Hay olas. El mar está lleno de ellas. Habla con ellas, labora con ellas, ama con ellas y vive por ellas.
Hay olas pequeñas, que no empujan nada. Y las hay impetuosas, a las que nada resiste, olas con carácter capaces de disolver continentes.
Hay olas sutiles, casi musicales. Entonan gemidos en la orilla de los que nacen las gaviotas.
Hay olas transparentes, cristalinas, que sonríen cuando llegan.
Las hay burbujeantes, olas que refrescan los días caldeados del estío.
Hay olas a ras de agua y hay las que alzan el vuelo cuando mueren en la roca y renacen en la maresía para que puedas respirarlas.
Hay olas juguetonas. Son olas que se deslizan en la lava antigua y requiebran charcos otrora excavados, escalan obstáculos y se vuelven a derramar, se demoran en sinuosos devaneos y se retiran escalonándose cual si tocaran un piano invisible.
También las hay con la fuerza de un coloso. Se las ve venir de lejos y, al llegar al acantilado, levantan con un bramido torres almenadas de castillos legendarios que se desmoronan en un susurro multiplicado.
Hay olas que acunan botellas con mensajes ocultos; sueños y deseos que sólo deberían leer las algas y la espuma.
Hay olas habitadas por sirenas y leyendas. Viven agazapadas en historias de viejos marineros.
Y las hay que están locas. Olas desquiciadas que obedecen al empuje de corrientes caprichosas que las hacen desviarse y encararse. Nunca encuentran una orilla que las acoja, ésa es su desgracia.
Hay olas que nacen para ser cabalgadas. En una tabla o a pecho descubierto pero a éstas, siempre, hay que cabalgarlas para conocerlas. Suelen esconder pasadizos secretos.
Hay olas multicolor, hijas del arcoíris que nada en su interior. Y las hay oscuras, opacas, cortantes como el filo de un acero.
Hay olas de calor y olas de frío, pero de esas no hablamos. Son de otros mares, de otros océanos.
Hay olas que nacen en la proa de un navío impulsado por el mismo viento que las mima y alborota. Delfines y ballenas las buscan. A veces las encuentran. Con ellas te saludan.
Hay olas en el mar, y qué mares en algunas olas. Pero la que deseo, la que más envidio, es la ola que atesora la caricia de tu cuerpo inmerso en un baño de luz. En esa quiero y requiero morir. En ella una y otra vez, eternamente morir.
Hay olas en la mar.
Hay olas.
Hay olas pequeñas, que no empujan nada. Y las hay impetuosas, a las que nada resiste, olas con carácter capaces de disolver continentes.
Hay olas sutiles, casi musicales. Entonan gemidos en la orilla de los que nacen las gaviotas.
Hay olas transparentes, cristalinas, que sonríen cuando llegan.
Las hay burbujeantes, olas que refrescan los días caldeados del estío.
Hay olas a ras de agua y hay las que alzan el vuelo cuando mueren en la roca y renacen en la maresía para que puedas respirarlas.
Hay olas juguetonas. Son olas que se deslizan en la lava antigua y requiebran charcos otrora excavados, escalan obstáculos y se vuelven a derramar, se demoran en sinuosos devaneos y se retiran escalonándose cual si tocaran un piano invisible.
También las hay con la fuerza de un coloso. Se las ve venir de lejos y, al llegar al acantilado, levantan con un bramido torres almenadas de castillos legendarios que se desmoronan en un susurro multiplicado.
Hay olas que acunan botellas con mensajes ocultos; sueños y deseos que sólo deberían leer las algas y la espuma.
Hay olas habitadas por sirenas y leyendas. Viven agazapadas en historias de viejos marineros.
Y las hay que están locas. Olas desquiciadas que obedecen al empuje de corrientes caprichosas que las hacen desviarse y encararse. Nunca encuentran una orilla que las acoja, ésa es su desgracia.
Hay olas que nacen para ser cabalgadas. En una tabla o a pecho descubierto pero a éstas, siempre, hay que cabalgarlas para conocerlas. Suelen esconder pasadizos secretos.
Hay olas multicolor, hijas del arcoíris que nada en su interior. Y las hay oscuras, opacas, cortantes como el filo de un acero.
Hay olas de calor y olas de frío, pero de esas no hablamos. Son de otros mares, de otros océanos.
Hay olas que nacen en la proa de un navío impulsado por el mismo viento que las mima y alborota. Delfines y ballenas las buscan. A veces las encuentran. Con ellas te saludan.
Hay olas en el mar, y qué mares en algunas olas. Pero la que deseo, la que más envidio, es la ola que atesora la caricia de tu cuerpo inmerso en un baño de luz. En esa quiero y requiero morir. En ella una y otra vez, eternamente morir.
Hay olas en la mar.
Hay olas.
Hola guapeton en mi blog tienes un premio, pasate a recogerlo si te apetece muakisssssss
ResponderEliminarOndulas y escarceas
tu cuerpo inmenso y soberano,
tu cuerpo trasparente
y sin embargo impenetrable...
Me meces y me agredes
con todo el enigma de tus aguas
distintas y distantes
y sin embargo tan cercanas
que me llaman por mi nombre:
“Baja, sumérgete en el cristal
de mi cuerpo cambiante,
ven a ver mis delfines
y mis tiernos hipocampos,
baila con mis pulpos y mis estrellas,
abraza el profundo silencio
de mis simas y mis rocas”.
Y desde este alta mar
que besa tu cuerpo hoy calmo
yo dudo de continuo
entre la tierra que me atrapa,
el aire que me lleva,
y el agua que me llama.
Te digo: “espérame,
dile a tus peces y a tus algas,
a tus misterios insondables,
a tus enigmas manifiestos,
que estoy preparando mi camino
para el último buceo”.
Y una brisa suave y vaporosa
acaricia tenue mis mejillas...
Dobles gracias, Orquídea.
ResponderEliminarGracias por compartir ese premio que tienes bien merecido. Me haces sentir halagado.
Y gracias por ese bonito poema que dejas en este rincón. Merecería la pena sacarlo de aquí y exponerlo a la luz de las entradas del blog.
Un beso fuerte, amiga.
Bravas y desafiantes o sosegadas y sutiles, como nosotros mismos, según el momento que nos toque vivir. Las olas que mecieron las cunas de todos los isleños, las mismas transportan en su espuma la esencia de todos los que duermen en sus vientres.
ResponderEliminarY la que tú deseas, hija de otros océanos...
Felicidades por tus Olas.
Un abrazo