jueves, 22 de julio de 2010

El peor de todos, Paulino

   En su edición del 17 de julio, el diario EL PAÍS publicó una noticia con los resultados de un barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la valoración ciudadana de los diecisiete presidentes autonómicos. Según la muestra, Paulino Rivero es el presidente peor valorado por la ciudadanía y ocupa el último puesto de la fila.
   No puedo decir que esos datos me hayan sorprendido. Sorprende más que el actual presidente del gobierno de Canarias, a pesar de conocer el suspenso con el que los canarios valoramos su gestión, esté empezando a mover sus fichas para repetir como candidato de Coalición Canaria en las próximas elecciones autonómicas. Su ambición no tiene límites. Y sorprende aún más que tenga posibilidades de alcanzar su objetivo.
   De todas formas, me resulta descorazonador lo que se ha hecho en estas islas durante los últimos diecisiete años y lo que todavía se puede hacer con nuestra tierra. No deja de ser significativo que en todo ese tiempo, durante el que Coalición Canaria ha protagonizado la vida política en Canarias, no haya repetido ningún presidente. Primero fue Manuel Hermoso, luego Román Rodríguez, después Adán Martín y hoy Paulino Rivero. Alternancia de personas en el cargo que se viene repitiendo desde que el primero de ellos, allá por el año 1993, siendo vicepresidente, optara por dar un empujón fuera del terrero a quien era su socio en el gobierno, Jerónimo Saavedra. Y digo que es significativa esa sucesión de personas distintas porque no se ha dado en ninguna otra comunidad autónoma del estado. Si pensamos en otros territorios en los que en los últimos quince años haya gobernado la misma fuerza política comprobamos que lo normal es que una persona repita como candidato y presidente más de una vez. Pienso en Galicia, Extremadura, Cataluña, País Vasco, Andalucía y algunas otras. Son comunidades en las que un partido lleva mucho tiempo gobernando y una persona se distingue por abanderar esos proyectos. Podemos estar de acuerdo con esas personas y con esos proyectos o no, pero ahí están. Fraga en Galicia, lendakaris en el País Vasco que, aunque cambian, no lo hacen cada cuatro años, Jordi Puyol en Cataluña, Manuel Chaves en Andalucía, Ibarra en Extremadura, etc. Son personas que abanderan un proyecto y durante un tiempo lo escenifican, lo llevan a la práctica, lo dirigen. Es decir, que hay un proyecto. Y un proyecto de futuro, más o menos perverso, más o menos esperanzador, pero proyecto al fin y al cabo.
   En Canarias no. En Coalición Canaria nadie tiene un proyecto de futuro para estas islas y nunca lo ha habido. Jamás. Lo que hay son ambiciones personales porque Coalición Canaria nace de la conjunción de muchas ambiciones personales y empresariales. Lo que hay en Canarias son personas que cada cuatro años empiezan a dar codazos a diestro y siniestro buscando posicionarse en el primer puesto de salida para llegar a ser candidato a la presidencia y, pasado el trámite burocrático de las elecciones, presidente. Por eso en Canarias nadie abandera un proyecto. Porque no hay un proyecto político. Y las consecuencias de esto son muy graves. Las islas navegan a la deriva hacia un futuro político y económico que nadie sabe muy bien por dónde nos llevará y a dónde nos conducirá.
   Una de las consecuencias de esto (una de las muchas que se pueden desprender de esta situación) es la instrumentalización que esas personas hacen en beneficio propio de las administraciones públicas. Después de haber conseguido los apoyos necesarios para lograr ser candidato dentro del partido, quien consigue el nombramiento de presidente luego tiene que pagar esos favores prestados. Y una de las primeras formas de hacerlo es el reparto de los puestos en la administración. Después de cada elección autonómica, en el seno de la administración de la comunidad autónoma se produce un auténtico terremoto organizativo provocado por las destituciones de directores generales y altos cargos y los nombramientos de los nuevos. Unas veces el apoyo llega desde dentro de la propia Coalición Canaria a través de las islas más pequeñas. Entonces hay que repartir las consejerías entre esos aliados, y esta consejería, con todas sus direcciones generales es para los majoreros, y esta otra para los herreños, y para los palmeros estas direcciones generales y estas viceconsejerías. Para los conejeros y gomeros, como no apoyaron tanto, se quedan con sólo una o dos direcciones generales bajo la vigilancia de un consejero de la línea que sí apoyó. Otras veces el apoyo para ser presidente viene vía parlamentaria desde otro partido (como ocurre en la actualidad, porque Coalición Canaria ya es incapaz de aglutinar el apoyo masivo de la gente de la calle al haber perdido peso político elección tras elección), y entonces el reparto es entre partidos. Estas consejerías para ti y estas otras para mí. Y si a ese partido que apoyó no le interesa, por la razón que sea, una parte de una de las consejerías que le tocó en el reparto no pasa nada, se rompe la consejería y para ti este trozo, yo me quedo con el otro. Así, en más de una ocasión, al tomar posesión un gobierno en Canarias, las consejerías se rompen en cachos y se vuelven a armar, como si de un mecano se tratara, en función de los intereses partidistas, personales y empresariales de quienes se van a encargar de la gestión de la cosa pública durante los siguientes cuatro años.
   Y de esta manera, los directores generales, que debieran ser gestores acreditados de la cosa pública, pasan a convertirse en comisarios políticos nombrados en función de las prebendas políticas prometidas antes de las elecciones o después, si el gobierno es fruto de un pacto parlamentario. Y así se han dado casos en esta administración canaria nuestra de directores generales de transportes que son propietarios de grandes flotas de guaguas, o algún director general de agricultura propietario de grandes terrenos y de cultivos de viñas y plantones de viñas para vender. Es decir, personas con un interés empresarial directo sobre las competencias que debe gestionar desde la imparcialidad y con vocación de prestar un servicio público. Y así nos va.
   Con esta forma de actuar, durante estos diecisiete años la administración de la comunidad autónoma se ha ido pudriendo bajo la dirección de esta miríada de comisarios políticos más interesados en sus objetivos partidistas, personales o empresariales que en el bienestar de la sociedad canaria y su futuro político, social o económico.
   Y con esa gente ha tenido que lidiar durante todo este tiempo un colectivo de empleados públicos que, obligados a actuar con sujeción a las leyes, muchas veces se ven en la tesitura de enmendarle la plana a los directores generales, viceconsejeros o consejeros con informes técnicos que desacreditan proyectos que éstos quieren imponer aunque sean ilegales. Y ello es así porque la constitución establece que la ley regulará las garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones del funcionario público. Esa imparcialidad se constituye, pues, en una garantía para los ciudadanos que, en última instancia, cuentan con empleados públicos que en ocasiones han de constituirse en dique de contención legal de las arbitrariedades de estos gestores políticos.
   Pero la cosa puede cambiar. Porque esos gestores, hartos ya de no poder instrumentalizar al cien por cien las administraciones públicas en beneficio propio, preparan hoy en Canarias un proyecto de ley de la Función Pública que, entre otras medidas, prevé la posibilidad de remover de su puesto al funcionario que no se pliegue a los intereses del político de turno a través de un mecanismo, denominado evaluación del desempeño, regulado de una forma tan vaga y abstracta que permite apartar de su puesto a un funcionario sin sujeción a un procedimiento objetivo y transparente (prácticamente a voluntad), además de prever, ese mismo proyecto, la generalización de la libre designación como procedimiento de asignación de puestos funcionariales. Es decir, el político podrá decidir asignar un puesto a un funcionario a dedo y a dedo quitarlo si no hace lo que le pide para poner a otro en su lugar que sí lo haga.
   Se trata de algo parecido a lo que se ha hecho con la norma que regula el catálogo de espacies protegidas en Canarias, que podrá desproteger especies en función de los intereses de quien gobierna (ahora, Coalición Canaria). Pues eso que hicieron con el medio ambiente para favorecer la puesta en marcha de proyectos como el puerto de Granadilla, pretende hacerlo ahora en la función pública para apartar sin mayores problemas al funcionario que se empeñe en respetar la legalidad vigente para informar negativamente cualquier proyecto personal, político o empresarial de quien esté al mando en ese momento. Digámoslo claro, se quiere facilitar, con este anteproyecto de ley de la función pública, la instrumentalización de las administraciones públicas en beneficio propio.
   Y Paulino Rivero, aprovechando la decadencia cuasi mortal en la que se encuentra Coalición Canaria, que lanza sus últimos estertores como partido político, quiere aprovechar la ausencia de un competidor o competidora en la organización para postularse nuevamente como candidato a la presidencia del gobierno de Canarias y, de esta forma, garantizar dos cosas (entre otras): que la ausencia de proyecto sigue dirigiendo nuestro futuro y la continuidad de una sistema que sacrifica lo público en beneficio de lo privado. Y ello sin importarle un comino que la ciudadanía canaria le haya sacado los colores valorando su gestión como la peor de todas.
   Paulino quiere seguir siendo el último de la fila cuatro años más. Y a Canarias que le den.

jueves, 8 de julio de 2010

Examen de sobresaliente... o más


   Sin comentarios

Es el mar




   Probablemente fue la luz del mar lo que primero me hizo soñar al poco de nacer.
   El mar ha estado siempre acompañando mi andar por la vida con paso firme por momentos, vacilante casi siempre.
   Es el mar, depositario de mis secretos, recibidor de muchos de mis grandes momentos de relax y recipiente en el que verter lágrimas, más amargas y saladas que sus aguas, y alegrías. Las mismas lágrimas y las mismas alegrías que siempre me devuelve y arrebata.
   Es el mar el que guarda mis ausencias cuando no estoy, y la primera cita a la que acudo en mi regreso.
   Es el mar la puerta abierta que me invita a cruzar sus fronteras para descubrir los mundos y realidades de sus otras orillas.
   Es el mar, con su voy y vengo y vuelvo a ir, una metáfora de la vida misma que me balancea en su vaivén.
   Es el mar el compañero imperturbable que no me ríe las gracias ni me llora las desgracias. El que simplemente está. A veces con esa luz fría como la muerte, a veces cálida como una emoción. Cruel y tierno. Verdugo y hospitalario. Amenazador, tentador. El que sabe ser duro como el acero y blando como una caricia.
   Es el mar mi lugar común en el que estás y no estás, en el que me pierdo y me reencuentro. Es el mar que sabe ser, que sabe hacerme y deshacerme.
   Es el mar.

jueves, 1 de julio de 2010

Huelga en el metro de Madrid

   Estos días ha sido noticia la huelga que han llevado a cabo los trabajadores del metro de Madrid por el recorte de salarios que la comunidad les ha impuesto. Y lo más suave que se ha dicho de esta medida drástica es que se trata de una huelga salvaje. 
   De los medios de comunicación que he consultado al respecto, ninguno escapa a ese calificativo. El País, Público, El Mundo, informativos televisados, periódicos digitales… Todos parecen haberse puestos de acuerdo en tildar de salvaje la huelga protagonizada por estos trabajadores.
   Tiempos difíciles son estos que vivimos. Quizá sea el estilo de vida que nos impone esta sociedad tecnológica que hemos construido. Tal vez, el ritmo acelerado en el que estamos sumergidos en nuestra vida diaria. Lo cierto es que parece que nos hacemos inmunes a la empatía y estamos perdiendo la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Si algo nos molesta o nos estorba echamos pestes del causante de la molestia sin pararnos a mirar más allá de nuestra propia satisfacción.
   Es curioso que en estos casos (pues no es la primera vez que una huelga secundada de forma mayoritaria por un colectivo de trabajadores es tachada al instante de salvaje) quien carga contra los trabajadores nunca habla de servicios mínimos salvajes, ni de estrategias empresariales salvajes, ni de despidos salvajes. Porque salvajes son los servicios mínimos que la comunidad de Madrid decretó para esta movilización con un único objetivo: desnaturalizar el derecho de huelga, vaciarlo de contenido, desarmar al colectivo. En definitiva, vulnerar el derecho de huelga.
   Y qué quieren que les diga. A mí me parece bien que de vez en cuando alguien dé un puñetazo en la mesa cuando se le arrebatan sus derechos. Y si ese puñetazo en la mesa entorpece el normal desarrollo de la vida en una ciudad como Madrid, me parece loable y admirable la valentía de quien lo da. Porque no olvidemos que lo que han hecho los trabajadores al no respetar los servicios mínimos en su primer día de huelga es nada más y nada menos que, en los tiempos que corren, poner en la picota sus propios puestos de trabajo para que toda la sociedad se entere de la injusticia que se quiere cometer con ellos. Que levante la mano quien tenga un trabajo fijo hoy día y esté dispuesto a hacer lo mismo. Chapó por ellos.
   Pues que se recurran los servicios mínimos, dirá quien de esto entienda un poco. Vale, se recurren. ¿Y de qué sirve? Dentro de dos o tres años un tribunal de justicia da la razón a los trabajadores y dictamina que aquellos servicios mínimos vulneraron el derecho de huelga. La comunidad se pasó de la raya y coartó el ejercicio efectivo del derecho de los trabajadores.  Pero no se exige responsabilidades a nadie. Ni a quien redactó el decreto, ni a quien lo firmó, ni a quien, en última instancia, es máximo responsable: quien preside la comunidad de Madrid. En este caso, Esperanza Aguirre. Aquí no ha pasado nada.
   Y a cuenta de esta acción reivindicativa, los medios de comunicación no sólo han hecho correr mucha tinta para describir como viles bandidos a los trabajadores sino que también se han prestado a ser voceros de las opiniones de la gente… que está en contra de la huelga. Y ahí están las declaraciones de una ciudadanía anónima que se convierte en protagonista por un día para arremeter contra estos malvados que me han hecho perder una mañana de trabajo, que me han obligado a estar más de una hora en una parada de la guagua, que me han hecho perder la hora en la peluquería de mi perrito, míralo qué lindo. En toda esta amalgama de declaraciones no podía faltar uno de los argumentos más socorridos estos días: pero, ¿de qué se quejan? ¿De que les recortan el sueldo? Pero si son unos privilegiados por tener un trabajo fijo.
   Privilegiados.
   Sinceramente, empieza a aterrarme ese discurso. Porque muy poca gente parece darse cuenta de la mutación que refleja, de lo que subyace en el fondo. En esto de la globalización de las políticas y filosofías neoliberales que poco a poco están impregnando nuestra cultura, nuestra forma de pensar y de vivir, nuestras ideologías, creo que pocas cosas satisfacen más a los adalides de esta nueva realidad que el hecho de que se vea como algo normal y natural la transmigración de los derechos en privilegios, la metempsicosis que tiene lugar tras la muerte de los derechos, cuya alma se reencarna en privilegios.
   Pues yo me niego a eso. Me niego a admitir que los derechos hayan muerto. Trabajar, tener un puesto de trabajo, no es un privilegio, joder. No lo es. Trabajar es un derecho. Así está reconocido en el artículo 35 de la Constitución, esa norma de la que nos acordamos cada 6 de diciembre y que es la gran olvidada los otros 364 días del año (y no es que yo me considere un gran defensor de ella, pues creo que debiera recoger otros derechos que no regula). Si hoy ese derecho está siendo desnaturalizado por una situación económica que destruye puestos de trabajo (y otros derechos), lo que tenemos que hacer es alzar la voz en defensa de nuestros derechos antes de que acaben cayendo en el olvido para regocijo, y en beneficio, del gran capital (hacía tiempo que no usaba esa expresión). No caigamos en la trampa de convertirnos en la primera línea de defensa y ataque de quienes quieren convertir nuestros derechos en privilegios. Porque los privilegios no se exigen, se mendigan. Y los derechos nos han costado siglos de luchas poder conquistarlos.
   El trabajo no es un privilegio, es un derecho. La sanidad pública no es un privilegio, es un derecho. La educación pública y gratuita no es un privilegio, es un derecho. Los servicios sociales no crean privilegios, crean derechos.
   Empecemos a pensar en estos derechos como dádivas que el estado nos da porque somos buenos, o porque la administración es así de generosa, y no tardará en llegar el día en que surgirá el discurso de que las administraciones públicas no pueden hacer frente a todas esas prestaciones, en que nos argumenten que es la iniciativa privada, previo pago de un justiprecio, quien debe hacerse cargo de esos servicios. Entonces, los servicios públicos que hoy ampara el estado del bienestar pasarán a ser prestados por empresas privadas sólo a quienes tengan el poder adquisitivo necesario para costeárselos. Entonces, los derechos, definitivamente, se habrán convertido en privilegios… ¿Pero qué digo llegará el día? ¿No es eso lo que está sucediendo ya?
Da grima pensar que en el futuro, en las clases de historia, se estudiará la época del auge de los servicios públicos y los derechos en el siglo XX como algo ya superado. Y habrá historiadores que analizarán lo sucedido y dirán que todo empezó cuando alguien dijo que los empleados públicos, o los trabajadores del metro de Madrid, o las trabajadoras de Mercadona, o los trabajadores de Leroy Merlin, o los de Renfe, o los de telefónica, o los de la banca, o cualquier trabajador, en fin, que tenía un puesto fijo, eran unos privilegiados porque tenían un trabajo.

Campanas bajo el agua

Sólo los nacidos en sábado pueden oír el sonido de las campanas bajo el agua.
 
Foto de una presentación de Helen Acosta, artista originaria de Arucas y afincada en Alemania.
Un beso, Helen.