sábado, 29 de octubre de 2011

Esas historias que nos calaron

    Hay historias que tienen un no sé qué, historias que nos tocan una fibra concreta que no sabemos identificar. Supongo que todos albergamos dentro alguna de esas. Bien sea porque nos la contaron muy temprano en la vida y nunca la olvidamos por más que el tiempo se haya empeñado en ello; bien sea porque nos dice algo especial que difícilmente podemos explicar con palabras; bien sea porque de alguna manera nos sentimos identificados con ella, o con sus protagonistas; bien sea, en fin, porque nos interpela de algún modo, y lo hace desde mucho y parece que para siempre.

    Yo tengo la mía, y cada vez que me tropiezo con ella me cautiva de tal forma que me quedo enganchado hasta el fin. Aunque me sepa de memoria el devenir de la acción, la secuencia de los hechos, las respuestas a las preguntas y las preguntas que no obtienen su respuesta. Da igual. La obra de Alejandro Dumas El conde de Montecristo tiene para mí ese no sé qué. Probablemente fue uno de los primeros libros que leí cuando empezaba a sumergirme en el universo de la palabra escrita. Luego la oí contada en la radio en una época en que todavía la gente se sentaba por las tardes ante el receptor para escuchar narraciones dramatizadas. Más tarde vinieron sus versiones cinematográficas. Y son unas cuantas, todas ellas con sus propias particularidades y todas ellas sin contener la totalidad de lo que la novela ofrece. Cada vez que enciendo la tele y haciendo zapin me tropiezo con alguna de esas versiones siempre me pasa lo mismo, me quedo un poquito más. Si la película está empezando, me quedo hasta ver la traición a Edmundo Dantés. Luego un poquito más, hasta ver el encuentro con el abate Faria. Luego un poquito más, hasta que escape del castillo de If. Y luego hasta que encuentre el tesoro, luego un poquito más, y un poquito más, y otro más. Cuando me quiero dar cuenta, entre poquito y poquito, me he quedado hasta los créditos del final. Y me pongo nervioso cuando arrojan a Edmundo a la sucia celda, y cuando conoce a su maestro y salvador, y cuando se reencuentra con sus enemigos antes amigos, y cuando vuelve a ver a Mercedes, y cuando su venganza se va materializando poco a poco hasta la satisfacción total. Todo ello pese a que sé de antemano qué es lo que va a pasar.


    Hay quien entiende que El conde de Montecristo es una historia de traición, venganza y deslealtad, de odios y revanchas, y no está equivocado quien así piensa. Pero a mí también me gusta considerarla una historia de amistad, de lealtad, de amor y justicia. Con el paso de los años, desde mi primer contacto con ella, esa historia me ha ido atenazando. Quizás sea porque nos cuenta las cosas tal cual no pasan nunca en la vida. Porque en la realidad la justicia nunca es tan completa y compensadora, porque no los hay tan buenos y tan malos, porque los oportunistas desaparecen en la niebla del vivir y acaban medrando, porque Mercedes nunca vuelve. No lo sé. Quizás porque es pura ficción que me atrapa y me pierde en la profunda dimensión de las relaciones entrecruzadas de Edmundo Dantés, Mercedes, Danglars, Villefort y el hijo de puta de Fernando.


    Curiosamente, me doy cuenta ahora, si busco en mi biblioteca no encontraré el libro. Me hubiera gustado conservar el mismo que abrí hace tantos años y cuyas páginas me arrebataron. Un día de estos tendré que poner fin a esa ausencia y sumar El conde de Montecristo a mi colección. Me lo merezco. Si hubiera tenido un hijo habría esperado con impaciencia el momento oportuno para presentarle la historia, regalarle el libro y decirle toma, puede que te guste o no, pero este libro tienes que leerlo.

jueves, 27 de octubre de 2011

La octava isla canaria

    Si me lo permiten, quiero que estas palabras sean un merecido homenaje. Porque creo que se lo merece. Porque siento que se la olvida demasiado y porque no debería ninguneársela de esta forma.

    Hace cuarenta años que en estas islas nuestras (para quien me lea de fuera, sepa que soy canario y en Canarias vivo) no experimentamos en carne propia eso que todos los días en alguna conversación se repite hasta la saciedad en esta tierra: que vivimos en unas islas volcánicas. La erupción de un volcán submarino (ahora lo llaman proceso eruptivo) en la isla de El Hierro nos ha tenido en vilo durante las últimas semanas a todos los canarios. Desde aquel octubre de 1971 en que el Teneguía (un volcán en la isla de La Palma) nos dio un susto y una alegría al mismo tiempo, el subsuelo que nos sustenta no había vuelto a decir ni mu. Pero este año lo ha hecho. Y si bien por ahora parece que todo ha quedado en un peíto de nada, un viento, en El Hierro el fenómeno ha causado daños. Sobre todo a los habitantes de La Restinga. Y sobre todo a los pescadores de La Restinga, que han visto interrumpida su forma de buscarse el pan y no se sabe hasta cuándo van a estar mano sobre mano sin poder salir a faenar en unas aguas que en estos momentos son un caldo de azufre y demás gases tóxicos que han provocado la muerte de no se sabe qué cantidad de pescado.


    A cuenta de lo sucedido en El Hierro muchas son las coñas y vacilones que hoy circulan de boca en boca y por todo esto de internet. Las hay graciosas y las hay que maldita la gracia. Una de ellas (de las que no me hacen reír) anda rulando por facebook, además de por el mundo de los correos electrónicos. Hasta en las noticias sobre la erupción he visto referencias a ella. Me refiero a la memez de ponerle nombre a esa octava isla que durante unos días pareció que podría emerger frente a El Hierro.


    Ponerle nombre a la octava isla canaria.


   Pues no tiene ni pizca de gracia la cosa. Y por eso quiero rendir un homenaje. Porque no tiene ni pizca de gracia. La octava isla canaria está con nosotros desde hace millones de años y tiene nombre. Se llama La Graciosa. Para quien no haya estado nunca en ella, sepa que se trata de un lugar idílico, maravilloso. Pequeñita y encantadora. Un auténtico lujo de isla. Por méritos propios es la legítima octava isla canaria.


    No soy geógrafo ni geólogo, pero curioso, un montón. Y como no lo soy, reconozco que lo que voy a decir puede tener imprecisiones, con lo que desde ya me curo en salud. Pero por lo que sé, he leído y me he informado puedo decir sin temor a equivocarme mucho que lo que está pasando en El Hierro pasa ahí, en El Hierro. No se trata del nacimiento de una nueva isla sino del crecimiento de la que conocemos. Por eso, lo que al final resulte de esa erupción, si es que resulta algo, será parte de El Hierro, y no habrá que buscar nombre a una nueva isla. Y podrá resultar desde nada, porque la erupción se agota en la fase en la que nos encontramos ahora, en la que el magma parece que puede dejar de salir dentro de poco y dar por concluidas sus ganas de fastidiar; o puede resultar un roque en el mar porque la erupción se prolonga durante un tiempo más o menos largo y el material vertido termina por aflorar a la superficie, en cuyo caso habrá que buscar nombre al roque en cuestión, que siempre será parte de El Hierro, como hoy lo es el Roque de La Bonanza, por ejemplo, al que nadie consideraría una octava isla canaria; o puede resultar que la erupción se mantenga activa durante mucho tiempo y el material que aflore por encima de las olas se acumule de tal forma que llegue a tocar la tierra firme que hoy conocemos y el resultado sea el crecimiento en superficie de El Hierro, en cuyo caso habrá que esperar a que todo acabe y la lava se enfríe para disfrutar de nuevos rincones de baño y pesca en esa parte de la isla. Cualquier cosa menos una octava isla canaria.


    Me fastidia que se hable de la octava isla canaria para referirse a lo que no es. El periódico EL DÍA, de Tenerife, tiene una sección llamada “Noticias de la octava isla” dedicada a Venezuela. Y no. Vale que los vínculos entre Canarias y Venezuela son estrechos, pero llamar la octava isla al país caribeño me parece una falta de respeto a La Graciosa. No.


    El Hierro es la isla más joven del archipiélago. Apenas tiene un millón de años, cuando las más antiguas, Lanzarote y Fuerteventura, tienen un montón de millones de primaveras. De hecho, Lanzarote y Fuerteventura, geológicamente hablando, ni siquiera son dos islas sino una sola. Son tan viejitas que la erosión ha provocado que el mar dividiera lo que antes fue unidad, y puede que hasta La Graciosa sea un fragmento más de aquella remota gran isla. Pero si nos vamos más atrás en el tiempo podemos decir que Lanzarote y Fuerteventura no son las islas canarias más antiguas. Las protocanarias, aquellas islas que existieron cuando la humanidad ni siquiera era un proyecto en desarrollo, y puede que ni dinosaurios hubiera, hace tropecientos millones de años, a día de hoy están más o menos a la altura de Huelva, sumergidas en el mar, completamente desgastadas, definitivamente muertas y enterradas. Ese es el destino de estas islas, seguir su deriva hacia el noreste a ritmo de placa tectónica mientras en el oeste se van formando nuevas islas. Y El Hierro aún no ha dicho hasta dónde puede llegar. Está en obras. Su desarrollo no ha concluido, está viviendo su particular explosión hormonal que la irá transformando poco a poco, a golpe de erupciones volcánicas. Algún día pudiera llegar a ser más grande y alta que la Tenerife actual, cuando esta última sea un grupo de islas arenosas y de playas paradisíacas allí por donde hoy están nuestras dos ancianas actuales, una vez desaparecido todo rastro de majestuosidad de papá Teide. Es lo apasionante de este nuestro planeta. Ya lo dijo hace veinticinco siglos Heráclito: todo cambia y nada permanece.


    Además, ¿quién ha dicho que en caso de aparecer un nueva isla canaria en algún punto (y que estos ojitos nuestros la vean) sería la octava isla? A ver, Coco, por favor, ven y danos una clase de contar. Tradicionalmente se dice que las islas canarias son siete. Si entendemos isla como aquella porción de tierra completamente rodeada de mar, algunas más forman nuestro archipiélago. No por el hecho de estar deshabitadas dejan de ser islas. No me voy molestar en recitar el nombre de las siete tradicionales, todos las conocemos (y quien no, que consulte un atlas). La octava, queda dicho, es La Graciosa. Y la novena vendría a ser Isla de Lobos, entre Lanzarote y Fuerteventura. Luego vendrían Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque de Oeste. Todas estas forman lo que se llama el archipiélago Chinijo, de difícil acceso (a excepción de La Graciosa, de libre tránsito) pues se trata de una reserva natural marina y terrestre. En total, trece islas de nada. Si surgiera en estos tiempos una nueva como consecuencia de un volcán sería la decimocuarta isla. Y entonces tendríamos que buscarle un nombre chulo.


    Pero por ahora nuestra octava isla es La Graciosa. Ya llegará el momento en que desaparezca engullida por las aguas. Me da rabia que la hagan desaparecer demasiado pronto engullida por la incontrolable y devastadora marea de la estupidez.


    Va por ti, La Graciosa. Espero volver a visitarte pronto. Con el mismo cariño que les tengo a las demás.

domingo, 23 de octubre de 2011

¿Cómo era? ¿Contra Franco o contra ETA que vivíamos mejor?

    En 1994 la humanidad asistió casi sin importarle un carajo, mirando a otro lado, la que quizás haya sido una de las mayores catástrofes humanitarias en el siglo XX después de la segunda guerra mundial. Me refiero al intento de exterminio total de la etnia tutsi por parte de los hutus en Ruanda. No fue aquella una guerra al uso, no. Los bandos el liza no se alineaban uno frente al otro en el campo de batalla para arrearse mutuamente con balas trazadoras que van y obuses del 75 que vienen (¿existen los obuses del 75?). No se apuntaban y disparaban con artillería pesada para batir las posiciones enemigas. No se apostaron antiaéreos para hacer la vida imposible a la aviación del otro. Y no hubo aviones que dejaran caer sobre la población bombas de racimo que causaran el mayor daño posible, a combatientes o no. No pusieron los hutus coches bombas para hacerlos explotar al paso de una familia tutsi; ni un tutsi se acercó por detrás a un hutu para descerrajarle un tiro en la nuca con una nueve milímetros parabellum. O con un AK-47, que para el caso da igual. No fue la impresionante industria armamentística mundial la que sacó grandes beneficios de aquel enfrentamiento, como suele. No. Más bien fueron los herreros los que sacaron pasta. Porque aquel enfrentamiento se desarrolló a golpe de machete, con escasos tiros (que haberlo, los hubo también). Cuadrillas de hutus exaltados y hasta el culo de alcohol se colaban en los pueblos y aldeas tutsis para pasearse por sus calles asestando machetazos en las cabezas de cuantas personas se les cruzaban por delante. Asaltaban las casas para violar, mutilar y asesinar de forma salvaje a las mujeres. Habrá quien recuerde aquellas fotos de la época de mujeres muertas o a punto de morir a las que arrancaron los pechos con el filo de los machetes, y hasta a mordiscos, mientras las violaban entre tres, cuatro o cinco guerrilleros de la etnia contraria. Un millón de muertos o más. Un infierno encarnado en la tierra. Y la comunidad internacional apartaba la vista, como no queriendo darse por enterada. Y una ONU que empezaba a dar muestras de sus intrínsecas contradicciones e incapacidades. Un millón de muertos. Un espeluznante horror.
    Años después de aquello, en el suplemento del fin de semana del diario EL PAÍS, leí un reportaje de una especie de campo de reconciliación, o algo así, en Ruanda en el que hutus y tutsis convivían y aprendían a superar juntos aquella pesadilla. Cada uno contaba su historia tal y como la había vivido. Unos habían sido verdugos y otros víctimas. Pero se abrazaban llorando y se perdonaban mutuamente las salvajadas cometidas. Aprendían a mirar al futuro y a superar los profundos traumas que el enfrentamiento les había dejado. Confesaré que leí aquel reportaje con la piel erizada, y sólo al llegar al final caí en la cuenta de que por mis mejillas también resbalaban lágrimas de emoción. No recuerdo un reportaje periodístico que provocara en mí un mayor impacto, y he leído muchos.
    Me pasé la tarde de ayer escarbando en el archivo de la web del diario intentando dar con ese reportaje para traerlo a esta entrada en el blog. Pero no lo conseguí. No recuerdo ni la fecha ni el nombre del autor o autora ni el titular. Sí sé que me impresionó tanto que lo guardé en casa, así que por algún lado debo de tenerlo, si es que en alguna de las mudanzas que he hecho desde entonces no acabó traspapelado y perdido. Como escribo desde Las Palmas, y hasta el viernes no regresaré a Tenerife, no veo la forma de dar con él; pero en cuanto vuelva, si lo encuentro, prometo dejar constancia aquí de aquella experiencia.
    El caso es que me ha venido al recuerdo ese reportaje desde que se hizo público el comunicado de ETA en el que anuncia, con sus palabras, el cese definitivo de la lucha armada. Son muchas las voces que se han alzado para felicitarse por el fin del terrorismo de ETA, cada cual achacándolo a lo que quiera, me da igual. Pero no son menos las voces indignadas que parecen negarse a aceptar el paso dado por la banda. Mentiroso, hipócrita o manipulador son algunos de los epítetos que le dedican al comunicado. Ya nos engañaron antes y lo están haciendo de nuevo, dicen, pasando por alto el hecho de que, hasta ahora, ETA nunca había dicho que cesa definitivamente en el uso de la lucha armada para dar paso al diálogo. Y qué quieren que les diga. Me da la impresión de que esa gente se descubre incómoda en un mundo en el que ETA ya no está. Es como si contra ETA vivieran mejor, como si en la lucha antiterrorista encontraran un sentido a la vida que a mí se me escapa en mi humilde forma de pensar. Increíble. Y como esta gente se ve en la necesidad de encontrar argumentos que sostengan su postura, ahora vienen con exigencias que no son de recibo. Y surge el tema del perdón. Tienen que pedir perdón, exigen. Y para qué, me pregunto. ¿Para recibirlos en casa? Si no se trata de eso. Pero en el caso de que ETA hiciera un nuevo comunicado en el que pidiera perdón, barrunto que se iría más allá y se les exigiría algo nuevo. Y no, no puedo estar de acuerdo con que las reglas del juego se cambien constantemente para impedir la superación del conflicto. Hasta ahora lo que se ha exigido al mundo abertzale es que condene la violencia, y a ETA, en particular, que abandone las armas. Bien, pues en los últimos meses esa izquierda ha dicho más de una vez que condena el uso de la violencia como una forma de imponer ideas políticas. De hecho, estoy convencido de que ha sido una de las variables que la banda ha tenido en cuenta a la hora de adoptar la decisión de abandonar la lucha armada.
    A cuenta de esto del perdón se me ocurren unas reflexiones que quisiera compartir. En primer lugar, el perdón no se exige, se da. Da igual que se solicite o no. Si alguien quiere perdonar, perdona. No entiendo que el ejercicio de los principios por parte de alguien dependa de que un tercero ejercite los suyos. Si tú me das, yo te doy. ¿Qué gracia tiene entonces el asunto? Creo que los principios manifiestan su verdadera naturaleza cuando se sostienen aun cuando quien lo hace tiene que tragar por ello piedras de molino tan grandes como montañas. Ahí reside la autenticidad de los sentimientos. Además, quienes en estos días se desgañitan hablando del perdón en su mayoría hacen gala de ser buenos religiosos, buenos cristianos, buenos y fieles seguidores de Jesús. Lo he dicho más de una vez, no soy creyente, pero en épocas pasadas de mi vida lo fui y algo sé de la figura de Jesús. Como, por ejemplo, que él perdonó sin exigir que le pidieran perdón. Si mal no recuerdo, mientras el romano martillaba para clavarlo en la cruz por las muñecas, perdonó a quienes le hacían aquello. Y si mal no recuerdo también, en ningún sitio se dice que el romano, a golpe de martillo, le pidiera perdón por lo que estaba haciendo. Más bien se estaba descojonando. Pero Jesús perdonó y pidió a su dios el perdón para aquellos que lo mataban. Y ahora sus seguidores olvidan ese detalle y exigen una contraprestación para ejercitar esa virtud. En este mundo se mercadea con todo.
    Y esos que se niegan a aceptar el actual estado de la situación son en su mayoría, también, seguidores incondicionales de aquel presidente del gobierno que, como contraprestación al terrorismo, en sus negociaciones con ETA (porque negoció con ETA) hablaba del Movimiento Vasco de Liberación, que manda huevos. El mismo tipo que, siendo ya expresidente, haciendo ostentación de las copas de vino que se había tomado, con mirada vidriosa y voz apelmazada, se atrevió a reírse en público de las campañas de seguridad vial que intentan concienciar del peligro de conducir beodo. Un impresentable.
    Con todo, no quiero hacer desde aquí un llamamiento al perdón de los etarras porque sí. Pretendo sólo poner de manifiesto las contradicciones de ese discurso malintencionado. ETA ha dejado las armas. Alegrémosnos. Celebrémoslo. Sigamos adelante. Tenemos la experiencia de los polimilis. Dejaron las armas y se reinsertaron en la lucha política. Nadie les exigió perdón y ellos no lo pidieron de forma pública, pero en el día a día, a lo largo del tiempo, ese perdón se ha ido pidiendo y dando en las relaciones personales, en la intimidad, en las distancias cortas, allí donde cobra verdadero sentido.
    Queda mucho por hacer ahora. Habrá cosas que negociar y pasos que dar. Las víctimas deberán ser tenidas en cuenta, claro que sí. Nunca olvidarlas. Se les puede preguntar y pedir opiniones, por supuesto. Pero no pueden ser un interlocutor en las conversaciones y negociaciones que se avecinan. No pueden dirigir el proceso que se abre estos días. Lo siento, pero no.
    El recuerdo de aquellos hutus y tutsis que se reunieron años después del intento de genocidio para abrazarse se me hace cada vez más presente en estos días. El que quiera perdonar, que lo haga. El que no, que no lo haga. Cada cual que arrastre su cruz. Pero ETA ha abandonado las armas. Una cerveza a mi salud. Y a la de ustedes. Chin chin.

martes, 18 de octubre de 2011

Fábula del pajarito perezoso


    Era verano y el pajarito disfrutaba junto a sus congéneres de la abundancia de insectos y frutas que ofrecían los bosques. Pasaba el día revoloteando entre las copas de los árboles, jugando al que te pillo con otros pajaritos y cantando desde las ramas más altas para darse a conocer a todo el que lo oyera. Eran tiempos de felicidad y alegría, de vivir intensamente cada nuevo día, de abandonarse al banquete que la naturaleza ponía a su disposición, semana tras semana, mes tras mes.

    Pronto llegó el otoño y sus amigos empezaron a planificar un nuevo viaje que los llevara al sur, lejos de los fríos que se avecinaban, a otras tierras que también tenían mucho que ofrecer. Pero nuestro pajarito se resistía a abandonar sus juegos. Le parecía que los días aún eran largos y cálidos, que era demasiado pronto para pensar en ese agotador viaje, que no era el momento. Poco a poco los árboles fueron perdiendo sus trajes de hojas verdes y se volvieron amarillos, ocres, rojizos. El pajarito seguía revoloteando en torno a ellos sin pararse a pensar en que iban quedando poco pajaritos con los que jugar a las cabriolas y quiebros aéreos al tiempo que atrapaba los cada vez más escasos insectos. Fruta, ya no quedaba ninguna.

    Un día se despertó y descubrió que todos sus amigos se habían marchado. Estaba solo en el bosque. Aún así, resolvió que la hora de marcharse aún no había llegado. El viaje hacia el sur que le aguardaba era tan largo, tan aburrido, tan agotador que no se decidía a emprenderlo. Menuda lata, decía. Se alimentaba de los últimos insectos y en los árboles de los bosques ya no quedaban hojas que le sirvieran de refugio por las noches.

    Y llegó el invierno. Una mañana descubrió que el paisaje había cambiado radicalmente, un grueso manto de nieve lo cubría todo con su blancura traicionera. El frío hizo mella entre sus plumas y lo caló hasta los huesos. Se estremeció. Sí, reconoció, creo que ha llegado el momento de partir. Y alzó el vuelo enfilando hacia el sur. Conforme ganaba altura para volar con mayor comodidad, el frío fue atenazando sus músculos y le hacía cada vez más difícil el batir de las alas. Quizás no haya sido tan buena la idea de demorarme tanto en la partida, pensó. El aleteo se le hacía cada vez más complicado y cansino, sus alas casi no se movían y empezó a perder altura. Cuando quiso darse cuenta, estaba tan congelado que dejó de volar y calló al suelo cerca de un río. Hacía frío. Mucho frío. Tiritaba. Se moría.

    De pronto, una vaca que pasaba por allí sintió un retortijón en el estómago y decidió soltar la bosta allí mismo, justo encima del pajarito, enterrándolo. Sorprendido por el repentino cambio, el pajarito notó que el calor de la cagada avivaba su sangre y su ánimo y se puso a cantar de felicidad. Volvía a estar calentito. No más frío. Y cantó. Y cantó.

    Un gato oyó el alegre canto y se acercó a inspeccionar con pasos cautos, las orejas tiesas y los ojos bien abiertos. Con sorpresa descubrió que el trinar salía de una bosta de vaca y escarbó en ella hasta dar con el pajarito. No cabía en su gozo el minino. Menuda suerte tenía. De un zarpazo sacó al pajarito y de un bocado se lo comió.


    Moraleja de la historia: no todo aquel que se caga en ti es tu enemigo, ni todo aquel que te saca de la mierda es tu amigo. Si estás contento, calentito y feliz, mantén la boca cerrada y no se lo digas a nadie, colega.
   (NOTA): la historia no es mía, pero siempre me ha hecho gracia.

lunes, 17 de octubre de 2011

La media naranja mecánica


    Hasta ahora he resistido los impulsos de sentarme a escribir sobre la violencia de género porque creo que sobre este tema voces mucho más autorizadas que la mía lo hacen en foros a los que podemos acudir para satisfacer nuestras necesidades de información, conocimiento y educación. Pero a cuenta de unas publicaciones de amigos cibernéticos en facebook, he estado dándole vueltas a la pensante y me he decidido.
    No me parece que sea éste un tema de fácil abordaje dada la infinidad de facetas, aristas y orígenes que presenta el problema. La violencia del hombre sobre la mujer en todas sus manifestaciones (no sólo la violencia doméstica) no nace de una causa única. Si así fuera, no habría más que identificar esa causa, eliminarla y asunto solucionado. A otra cosa mariposa. Ojalá fuera así de sencillo. Las sociedades humanas, que a lo largo de la historia han primado siempre los valores masculinos y han ignorado, cuando no reprimido, los femeninos, han puesto a la mujer en una situación de inferioridad con respecto al varón, que se ha convertido en la medida de todas las cosas. Incluso hoy, en las sociedades europeas del bienestar, la mujer sigue estando en situación de desigualdad e inferioridad con respecto al hombre. Salarios inferiores o la doble jornada laboral son quizás las manifestaciones más leves de esta violencia, si las comparamos con las violaciones o los malos tratos y asesinatos en el seno de la pareja y la familia. Esto en las sociedades europeas. Si miramos a otras organizaciones sociales, a otras culturas, la situación de la mujer se torna dramática. En los países pobres, las mujeres son doblemente pobres. En África, la mujer es un cero a la izquierda y está profundamente sometida a las voluntades del varón llegando a ser mutilada a través de la ablación del clítoris. Y las violaciones en estas sociedades son tan habituales que la mujer las sufre como algo normal en su vida. En muchas culturas africanas es un dogma extendido que el SIDA tiene curación, y ésta es bien sencilla: violar a una virgen. No quiero entrar hasta dónde puede llevar ese convencimiento. Imagínenlo ustedes. O sí, qué coño. Ya puestos. Una mujer virgen no se distingue a simple vista de otra que no lo es, pero un bebé de tres meses es virgen sí o sí. En casi todas las sociedades musulmanas, por mucho que haya voces autorizadas dentro del islam que intentan hacerse oír defendiendo lo contrario, la sharia convierte a la mujer en una menor de edad eternamente tutelada por el varón (el padre y los hermanos primero y, más tarde, el marido y sus propios hijos varones) y le impone un código de conducta que castiga con la muerte tomar las riendas de su propia vida. Complicado lo tiene el 52% de la humanidad. Encima, son mayoría.
    En consecuencia, y para llegar a donde quiero, que se me va el baifo, la relación de pareja, para muchísimas mujeres, se convierte en un infierno y una pesadilla de la que no es fácil salir. Rara es la semana en la que no llega hasta los medios de comunicación la noticia de una muerte más, de un asesinato más. Suma y sigue. Por más que se lleven a cabo campañas de concienciación y denuncia, la situación, lejos de mejorar, se perpetúa en el tiempo. Y uno de los factores que considero que eternizan esta situación (sólo uno de ellos) es la teoría de la media naranja. Nos han hecho creer que somos medias naranjas y necesitamos nuestra otra media para ser completos, para poder realizarnos. Y claro, si esa otra media, de repente, o paulatinamente, pretende dejarnos o nos falla, sentimos que algo que es nuestro y nos pertenece se marcha. Va siendo hora de acabar con esta creencia para dar un paso más en pro de la igualdad entre los sexos. Desgraciadamente no el paso definitivo, pero al menos uno más. No somos medias naranjas. Somos y nacemos naranjas enteras y, como dijo mi amigo Quique Reina en la red social, exigirle a otro que me complete es ponerse en situación de violencia. Y en tanto en cuanto somos naranjas completas, podemos ser y realizarnos con o sin pareja, sosteniendo una relación con la persona amada o respetando y aceptando su marcha desde el convencimiento de que el otro, o la otra, es también una naranja completa con capacidad y libertad para decidir. Para ello se ha de educar desde muy temprano a las personas para enfrentarse a las frustraciones que la vida impone en todas sus facetas. Porque la vida ni es justa ni nos ofrece el cumplimiento de nuestros sueños y deseos, y más vale que dispongamos de los instrumentos necesarios para saber manejar esas frustraciones. Por el bien nuestro y por el respeto al otro. Y parece que en esto el hombre está mucho más desarmado que la mujer. Educado y considerado históricamente como sujeto conquistador para el que la fuerza prima sobre los sentimientos, someter a la mujer a sus designios le parece cosa normal y natural. En una relación de pareja son tres las personas que conviven: él, ella y el espacio en común que comparten. Las tres personas en plano de igualdad. En el caso de las parejas homosexuales él y él, o ella y ella, no vaya a ser que se me recrimine por considerar los valores hetero como absolutos. ¿Es fácil? No. ¿Es doloroso? Sí. ¿Y? A joderse tocan si la persona a la que amas no te corresponde o, habiéndote correspondido, ha dejado de hacerlo. Duele, es frustrante, es terrible el desamor, la sensación de abandono, de vacío, pero no podemos perder de vista el respeto al otro, el convencimiento de que es una naranja entera con entidad propia y ajena a la nuestra, con libertad para decidir hacer con su vida lo que considere que debe hacer, exactamente igual que uno mismo.
    Lo escribí una vez en este blog, hay tequieros que destruyen a quien los da y a quien los recibe, y esos tequieros nacen, también, de la consideración de que somos medias naranjas, de que no estamos completos sin el otro. De ahí a la violencia no hay nada.

domingo, 9 de octubre de 2011

"El fuego de bronce", de Jesús Villanueva Jiménez

    Acabo de leer El fuego de bronce, novela de Jesús Villanueva Jiménez, editado por LIBROSLIBRES. Quiere ser la obra una relato histórico basado en el ataque de la escuadra inglesa comandada por Nelson a Santa Cruz de Tenerife el 25 de julio de 1797. Compré el libro al poco tiempo de llegar a las librerías por cuanto el ataque de Nelson al pueblo chicharrero siempre me ha parecido que tiene su novela, y el proyecto ha dormido en la gaveta de mis intenciones literarias durante unos cuantos años. Varias han sido las obras que, a cuenta de la batalla, han visto la luz en la última década. De hecho, tanto se ha escrito a cuenta del tema que casi he decidido abandonar el proyecto de novelar ese hecho y dedicar mis esfuerzos, cuando me ponga a ello, a las otras ideas que tengo.
    Para decirlo en pocas palabras, el libro no me ha gustado. Cierto que tiene algunos méritos que he de destacar, pero la forma en la que el autor aborda la trama, fiel hasta el peloteo a los volúmenes de la historia oficial del acontecimiento, hacen de él un supuesto ejercicio de virtuosismo en el que Villanueva Jiménez no deja de pavonearse ante el lector en cada página. Mira cuánto sé del tema, estoy hecho un fiera, parece querer decirnos en cada pasaje. Y fue cuando llegué al punto final que entendí las intenciones del autor, al leer su nota de agradecimientos. En ella dice el escritor que una novela histórica no es un ensayo, pero sí conlleva el compromiso del autor de ceñirse con fidelidad a los hechos. En este punto, yo niego la mayor. Entiendo por novela histórica aquella que se basa en acontecimientos documentados por la historiografía, pero a través de los cuales el escritor elabora una ficción, sin olvidar nunca que lo que hace es escribir una novela y, por ende, una obra de ficción. En esto discrepa abiertamente Villanueva Jiménez conmigo sin duda, pues su obra se ciñe escrupulosamente al relato oficial de la Tertulia de Amigos del 25 de julio, institución que no admite más que su verdad acerca del hecho. Así pues, en el libro, el general Gutiérrez es ese militar legendario que se nos ha impuesto, los altos mandos militares que participaron en la defensa de Santa Cruz no tienen tacha ni mácula (son personas y militares perfectos), las milicias populares estaban formadas por un hatajo de cobardes que huyeron en su mayoría al primer grito de we are here!, y el cañón El Tigre es un héroe pagado de sí mismo. Personalmente, por lo que he leído y reflexionado en torno al hecho, y admitiendo que, en líneas generales, la historia oficial no deja de tener sus razones y verdades, creo que el devenir de la batalla estuvo más bien determinado por la enorme chapuza de unos ingleses que planearon el ataque a la isla con el culo más que con el ingenio militar del que hacían gala en la época. De haber hecho Jervis y Nelson los planes con un poco más de cabeza y un mucho menos de prepotencia y autocomplacencia, las cosas habrían salido de forma muy diferente para los canarios. Es por ello que, más que gesta, siempre he considerado el 25 de julio como una descomunal metedura de pata inglesa. A big mistake.
    Pero al abordar algunos aspectos literarios de la obra, me temo que he de dejar constancia de que el sr. Villanueva es de los escritores que trabajan convencido de que los lectores somos bobos de remate que necesitamos de su tutela paternal a lo largo de la trama y sus personajes. Así, cada vez que en el libro entra en escena un personaje secundario, el escritor nos repite una y otra vez, no sea que nos despistemos, los mismos datos que ya sabemos de él por haberlo repetido infinidad de veces. Si es Manuel, se nos reitera que es el asturiano, soldado del batallón y amigo de Juan Diego; si es Antonio Miguel, que es el de Teror; si es Melquíades, que es el herrero (y mira que con éste y sus parientes lo pone fácil el escritor, pues Melquíades es el abuelo, Melquíades el padre y Melquíades el hijo pequeño), y si son José y su hijo Ángel Luis, que son los pescadores. El libro tiene 715 páginas, y a lo largo de todas ellas tiene la deferencia el autor de hacer hincapié machaconamente en quién es quién cada  vez que lo trae a colación. Llega un momento en que uno alza la voz y grita que sí, tío, que ya sé quién es, y si me pierdo (que todo puede ser) pues yo solito sabré dar marcha atrás para recordar de quién me hablas, suéltame ya. Una pesadez, vamos.
    Además, el texto tiene faltas de ortografía, y una de ellas recurrente. El autor desconoce por completo la diferencia entre las palabras “quien” y “quién”, y como no tiene claro cuándo va una y cuándo la otra, ha optado por usar sólo la que lleva tilde diacrítica. De esta forma, en ocasiones acierta, el tío.
    Pero dije que la obra tiene sus luces, y con ellas quiero terminar. La principal es que al autor ha sabido encajar en la historia oficial de la batalla una trama de amistad, amor, camaradería y, casi al final, una intriga de ricos contra pobres que merecía algo más. De hecho, creo que hubiera sido más interesante convertir ese relato de bajas pasiones y venganzas en el meollo del argumento y dejar el 25 de julio como el marco pespunteado en el cual se desarrollan esas otras historias. Y los diálogos. Tiene algunos el libro que arrancan una sonrisa al lector y le hacen encariñarse con algunos de los personajes. Más si quien lee es canario (quien sin tilde, amigo Villanueva).
    Habrá quien me reproche que, al menos, Jesús Villanueva Jiménez se ha currado un tocho de más de setecientas páginas, y yo no paso de los textos de este blog. Cierto es, no digo que no. Y por ello me merece todos los respetos. Pero como la palabra es libre, y este blog es mío, puedo concluir que El fuego de bronce es un libro al que le faltan unos cuantos hervores y al que han forzado a ver la luz cuando aún no estaba terminado. Por lo tanto, un libro prescindible. Yo aviso.

domingo, 2 de octubre de 2011

El "thin ice" de siempre


    Ahora estoy de nuevo entre estas cuatro paredes. ¿Hasta cuándo? Me vuelvo a tumbar boca arriba, meto las palmas de mis manos entre la nuca y la almohada y contemplo el techo una vez más dibujando fantasías imposibles en su blancura, atento al crujir del hielo. Temo que un día de estos alguno de los seísmos herreños acabe por resquebrajarlo bajo nuestros pies y Alphonse caiga al vacío esperando el tirón de la soga.    Aquí de nuevo. Acabo de entrar en el blog y caer en la cuenta de que desde el once de septiembre (qué fecha) no he colgado nada nuevo. Ahora mismo vivo más subiéndome por las paredes que con los pies en el suelo, con las ganas de escribir que a veces me vienen y que, con la misma, me gritan bah, que te den. Por cuestiones familiares llevo casi dos semanas metido entre cuatro paredes sin salir más de media hora por las mañanas para hacer las compras diarias, luchando contra un muro que no quiere moverse por más que le intento hacer ver que en el movimiento está la luz al final del túnel. Y eso que cada día al levantarme me pregunto si es cierto que existe esa luz. Así que aquí estoy, pasando unas vacaciones inesperadas y no programadas que harán que termine por reincorporarme al trabajo más agotado en todos los sentidos de lo 
que estaba cuando las empecé. Con la vida un poco patas arriba. Con la cabeza y los sueños (ésos que invariablemente nunca se cumplen) muy al norte. O muy al sur. O yo qué sé por dónde andan. Con los ánimos tan en lo profundo que empiezo a preguntarme si no serán ellos los causantes de la crisis sísmica en la isla de El Hierro. Si al final se produce la erupción que los técnicos estiman poco probable por ahora, quizás asistamos al curioso fenómeno de que lo que salga de las tripas de la tierra no sea el magma incandescente sino mis ganas acumuladas. Que me perdonen los amigos herreños por estos días de inquietud. Ha sido sin querer.
    Pero hoy he tenido un descansito. Apenas un par de horas. He paseado un poco por la calle Triana en Las Palmas, hice un alto en un estanco para comprar el periódico y me senté en el kiosco de San Telmo a tomarme una cerveza mientras comprobaba que, fuera de estas paredes que me retienen, el mundo sigue su derrota de tiempos inciertos. Rubalcaba continúa intentando convencer a quienes ya no hay forma de convencer. Rajoy, erre que erre con su discurso vacío y monocorde, sabiéndose vencedor por los errores del contrario más que por los méritos propios. Gadafi sigue sin aparecer y, menuda sorpresa, aún quedan gadafistas que apresar. Y las mismas mierdas de siempre, las mismas miserias que no cejan en su empeño por mucho que pasemos más o menos tiempo sin entrar en contacto con ellas. En la de hoy, Alphonse Kenyi, un niño de catorce años, espera en un corredor de la muerte de Sudán a que sus verdugos lo lleven a la horca, le cubran la cabeza con un trapo y le ajusten al cuello el lazo que cercenará toda la vida que tenía por delante. ETA dice que colaborará con el “comité de verificación” del alto el fuego; un grupo de ejecutivos malnacidos saquean las arcas de la Caja de Ahorros del Mediterráneo asignándose indemnizaciones multimillonarias después de haber arruinado a la entidad, y China hay quien piensa que se está convirtiendo en un descomunal gigante de arena en la orilla, justo en la línea de la pleamar.
    En fin, lo de siempre. Este mundo nuestro que sigue deslizándose on the thin ice of modern life. ¿De qué nos sorprendemos when a crack in the ice appears under our feet? 
    La única certeza es que nunca se cumplen.