Sus dedos inquietos y rugosos no volverán a regalarnos ese toque especial que reflejaban sus ojos cuando acariciaba el marfil caliente de un piano ligero como su alma. Su corazón no volverá a fundirse con la música que le nacía y los ritmos que le hacían.
Bebo Valdés se ha ido y no son negras las lágrimas que derrama el piano que con él se va. Son sólo lágrimas. Las que se merece. Las de todos. La de Bebo.
Adiós, maestro.