martes, 30 de noviembre de 2010

Un día de ira

   Entre la credulidad y la tristeza asisto asombrado a la noticia del ciudadano búlgaro que, por aburrimiento, se chutó alguna droga (la noticia no especifica cuál, quizá para evitar el efecto contagio) y, después de cortarse el pene y atacar a su padre, a quien seccionó parte de una oreja, robó un coche, se saltó un semáforo en rojo, provocó un accidente con una motocicleta, intentó quemar un pajar (quizás buscando la aguja), robó un hacha, mató un cordero y, cuando se vio acorralado por la policía, se subió a una torre de alta tensión y sufrió una descarga eléctrica que lo mantiene en estado crítico en la UVI del hospital. Es de suponer que, si se recupera, todo el peso del código penal de Bulgaria caerá sobre él. Y digo todo en sentido literal, pues no creo que este joven haya dejado artículo de la norma sin patear en su día de gloria. 
   Mi credulidad se sostiene en el hecho de que, lamentablemente, a estas alturas me creo cualquier cosa que me cuenten de la bestia que todos, sin duda y sin excepción, llevamos dentro. Y mi tristeza nace del inútil derroche de creatividad de este búlgaro fumado. Ya puestos a acabar en prisión, o en un hospital, cuánto mejor hubiera sido planificar un día de ira bien dirigida. 
   En estos tiempos de crisis malintencionada, en los que la banca y el gran capital han hundido los mercados financieros internacionales por hacerse ricos a espuertas; en los que los estados, para salvaguardar la integridad de sus sistemas financieros nacionales, se han endeudado hasta las orejas en beneficio de esos mismos que nos han metido de cabeza en esta situación para que, en definitiva, ahora presionen a esos estados para que reduzcan el déficit público provocado por las ayudas a la banca a costa de sacar la pasta de las costillas de las clases trabajadoras y del desmantelamiento del estado del bienestar, lo que me pide el cuerpo es saber qué droga debo tomarme para encauzar la ira que me embarga y, bajo sus efectos, robar todos los balances e informes interesados del Fondo Monetario Internacional y hacer con ellos una hoguera delante de las puertas de la OCDE, arrasar los fondos del Banco Mundial y destinarlos a proyectos de desarrollo de los países más pobres, desenmascarar los ataques especulativos contra la deuda de los países para conseguir cobrar un 92% más en concepto de intereses, convocar en la calle a millones de personas para protestar a voz en grito contra un gobierno socialista que se baja los pantalones ante la banca y estrangula las economías y los derechos laborales y sociales de su población, hacer pagar a las sociedades de inversión un 48% de sus beneficios en concepto de impuestos en lugar del 1% por el que ahora tributan y subirme a lo más alto del edificio más alto para decirle al mundo que ya está bien, joder, ¡ya está bien! 
   Eso, o algo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Corazón de azucena


   Quizá sea porque moriste en mis manos aquel día de comienzo de curso. Entonces no supe intuir lo que llegó a ser inevitable, cuando el profesor cerró su carpeta, se la puso bajo el brazo y nosotros nos levantamos armando el jaleo de la despedida. Tú me mirate y yo te disparé. Porque me dio por ahí, te dije aquella noche. Tú te hiciste la muerta y nos reímos desde la distancia.
   ¿Cuánto tiempo pasó después? ¿Dos semanas? ¿Tres? No lo recuerdo. Ya sé que tú sí. Nos encontramos en la cafetería de la facultad y me preguntaste qué tal llevaba el examen de Político. No era la primera vez que oía tu voz. Ya la conocía de beber tus palabras en clase aunque no era a mí a quien las dirigías. Pero sí fue la primera vez que clavaste en mí tu mirada de jade y me envolviste con la música de esa voz tuya de campanillas, cristalina como el susurro del vuelo de un hada.
   Luego pasó noviembre. Y las navidades. Y las frías tardes de enero. Y cuando llegó el carnaval ya éramos buenos compañeros y nos solíamos reunir con Ana, con Dumpi, con Alessio y los demás. ¿Recuerdas? Pero con Marco nunca. Él te pertenecía sólo a ti. A veces, pocas veces, contabas algo sobre él, sobre ti, pero Marco nunca entró en el espacio que atravesaba nuestra amistad. Por eso no estaba aquella noche de carnaval, cuando te dije que te disparé con mi dedo índice convertido en infantil pistola porque me dio por ahí. Cuando recordamos viejas historias de clase que siempre protagonizaste tú mientras yo te observaba desde las sombras. Cuando te abracé por primera vez bajo el atestado chiringuito y pude sentir en mi pecho tu corazón de azucena. Cuando mis labios descubrieron, al fin, la hoguera de tus besos. La música sonaba tan alta que se apelotonaba en nuestros sentidos haciendo imposible discernir la melodía, y la muchedumbre multicolor gritaba, cantaba y reía. El sonido de la fiesta caía enorme, en forma sólida, sobre nosotros y nos aislaba de los demás, taponaba nuestros ojos y oídos encerrándonos en una pétrea barrera impenetrable que ocultaba al mundo nuestras caricias y mis ansias de ti.
   De repente me miraste. Y en tu mirada descubrí, desolado, el miedo que albergabas. Sin apartar tus ojos, retrocediendo con pasos lentos, te fuiste alejando de mis deseos, te abriste paso en la cascada sonora que nos aplastaba y la algarabía de la fiesta se hizo a un lado para cubrirte la huida.

De nuevo aquí

De nuevo por estos lares. Es lo que tiene la vida, que da muchas vueltas y, a veces, nos lleva por derroteros que debemos soportar si queremos dar un paso más. Es lo que me ha tenido apartado del blog estas semanas. Una obra en casa que parece no tener fin; una mudanza de cajas interminables; y un nuevo empezar lleno de polvo y tierra. Un caos que transformar. Pero he sido capaz de encarrilar la situación. Con esfuerzo y pocas ganas.
Aún queda mucho por hacer, pero es hora ya de volver a mi espacio íntimo a la vista de todos. Y lo hago con nuevos bríos, con ganas renovadas de seguir escribiendo de todo un poco... Y con los mismos deseos de que alguien se detenga en estas palabras y me diga qué le parecen. He vuelto.