Cogió todo su dolor, lo apretó fuerte en un tarro grande de cristal, sin aristas, lo selló con su rabia y se acercó a la orilla del mar para arrojarlo al olvido. Juró no volver jamás a aquel lugar.
Un día decidió alejarse definitivamente de la maresía. Cada vez que regresaba, las olas le devolvían un rumor de cristales rotos.
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