivero y González Ortiz? ¿Hacen falta o no hacen falta hidroaviones en Canarias?
     Y así nos va a los canarios. Con un gobierno que hoy dice blanco y mañana negro. Con un gobierno que no atiende a sus obligaciones para una gestión y un cuidado racional de los montes. Con un gobierno que no tiene ni idea de hacia dónde va y se limita a esperar a que los acontecimientos lo atropellen sin ser consciente, o sin querer serlo, que es peor, de que estos incendios le dan una patada al gobierno en el culo del medio ambiente canario y de una ciudadanía desolada que sólo entiende una cosa: nuestros montes se queman este año y lo único bueno que nos queda es que habrá menos árboles que puedan arder el año que viene.
     Mientras escribo esto, La Gomera sigue ardiendo. Ha habido grandes incendios en esta isla. En la memoria de todos está aquel del año 1984 que se llevó por delante la vida de veinte personas, lo que lo convierte en el más dramático de cuantos ha habido en Canarias. Pero en superficie abrasada, en hectáreas carbonizadas, este que padecemos estos días es el mayor de todos en La Gomera. Las imágenes que nos llegan son dantescas. Y Paulino Rivero discute con Arias Cañete, ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente del gobierno de España, sobre hidroaviones. Como si él, en calidad de presidente del gobierno canario, no tuviera responsabilidad ninguna más allá del despeje de balones. En este impactante vídeo de Antena3 pueden verse los efectos devastadores del fuego en La Gomera. Me he quedado sin palabras al verlo, pero no sin pensamientos. Pensé en Paulino Rivero, en Javier González Ortiz...
     Y en quienes han estado durante catorce días metidos entre el fuego dejándose la piel para apagarlo. Cuando este desastre pase, mi siguiente artículo en el blog estará dedicado a ellos. Entonces no hablaré del gobierno de Canarias y sus nefastas políticas medioambientales, ni del gobierno de España y sus indolentes ajustes presupuestarios y políticas neoliberales. Les dedicaré el silencio con todo mi desprecio hacia ellos. Mi siguiente artículo estará dedicado a todas esas personas que, ante una situación como esta, se arremangan y olvidan las humillaciones y agresiones que vienen sufriendo para dejarse las fuerzas en un único fin: apagar esto, apagarlo cuanto antes.
     La gran mayoría de ellos son empleados públicos.

martes, 14 de agosto de 2012

Por fin, un político ladrón




     Dice el conocido dicho que cuando uno señala a la Luna, el tonto mira al dedo. Siempre que alguien se esfuerza en poner ejemplos para exponer un argumento o plantear una denuncia aparece, invariablemente, quien se queda en ellos para retorcer el debate y hacer como que el viento sopla a su favor. Aunque sea un huracán y le pille de cara metiéndole cisquitos en los ojos. Es cuestión de inteligencia, que no hay por qué presuponerla en todo responsable político hijo de vecino.
     Es un ladrón. Eso tiene un nombre, y es robar. Que caiga sobre él todo el peso de la ley. El debate abierto a raíz de la acción llevada a cabo por el diputado andaluz y alcalde de Marinaleda, de Izquierda Unida, y el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) sigue acalorado varios días después del asalto a dos supermercados. Juan Manuel Sánchez Gordillo (el diputado alcalde) y militantes del SAT se llevaron por el morro, bajo la luz de los flashes de los medios de comunicación, varios carros de alimentos no perecederos para cargarlos en sus vehículos y repartirlos después entre los más necesitados. Entre los pobres. Al más puro estilo robinjudiano. Robar a los ricos para repartir entre los pobres. Moderno salteador de caminos que no tiene un bosque de Sherwood en el que esconderse, aunque sí una encina bajo la que cobijarse. Y ahora que apechuguen los ladrones (o hurtadores, que habrá que ver si fue robo o hurto, galgo o podenco) con las consecuencias. ¡Que viva Gordillo, valedor de los sin nada! ¡Que le cooorten la cabeza!
     Desde entonces, digo, el debate está que no para. La primera gran discusión discurrió sobre si lo que hicieron estos activistas con Gordillo a la cabeza fue o no un robo. O sea, qué bonito ese dedo con el que señalas. Y qué lindo tu anillo, oyes. Y una vez aclarado este punto (robo fue), estos días estamos en las peticiones a la justicia para que se apresure a encerrar a los malandrines en lo más profundo del calabozo de la torre. Carlos Floriano, reluciente y sonriente vicesecretario de organización y electoral del Partido Popular, no duda en afirmar que Gordillo está haciendo un flaco favor a las familias y a la solidaridad. Ojo, y a la solidaridad. Tiene guasa, la cosa. Y pide que se le aplique la ley al igual que a todos los que agredieron a los trabajadores del supermercado o participaron en el robo con el mismo rigor que se aplicaría a cualquier ciudadano, pues el cumplimiento de la ley es exigible a todo el mundo en un estado de derecho.
     Y una magdalena.
     País de tontos, por Dios. Que haya que pedirlo, coño, clama al cielo. Sigamos la dirección que señala el dedo de Gordillo y sus camaradas. A ver si somos capaces de ver qué nos quisieron decir con su acción. Salgamos a la calle cuando cae la noche en las grandes ciudades españolas y tomemos conciencia de la enorme cantidad de personas que se ven abocadas a rebuscar en las basuras algo para comer. Que está pasando. Que sí, joder, que está pasando. Todos los días. Los comedores sociales no dan abasto con la gente que hace cola a la hora de la cena. Cáritas está desbordada y los datos que aporta en sus informes sobre la pobreza en España son devastadores, mientras los servicios sociales de las administraciones públicas reciben cada vez menos financiación para sus programas de ayuda y reinserción social por mor de los ajustes presupuestarios y la lucha contra el déficit generado, entre otras causas, por la billetada pública que se ha llevado de rositas y por la jeta la banca.
     La distancia entre ricos y pobres, desde el año 2008 se ha disparado en este país. Las desigualdades sociales se agudizan. Las grandes corporaciones de especulación financiera vieron la oportunidad de provocar una crisis económica en la que pescar a río revuelto y vaya si están pescando mientras les importa una higa el rastro de miseria que van dejando atrás. Casi seis millones de parados en este país. Más de 1.700.000 familias que no tienen ningún tipo de ingresos. A una media de tres personas por familia, sólo tres, pongamos, nos arroja un resultado de 5.100.000 personas que sobreviven no se sabe con qué. Con esas ocultas y soterradas redes de solidaridad familiar y social que se activan en situaciones como las actuales. Y rebuscando en los contenedores de basura que se empiezan a sellar con candados para que la gente no acceda a alimentos en mal estado, nos dicen.
     Esa insoportable injusticia social, a la que nos han arrastrado las políticas neoliberales que gobiernos como el de Mariano Rajoy y su Partido Popular en España se empeñan en sostener, es la Luna que los militantes del SAT nos señalaron con su dedo cuando entraron en los supermercados andaluces y cargaron hasta arriba los carros de comida que sacaron por la puerta sin pasar por caja. Don Carlos Floriano, puede usted desgañitarse pidiendo la aplicación de la ley a los autores de la denuncia social, y hasta puede que no le falte razón. Ya me gustaría verlo igual de vehemente a la hora de arremeter contra las tramas de corrupción y latrocinio de sus compañeros de partido que han metido la mano en la caja pública hasta el sobaco. Porque el cumplimiento de la ley es exigible a todo el mundo en un estado de derecho (permítame que utilice sus mismas palabras). Pero, por encima de cualquier otra consideración, sea usted capaz, seamos todos capaces, de ver la gravísima realidad social que Juan Manuel Sánchez Gordillo y sus compañeros del SAT denunciaron con su iniciativa. ¿Que fue un robo? ¿Y qué, joder? Pues robo entonces. Por fin, un político ladrón.