jueves, 15 de noviembre de 2012

El charco


     Benito nos hacía señas desde la curva para que nos diéramos prisa, que venía un coche, que corriéramos. Pero no podíamos, apresurarnos era tanto como estropear el charco sin remedio. Si ya era difícil aguantar el pulso y meter el borde del vaso en el agua con mucho cuidado para no remover el fondo y ensuciarla, todo lo complicaba él con sus gestos en la distancia agitando los brazos. Más cerca, está más cerca. Yo le pedía a mi hermana Silvia que fuera con calma, despacio, no te apures. Con la garrafa al lado, íbamos echando en ella la poca agua que sacábamos. Gota a gota. Padre se pondrá hecho una furia si no llevamos suficiente.
     Ya está aquí, anunció Benito, y pudimos oír con claridad el ruido del motor. Inclinado sobre el agua, con la nariz casi rozando la superficie, le dije a Silvia que se hiciera a un lado. Intentaba coger la mayor cantidad de líquido antes de apartarme. La pita del coche me sobresaltó y corrí a la cuneta con la garrafa en una mano y el vaso en la otra. Las ruedas rebotaron en el charco salpicando nuestros pies.
     Nos quedamos mirando el surco de barro que ahora ocupaba el lugar donde antes estaba el agua. Silvia lloraba a mi lado y yo le decía tranquila, encontraremos otro mientras le hacía ven a Benito con la mano. Levanté la garrafa a la altura de los ojos para ver cuánta habíamos recogido. Apenas tres dedos. Poca.
     -Será mejor que volvamos a casa -dije-. No sirve de nada buscar otro charco. El coche los habrá pisado todos.
     Miré al cielo. La tarde caía sin nubes después de una mañana de lluvia. Es hora de cenar. Volvamos.
     Madre estaba en la puerta con la niña colgada de la teta. Miró la garrafa y nos miró a nosotros. No dijo nada.
     Cuando padre volvió casi era de noche. Puso dos papas encima de la mesa y se fue a la cama. La niña dormía en la cuna y hacía ruiditos que le salían del pecho al respirar. Benito, Silvia y yo hacíamos como que jugábamos a salta la piedra sin atrevernos a mirar las papas.
     Madre encendió unas ramitas en el hogar, vació el agua en el caldero y metió las papas sin pelar y sin llorar.

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