lunes, 30 de mayo de 2011

15M y el grito de ¡Democracia real ya!

Me gustas cuando votas porque estás como ausente
(pintada en una pared)

    Decía hace unas semanas en la entrada del blog La dificultad del “Sí se puede” que esta democracia nuestra me sabe a poco cuando en cada convocatoria electoral introduzco mi voto en la urna y no me queda ningún otro instrumento para incidir en la toma de las decisiones políticas y económicas que me afectan. Cada vez que salgo de un colegio electoral me pregunto si no habrá otras formas de participar en los cambios necesarios para avanzar hacia una democracia más participativa. El sistema democrático, basado en votaciones periódicas, en el estado español ha devenido en algo extraño que se aleja cada vez más del conjunto de la ciudadanía y sus sentimientos y aspiraciones. Los casos de corrupción en las administraciones públicas ocupan gran parte del tiempo en los informativos de la tele o la radio. Páginas y páginas en los periódicos se acumulan dando cuenta de operaciones de fraude, cohecho y enriquecimiento ilícito de quienes son elegidos para gestionar la cosa pública. Descorazonador.
    Y descorazonador era que esta sociedad exhibiera constantes muestras de estar hecha de papel y, como él, aguantar todo lo que le echaran. Recortes sociales, reformas laborales, desmantelamiento de los servicios públicos, políticas económicas que benefician a los que más tienen, entregas de enormes cantidades de dinero a la banca para garantizar sus multimillonarios beneficios y, en fin, la eliminación del estado del bienestar son algunos de los hitos protagonizados por nuestros queridos políticos, esos que nos sonríen desde sus vallas publicitarias cada cuatro años y nos dicen soy como tú, ¿no lo ves? Soy de los tuyos. Pero no quiero que parezca que despotrico contra la clase política por su condición de tal. Nada más lejos de mi intención. Creo en la figura de los políticos, en su papel en la sociedad. Pero no en el papelón que últimamente se esmeran en desempeñar en esta democracia nuestra. No en esa sonrisa irónica que parecen dedicarnos desde sus tribunas como diciendo tú vótame, que luego ya veré yo qué hago con el poder que pones en mis manos.
    Y, como ejemplo, un botón. Cierto que el gobierno del PSOE ha tenido sus fallos garrafales en la gestión de la crisis que nos atenaza y ha acabado por dar la espalda a aquellos que gritaron ¡No nos falles! en 2004; pero la oposición del Partido Popular postulándose como la alternativa da risa. Y grima. Da un yuyu que te cagas. Hasta ahora no he oído en boca de ningún figura del PP un atisbo remoto que se parezca en algo a un programa de gobierno con propuestas concretas. Asistimos una vez más al manido discurso del váyase, señor González, hoy en la versión punto dos: váyase, Zapatero (por alguna extraña circunstancia que no alcanzo a vislumbrar, el señor ha desaparecido del eslogan).
    Y a todas estas, la calle seguía vacía, en silencio, rumiando su indignación en la barra del bar de la esquina con una caña en las manos. Mierda de gobierno. Mierda de políticos. Mierda de banca internacional. Mierda de alemanes. Mierda de democracia. ¿Tanto esperar durante cuarenta años para acabar así? ¿Tanto luchar en la transición para terminar siendo testigos de la proliferación de los Camps, las gürteles y liberalizaciones del suelo en beneficio de la gran patronal? ¿Tanto decir tenemos en nuestras manos el derecho de elegir a quienes nos representan para que, al final, sean unos mercados financieros internacionales cuyos dirigentes tienen nombres y apellidos que nadie conoce los que toman las decisiones? Mierda de sistema. Y la calle seguía vacía, en silencio.
    Seguía.
    Un 15 de mayo algo cambió en nuestras ciudades que hizo remover las conciencias anestesiadas durante demasiado tiempo. Surgieron voces que gritan estamos hartos. Basta ya. Y, como un viento que agita las copas de los bosques de nuestras esperanzas, surgió el grito de ¡Democracia real ya! Y la suma de tantas indignaciones tomó las calles y las plazas de un país con el empeño de organizar una voz diferente, plena de nuevos bríos y propuestas. El mundo, entre incrédulo y curioso, giró el rostro hacia ese movimiento popular preguntándose qué pasa en España. La Puerta del Sol en Madrid se convierte en portada de la comunicación global y se empieza a hablar de la revolución española. Y todos aquellos que llevamos décadas poniendo nuestro granito de arena para un cambio radical desde plataformas vecinales, sindicatos, grupos ecologistas, feministas, partidos minoritarios y otras muchas formas organizativas (que son ya muchos los granitos acumulados en todo este tiempo) sentimos el vello de nuestros brazos erizarse al tiempo que dejamos escapar un suspiro de emoción, un ¡por fin! muchos años contenido. Y nos dirigimos a las plazas ocupadas.
    Allí pudimos comprobar que el movimiento es, de forma mayoritaria, de jóvenes que ya no aguantan más. Cierto que los hay también no tan jóvenes y algunos de sus miembros ya peinan canas. Pero me parece fundamental dejar constancia de que quien sostiene esa voz es en su mayoría esa generación preparada como ninguna otra para tomar las riendas del futuro sin riendas y sin futuro que afrontar, esa generación que hasta ahora nadie había sabido o querido escuchar. Y esa es una de las grandes virtudes que tiene este movimiento, una juventud que exige que se reconozca su lugar en la historia y que no se limita a protestar contra el sistema sino que se atreve a abanderar cambios que avancen hacia una democracia participativa. Lo dejan claro en su manifiesto. Y lo dejan claro también en su voluntad de madurar un movimiento de futuro. Esos jóvenes a los que nunca nadie ofrece la oportunidad de hablar han cogido los micrófonos que se les hurtaba para gritar estamos aquí y no nos gusta de qué va todo esto.
    Pienso ahora en la cuota de responsabilidad que tienen los medios de comunicación en esa ausencia de la voz de los indignados. Si me paro a analizar los programas de debates de todas las cadenas de televisión o radio descubro que, para ser contertulio, hace falta tener de cincuenta años para arriba. Rara vez a un joven de veinte se le ofrece esa oportunidad. Ojo, hablo de programas de debate y opinión medianamente serios, lo que excluye, por propia definición, a Intereconomía. Por cierto, el otro día vi parte de un vídeo que circula por la red en el que se recopilan fragmentos de debates e informaciones de esa cadena de televisión, a cuenta de las protestas, en el que lo más suave que se decía de las personas acampadas en la Puerta del Sol era indeseables. Y digo que vi sólo parte del vídeo porque no tuve estómago para tragarme los nueve minutos enteros. Pero lo dicho, a esos jóvenes, a esas jóvenes, nadie hasta ahora les había ofrecido la posibilidad de expresarse. Su voz nunca ha estado presente en los medios. Es más, me indigna comprobar que los únicos programas de televisión que protagonizan son Gran Hermano, Operación Triunfo, Fama o los miserables programas de cotilleos. Da asco pensar en ello.
    Pero por fin alzan sus manos para hacerse ver y oír. Este movimiento asambleario y autogestionario lo han levantado ellos y ellas juntos, pero lo formamos todas aquellas personas que luchamos a diario por esos cambios y que estamos dispuestas a poner de nuestra parte para que no se diluya en la nada. Mayo del 68 no cambió Francia, pero Francia fue diferente después de aquello. Tiananmen no cambió China, pero China no fue la misma después de la matanza. Es probable que el movimiento 15M ¡Democracia real ya! no cambie España, pero el país no será el mismo después de esto. Estoy convencido y ayudaré en lo que pueda para que así sea. Y ha quedado meridianamente claro que no valen prepotencias violentas por parte de las autoridades para acallar estas voces. Cuando se desalojaron por la fuerza las primeras acampadas en Madrid, el número de manifestantes se multiplicó por diez. Cuando algún malnacido del gobierno reaccionario de Cataluña ordenó cargar con dureza desproporcionada contra la concentración en Barcelona no previó la reacción popular en favor del movimiento. O, si lo hizo, menudo inútil de las narices. Y que no se me olvide: la carga policial de Barcelona se quiso justificar con el hecho de que, dos días después, el F.C. Barcelona jugaba la final de la Champions y había que habilitar el lugar para la celebración en caso de que ganara. Soy culé convencido y acérrimo y me indignó sobremanera que me usaran de excusa para la brutal acción policial. Por mi parte, váyanse a la mierda, señores responsables del departamento de Interior del gobierno catalán.
    Hoy sabemos que el movimiento ha decidido en asamblea seguir ocupando las plazas una semana más. Y después se organizarán en grupos por barrios y ciudades. Nos queda el reto de saber pervivirlo, de evitar su agotamiento, pero creo que algo ya ha quedado claro: los ecos de este grito rebotarán durante mucho tiempo en las conciencias de todos nosotros. Bien por ustedes.

lunes, 23 de mayo de 2011

Desde el desánimo... Pero sin tirar la toalla

     La marea azul del domingo 22 de mayo nos ha sacudido con toda su fuerza. Un poco grogui todavía, me he acordado de este fragmento de la película The Wall. Otros muchos fragmentos valdrían para estos aires que corren. Si no la han visto todavía, es imprescindible.


sábado, 21 de mayo de 2011

Regresos


     Cogió todo su dolor, lo apretó fuerte en un tarro grande de cristal, sin aristas, lo selló con su rabia y se acercó a la orilla del mar para arrojarlo al olvido. Juró no volver jamás a aquel lugar.
     Un día decidió alejarse definitivamente de la maresía. Cada vez que regresaba, las olas le devolvían un rumor de cristales rotos.

Y aquí está mi explicación

    El pasado 18 de mayo publiqué en el blog la entrada Total. ¿Para qué? en la que hice un alegato a favor de una vida rápida y una muerte temprana. Lo hice con intención y sin avisar, esperando ver qué reacciones provocaba en la gente que pudiera leerlo. Pero fueron pocas las que me llegaron; sólo una, vía facebook, y otra que, de forma anónima (para ustedes, que no para mí), queda como comentario a la entrada.
    Normalmente, cuando publico en el blog cuelgo el enlace en la red social para que los amigos comenten y compartan sus opiniones. Ya digo que a esa entrada en concreto sólo llegó un comentario en el facebook. Ni un me gusta ni un reproche. Nada. Eso lo puedo interpretar como que o bien nadie leyó la entrada o bien, habiéndola leído, mi gente pensó que empiezo a chochear y se me ha ido la olla. Ni siquiera la poca gente que suele comentar directamente en el blog dijo nada. Qué mal está este chico.
    Pero todo tiene su explicación.
    Esa entrada no es más que un ejercicio del curso que acabo de terminar en la Escuela Canaria de Creación Literaria. El ejercicio consistía en que, a partir de tres enunciados, a elegir uno, los alumnos debíamos argumentar en contra de nuestras creencias y pensamientos. Los enunciado eran:
        -España es un país donde no merece la pena vivir.
        -Me gustaría morir muy joven.
        -No deberían existir los fines de semana.
    La cuestión era saber poner razones y argumentos en boca de un personaje que no piensa como quien escribe. Un escritor debe ser capaz de crear personajes que no piensan como él, con los que no se siente identificado. De lo contrario, todo sería monótono y aburrido. Y de ahí nace el ejercicio.
    Como quiera que en ocasiones pienso que España es un país en el que no merece la pena vivir, no podía elegir ese enunciado. Pero conste que en estos días, en los que asistimos al auge de un movimiento de protesta y expresión de la indignación popular por la mierda de sistema político y económico que torea nuestras aspiraciones, me he reconciliado bastante con este país que, hasta ahora, ha permanecido en silencio frente a tanta tropelía y corrupción. Creo que no tardaré mucho en escribir algo sobre este asunto en el blog.
    Por otro lado, lo de los fines de semana me tentó en un principio. No me dirán que el tema no tiene su morbo. Pero lo de la defensa de una muerte temprana me pareció un reto más interesante. Y surgió la entrada del 18 de mayo.
    Quede claro, pues, que esa defensa de la muerte a los veinticinco o poco más es pura ficción. Quisiera pensar que la ausencia de comentarios al artículo, entendida como que quien lo leyó pensó que me estaba volviendo loco, viene a significar que la cosa no me salió nada mal, que la gente se tragó la parrafada como el fruto del derrape mental de un colgado que va de mal en peor. Y en eso (de ser cierta mi interpretación) se muestra el éxito del texto. Besitos para mí. Muac muac.
    Si les interesa lo que pienso al respecto, creo que el sentido de la vida radica simplemente en vivir. Lo más intensamente que podamos o sepamos. Pasarlo bien, disfrutar, follar todo lo que se pueda (y si puede ser un poco más, mejor que mejor), gozar con intensidad de una vivencia a otra enriqueciéndonos con todas ellas, aprender de los errores y disfrutar de la lección aprendida. Y si tenemos la enorme fortuna de acumular noventa años de experiencias y no un año de experiencia repetido noventa veces, ser capaces de mirar atrás y gritar que me quiten lo bailado. Joder, que son dos días.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Total. ¿Para qué?

    En este mundo nuestro que nos hemos dado, la sobrevaloración se ha convertido en principio vital. Se sobrevalora el amor, y así nos va. Se sobrevalora el dinero, y hemos dado al poderoso caballero auténticos tintes de deidad. Se sobrevaloran hasta los principios (empezando por el de sobrevalorar) y nacen a su sombra los monstruos de los fundamentalismos. Incluso la vida, en estos tiempos que corren, se tiende considerar un valor absoluto que hay que defender por encima de cualquier otra consideración. Y no digo que no. Si no es por decir que no. Pero, ¿vida? ¿Para qué? ¿Para pasarse la mitad de ella buscando la forma vivir y, cuando se le encuentra el sentido (para aquellos afortunados que lo encuentran), llega el momento de la despedida?
    Nos pasamos gran parte de nuestra andadura intentando descubrir quiénes somos, con quién queremos estar, qué queremos hacer, y las más de las veces no alcanzamos a arañar la superficie del sentido de vivir. Si descubrimos a la persona amada siendo un veinteañero, no caemos en la cuenta de que tendremos por delante una enorme cantidad de lustros para darnos cuenta de que, a quien quisimos amar, un día desapareció y pasó a ser esa incógnita que duerme a nuestro lado. Que dé un paso al frente el afortunado que, sin ningún tipo de duda, haya encontrado lo que siempre quiso y sigue deseando hacer. Con los dedos de una mano. La humanidad es muy grande, demasiado, y estoy seguro de que son más los que echan peste de la mierda de vida que les ha tocado vivir.
    Frente a esto, el viejo eslogan de vive despacio, muere viejo y deja un bonito cadáver, no nos engañemos, está bien para las estrellas del rock, esos niños de papá agraciados con el toque divino de Midas el desgraciado. A la mayoría de nosotros mejor nos iría si viviéramos deprisa y muriéramos cuanto antes. Alcemos la voz para defender la infancia, esa etapa de la vida en la que no tenemos ni idea de responsabilidades y corremos por el mundo de Bambi, ese gran filósofo. Vivamos la adolescencia desde la inmortalidad que la caracteriza, disfrutando del sexo todas las veces que nos dé la gana en una noche, sintiendo que la vida está para comérsela, como la vecina del quinto. Pero no más allá de los veinticinco. No merece la pena.
    El día que te levantes de la cama y te digas a ti mismo que debes sentar la cabeza, amigo mío, ha llegado el momento. La vida te habrá atrapado entre sus garras. Mi consejo: un buen chute triple de heroína en vena y a vivir, que son dos días.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cantos

    ¿Qué te preocupa, amor? ¿Qué hace que cada día te acerques a este atardecer de rocas junto al mar? ¿Por qué no quieres verme? Estoy aquí, entre las olas. Mírame. Deja que mi canto te embriague. Deja que el mar te ame como yo te adoro desde la primera vez que te vi. Vente conmigo. Extiende tu mano hasta sentir la mía en la plenitud de la frialdad. Olvida ese mundo cálido que todo lo pudre. Acaricia mi piel fría y siente el océano que te sumerge en sus sueños. Ven, acompáñame, mi vida. Disfruta del agua en tu piel y hazla tuya, con su tacto gélido que todo lo alcanza y todo lo envuelve. Sumerjámonos en la profundidad húmeda. Deja que mis pechos de hielo calmen el calor de tu corazón atormentado. Siente mi canto inundar tu interior. ¿Qué te preocupa? Junto a mí descubrirás una felicidad diferente, ajena al mundo seco y caluroso que conoces; una felicidad que saciará tu sed y se derramará en tu garganta disipando esos desvelos con su tacto fresco, calmante. Mírame. Derrámate en mí. Ven. Toma mi mano. Así, amor, despacio. No tengas miedo. Sí, eso es. Quítate esos zapatos que calientan tus pasos y te impiden avanzar. Siente las algas bajo tus pies, suaves, amantes. Ven conmigo, con mis hermanas. Ellas nos acompañarán entre las olas en el camino de vuelta con sus risas de espuma que recorrerán tu cuerpo en su fría efervescencia, arrancándote de tu pasado. Abrázame en tu estremecimiento. Siénteme fría dentro de ti. Deja que mis besos se precipiten en tu interior y apaguen tus ardores. Así, amor, así. Acompáñame a lo profundo y oscuro, donde sólo tu mirada brille en mis ojos, donde nunca más el calor. Deja que el mar te acoja, te envuelva, te acaricie en su seno y te abrace en su frialdad inmortal. Ven, sígueme. Eso es. Tranquilo. Siente el frío. Deja que entre. Así, poco a poco. Sin miedos. No más calor. Nunca. Descansa. Eso es, amor. Aquí. Junto a los otros. Fríos. ¿Los ves?
    ¿Qué te preocupa, mi amor? ¿Qué hace que cada amanecer salgas a mi encuentro en tu pequeña barca de tierra adentro?

domingo, 1 de mayo de 2011

La dificultad del "sí se puede"

    Se acerca una nueva cita electoral en este sistema nuestro que fundamenta la democracia en un derecho cuyo ejercicio tiene su razón de ser y se agota en el acto de introducir una papeleta en una urna en un día determinado. Personalmente, esta democracia nuestra me sabe a poco. Porque una vez que salgo del colegio electoral ya nadie vuelve a preguntarme nada durante cuatro años. Porque, durante esos cuatro años, quienes recibieron, si no la confianza, sí al menos la esperanza de quienes dieron su voto, podrán hacer y deshacer sin tener que pensar necesariamente en ese pueblo del que nace su capacidad de decidir. No me quedan otros instrumentos para incidir en la toma de las decisiones políticas que me atañen directa o indirectamente. Por eso me sabe a poco.
    Cuando tenía unos años menos, clamaba por la existencia de alternativas políticas que satisficiesen todas y cada una de mis aspiraciones. Pero hoy he aprendido que, para conseguirlo, tendría que montar mi propia organización y currármelo para llegar a las instituciones. Si otra mucha gente pensara como yo, me temo que habría una infinidad de opciones. Tantas como ciudadanos hay. Al menos, tantas como ciudadanos hay con una mínima conciencia política. Y, claro, menudo guirigay.
    Situándome en Canarias hoy, y teniendo en cuenta que la cita que nos convoca para el próximo 22 de mayo es una elección autonómica y local, me encuentro con la maldita suerte de estar sometido a la que probablemente sea la más injusta y disparatada de todas las leyes electorales del mundo estando, como estamos, en una supuesta democracia. La ley Electoral de Canarias. Esa que impone un límite del 30% en cada una de las islas. O sea, que para que un partido pueda entrar en el reparto de los diputados de una isla, sus resultados deben superar el 30% de los votos válidos emitidos en esa isla. Así es como PSOE, PP y Coalición Canaria se garantizan en este país nuestro que ellos, y sólo ellos, entran en el reparto, e impiden la entrada de otras opciones políticas. Se trata de un gigantesco fraude electoral que impone al pueblo canario casi un pucherazo legal en cada elección al parlamento autonómico. Y la gente lo tiene asumido. Vemos como normal una situación que en cualquier otra democracia con más solera sería considerada un auténtico disparate. Pero Canarias es diferente. No mucho más que una república bananera, pero diferente al fin y al cabo.
    Así ha sido durante los años que median desde el nacimiento de las autonomías. Una gran cantidad de organizaciones se presentan cada cuatro años a las elecciones, pero a día de hoy sólo las tres formaciones que cito tienen en su mano acceder al parlamento. Y teniendo en cuenta que en estos veinticinco años de autonomía se han ensayado todas, o casi todas, las combinaciones posibles de gobierno entre ellas tres y la situación política, social y económica de nuestras islas es la que es (y temo que hasta pueda ir a peor), concluyo que menuda mierda de opciones políticas representan esos tres partidos en esta tierra. El PP, porque es el PP. La derecha pura y dura. Y a día de hoy, además, es un partido gobernado por la extrema derecha. El PSOE canario, porque está inmerso en sus luchas intestinas y sus ansias por llegar al poder a costa de lo que sea. Y Coalición Canaria, porque lleva gobernando más de diecisiete años sin tener ni puta idea de lo que es un proyecto político y social de futuro para Canarias, y porque es un nido de ambiciones personales y empresariales. De hecho, Coalición Canaria es el tercer partido más corrupto en el conjunto del estado español. Si tenemos en cuenta que los dos primeros son el PSOE y el PP, y ambos son partidos de ámbito estatal en un espacio de cuarenta y cinco millones de habitantes, Coalición Canaria, siendo un partido de ámbito canario, ocupa ese tercer puesto en un espacio que agrupa el 4,4% de la población total, lo que da idea de la gravedad del asunto.
    O sea, ni PSOE ni PP ni Coalición Canaria. Están los tres para echarles de comer aparte.
    Menos mal que este año quienes suspiramos por una alternativa de la izquierda política y social distinta, con nuevas ideas, con nuevas formas, tenemos la posibilidad de dar nuestro apoyo a Sí Se Puede. Al menos, esta opción representa un proyecto nuevo, una nueva forma de hacer las cosas. Caras e ideas nuevas para los viejos problemas. Se trata de una opción que, podemos decir, nació ayer. Tiene sólo unos cinco años de vida. Y puede que sea esa juventud la que hace que me ilusione con Sí Se Puede. Al menos, hasta ahora no ha demostrado que no puede hacer frente a los problemas. Al menos, hasta ahora no ha demostrado que en cuanto tenga la oportunidad de meter la mano en la caja pública se aprovechará en beneficio propio o de la organización. Al menos, hasta ahora, ha dado muestras de querer hacer las cosas de otra forma, y ha hecho públicos sus compromisos éticos y su forma de trabajar.
    Sí Se Puede se presenta como una alternativa nacida de los movimientos ciudadanos, vecinales y ecologistas que se han desarrollado en Tenerife en los últimos años. Tiene la garantía del discurso claro y consciente de sus limitaciones. Tiene la garantía de la nueva mirada. Y, para mí, tiene la garantía de ser esa opción nueva que, con nuevos bríos, aún no ha demostrado que no hace lo que dice. O que no puede llegar a hacer lo que dice que quiere hacer. Espero que el tiempo acabe dándonos la oportunidad de juzgarla por sus hechos, no por sus aspiraciones. Pero mucho me temo que la cosa no va a ser nada fácil. Por de pronto, son ya muchas las veces en las que, hablando del proyecto de Sí Se Puede con amigos, conocidos, y hasta con desconocidos, saltan las críticas al proyecto por su juventud, por lo complicado de su futuro teniendo en cuenta lo difícil que está en Canarias llegar a las instituciones o, incluso, por antipatías hacia personas concretas que encabezan algunas de sus candidaturas (una versión más de esos árboles que nos impiden ver el bosque, o, peor aún, una versión más de la escusa de los árboles para quien no quiere ver el bosque de ninguna manera). Ahora no recuerdo exactamente qué representación tiene en estos momentos el proyecto en el conjunto de las administraciones canarias. Creo que ronda los cinco o seis concejales en unos pocos ayuntamientos de Tenerife conseguidos en las pasadas elecciones. Pero ya hay quien rechaza el proyecto desde el argumento del voto útil y desde la disconformidad con algunas decisiones adoptadas por alguno de esos cinco o seis concejales en un momento determinado de estos últimos cuatro años. Lo que me parece un despropósito sin sentido es que esas mismas personas que critican a Sí Se Puede con argumentos absolutos e integristas, más tarde relativizan su postura al decidir que el año que viene, cuando llegue el momento de votar al parlamento español, hay que darle el voto al PSOE pasando por alto el gran número de corruptos que ese partido tiene en sus filas, los recortes sociales que esos supuestos socialistas han decretado y su sometimiento a los dictados del mercado financiero internacional. Que viene el PP es su temor. Por lo tanto, votemos PSOE, aunque sea tapándonos la nariz. A Sí Se Puede no le voto porque me cae mal fulanito, que encabeza la lista al ayuntamiento tal. Por favor.
    Es, una vez más, la doble vara de medir cainita con la que la izquierda muchas veces hace sus críticas. Frente a una opción nueva, con ideas de futuro, con un proyecto ilusionante, que aún no ha demostrado que no puede o no sabe llegar a donde pretende, surgen los íntegros, los que le exigen a esas nuevas personas la perfección absoluta. Si quieres que te apoye, tienes que ser más papista que el Papa. Pero luego, cuando están ante la urna estatal, al PSOE le perdonan haber llevado a cabo la política del PP y los casos de corrupción que arrastra.
    Al final, tendremos la derecha que nos merecemos. Mierda de izquierda.