domingo, 27 de junio de 2010

Manifestación 26 de junio de 2010 en Tenerife

   Las calles de Santa Cruz de Tenerife fueron el escenario ayer, 26 de junio, de una manifestación convocada por la plataforma Ya Está Bien bajo el lema En defensa de nuestra tierra, los servicios públicos y los derechos laborales.
   A la convocatoria, que partió del Parque de La Granja y terminó ante la sede de presidencia del gobierno canario, acudieron diversas plataformas y colectivos ciudadanos, así como sindicatos y partidos políticos con el objetivo de volver a hacer sonar en la calle la voz de esas luchas que continúan una labor diaria y tenaz sin llamar la atención de unos medios de comunicación más preocupados por estar a bien con las autoridades políticas que reflejar en su trabajo las múltiples realidades que vivimos en nuestra tierra.
 

   El puerto de Granadilla, la defensa de la biodiversidad de nuestra tierra, el tren del norte, el rechazo al anteproyecto de ley de la Función Pública, la defensa de la calidad de los servicios públicos, de la sanidad, de la educación, la protesta por la reciente reforma laboral, la reivindicación de una huelga general, el no al Plan General de Ordenación de Santa Cruz, etc., fueron la voces que recorrieron las calles llamando la atención sobre el sinfín de desmanes que las autoridades planean para hipotecar el futuro de Tenerife y de Canarias.
   Desde mi punto de vista, la convocatoria era una buenísima, y necesaria, oportunidad de sacar a la calle a una cantidad ingente de personas que a buen seguro optan por la defensa de nuestro territorio y de los servicios públicos. Pero fuimos pocos los que ayer nos vimos y coreamos los gritos de protesta. Y creo que ello se debió a fallos cometidos en la forma de llevar a cabo la convocatoria.

   Esta crítica fraternal la hago desde el convencimiento de que actos como el de ayer son más que necesarios en Canarias, no sólo en Tenerife. Pero creo que se está confiando demasiado en las nuevas tecnologías y estamos dejando de lado la forma tradicional de hacer las cosas.
   Durante los últimos diez días he recibido multitud de comunicaciones sobre la manifestación a través de facebook y de mi correo electrónico. Esa labor informativa quizá nos despistó y pensamos que hacíamos bien las cosas. Pero lo cierto es que no todo el mundo está en facebook ni todo el mundo tiene correo electrónico, o no hace un uso diario de él. No podemos dejar exclusivamente en manos de esos instrumentos una convocatoria como la de ayer. En el cartel anunciador de la manifestación eché de menos a muchas organizaciones. ¿Dónde estaban sindicatos como Intersindical Canaria? ¿Y Sí se puede? ¿Y partidos políticos como Alternativa Nacionalista Canaria o Alternativa Popular Canaria? ¿Y la multitud de plataformas vecinales y de pueblo que se organizan aquí y allá por toda la isla de Tenerife?

   Estoy convencido de que si no estaban no es porque no estuvieran de acuerdo con la convocatoria o su contenido. Me inclino a pensar más bien que no se entró en contacto con ellos por parte de los convocantes. Mi hipótesis es que no se llevó a cabo un trabajo de patear las calles y los pueblos, que no se hizo la tarea tradicional de pegar carteles en todos los rincones de nuestra tierra, dar a conocer a todo el mundo la convocatoria en la calle. En los ordenadores también, pero no sólo en ellos. No olvidemos la calle. Nunca. Se tenía que haber entrado en contacto con todas esas plataformas, sindicatos, partidos políticos, implicarlos en la convocatoria. En estos casos también hemos de tener olfato mercadotécnico y publicar faldones en las páginas de los periódicos costeados entre todas las organizaciones implicadas. Ese gasto, repartido entre todos, estoy convencido de que no está fuera de nuestro alcance.

jueves, 24 de junio de 2010

Berlín

   Acabo de llegar de Berlín. Fue una visita casi relámpago (sólo cuatro días) que surgió a cuenta del concierto de AC/DC  celebrado el 22 de junio.
   Lo primero que debo decir del viaje es que Berlín es una ciudad que merece la pena conocer. Confieso que me sorprendió.
   No se puede decir que en Canarias tengamos poco contacto con los alemanes. Nos los encontramos en cualquier rincón de nuestros pueblos y ciudades, en los lugares más recónditos de nuestros barrancos. Allí donde hay una vereda que caminar no pasa mucho tiempo antes de que una pareja de alemanes aparezca por el recodo, con su equipo de trekking, pateando nuestra tierra. Y la imagen que me había formado de ellos es la una gente muy metida en lo suyo, muy terca en mantener su visión de la vida por encima de cualquier cosa. La imagen de los cabezas cuadradas, vamos.
   Pues si los alemanes son así realmente, los berlineses deben de ser una especie aparte en el país. Es gente divertida, en ocasiones incluso escandalosa, que aprovecha la mínima oportunidad para lanzarse a la calle a disfrutar de la fiesta de la vida. Grandes bebedores de cerveza (no podía ser menos) y consumidores de currywurst (salchicha cocida o asada a la parrilla), pero amantes también de la buena mesa.
   Es la primera vez que me paseo por un escenario de la Segunda Guerra Mundial y la contienda sigue mostrando sus cicatrices en una ciudad que ha sabido renacer de sus cenizas para convertirse en una urbe moderna en la que sus habitantes, repito, disfrutan de la vida lo mejor posible. Se trata además de una ciudad que cuenta con una oferta cultural envidiable, con teatros diseminados aquí y allá, grandes museos (en cuatro día, sólo me dio tiempo de visitar uno, el de Pérgamo, de obligada visita), y una comunidad de artistas que abarca todas las ramas del arte (actores, pintores, escultores, músicos, cineastas, etc.), lo que hace de Berlín uno de los más importantes centros europeos del arte moderno.
   Pero mi visita a la ciudad tenía un objetivo claro: el concierto de AC/DC. Qué pedazo de cacho de concierto nos gozamos Juan Carlos (el amigo con el que fui) y yo. Ya habíamos estado en el concierto que el grupo dio el Madrid el año pasado. Pero éste de Berlín ha sido apoteósico, grandioso, una experiencia descomunal. Para recordar toda la vida. Como llegamos muy temprano al Estadio Olímpico de Berlín, conseguimos colocarnos a escasos metros del frente del escenario y a muy poca distancia de la pasarela central por la que Angus Young y Brian Johnson hacen de las suyas en el concierto. Y la experiencia fue brutal. El buen rock and roll nos inundó los sentidos y las tripas durante dos horas de éxtasis musical. Dos horas que permanecerán en mi memoria, y en mi corazón, para siempre.
   No sé si el grupo volverá a sacar un disco nuevo (hay que tener en cuenta la edad de sus componentes, que ya peinan canas y calvas). Ni cuánto tiempo pasará para que ese disco, en el caso de que se componga, vea la luz. Ni sé si tendré la oportunidad de asistir a otro concierto de ellos. Pero lo que han hecho hasta ahora está ya grabado a fuego en la historia del mejor rock and roll, de la buena música. Sólo me queda soñar con que a la batería de Phil Rudd, al bajo de Cliff Willians, a la guitarra rítmica de Malcon Young, a la voz inconfundible de Brian Johnson y a la genialidad del maestro guitarrista Angus Young (un auténtico espectáculo en vivo) le queden todavía mucha vida por delante.
   No puedo terminar este repaso a mi visita a Berlín sin subrayar que este viaje me hizo un último regalo inesperado, de esos que te encuentras pocas veces en la vida: dos nuevos amigos. Helen y Matthias fueron nuestros anfitriones y me acogieron con un cariño al que quiero responder con la misma intensidad. Mi casa en Tenerife es ya su casa en Canarias. Ella es una gran artista que se lo está currando de lo lindo en Berlín (visita su página). Él es un actor que se ha hecho un hueco merecido en los escenarios alemanes. Espero verlos pronto. Un beso fuerte desde aquí a ambos. Gracias, Helen. Gracias, Matthias.

Con 32 billones de euros

   Perdonen que vuelva sobre lo mismo. Pero es que la indignación que siento me desborda las tripas y hace que noticias como esta me hagan saltar de mi asiento como espoleado por una descarga de muchos voltios.
   En la sección de Economía del diario El País pudimos leer ayer (23 de junio) que En 2009 creció el número de ricos en España y en el mundo. Según un estudio del banco de inversión Merril Lynch y la consultora Capgemini, los grandes patrimonios crecieron en España un 12,5% en 2009. Por su parte, en cómputo mundial, los grandes patrimonios también sufrieron el año pasado un repunte respecto a 2008. A día de hoy se calcula que existen en el mundo 10 millones de personas que aglutinan una riqueza que llega a los 32 billones de euros.
   ¡Treinta y dos billones de euros! Y muchas de esas personas, con toda seguridad, tienen una responsabilidad directa en la creación de la crisis económica que hoy sufrimos. Y cada vez está más claro que quienes la sufrimos somos las clases trabajadoras. Porque lo que son los ricos no hacen más que amasar una fortuna tras otra.
   Yo no tengo los datos, pero sería interesante que alguna ONG, con esa noticia, se parase a calcular lo que en el mundo se podría hacer hoy con 32 billones de euros.
   Dejemos de lado las necesidades del primer mundo (Europa, Estados Unidos, China, Japón, sureste asiático y Australia). Sí, estamos sufriendo, y mucho, las consecuencias de la crisis, pero tenemos la certeza de que, más temprano para unos, más tarde para otros, de esta vamos a salir. Preguntemos a un habitante de Burkina Fasso, de Sudán, de Perú o de Haití, por poner unos pocos ejemplos, qué horizonte de bienestar tiene delante. El más consciente de ellos nos dirá que vamos a ver si en el siglo XXII la cosa empieza a mejorar en algo para que en el siglo XXIII la mejoría ya se note.
   Bien, pues sería interesante tener ese estudio de lo que ahora se podría hacer con 32 billones de euros en el desarrollo de los países pobres. Se me ocurren algunas cosas: deuda internacional pagada, sanidad y educación generalizada… En fin, despegue económico de esos países.
   No sé si estar al día de lo que ocurre en el mundo le sienta bien a mi salud física y mental. Es que me cojo cada berrinche…

En el corazón. Siempre

   El pasado 18 de junio publiqué una entrada desde el sentimiento que me produjo la muerte de José Saramago. Poco después de hacerlo, la muerte volvió a rondar mi vida y la de mis seres queridos. Llegó, como suele hacerlo, de forma implacable, y se llevó con ella al hermano de un amigo. Al hermano de un hermano.
   Quisiera pensar que si de verdad algo pasa tras la muerte y un nuevo viaje se abre en nuestras existencias, Alber tuvo el lujo de no viajar solo, de tener a José Saramago como compañero de viaje.
   Me faltan las palabras.
   Te llevamos en el corazón. Siempre.
   Adiós, Alber.


viernes, 18 de junio de 2010

La historia ha acabado, no habrá nada más que contar

   Acabo de recibir la noticia de la muerte de José Saramago y estoy abatido. Porque se me ha muerto alguien mío. Porque siempre, desde que tuve mi primer contacto con él hace unos cuantos años, he considerado a José Saramago de los míos.
   Ya digo, desde que lo descubrí (Ensayo sobre la ceguera fue el primer libro suyo que leí), José Saramago es el escritor que primero brota de mis labios, casi de forma inconsciente, cuando alguien me pregunta por un escritor que me gusta. Y no es sólo que me guste. Es que puedo gritar sin pudor alguno que José Saramago es un escritor, y una persona, a la que amo y siempre he admirado.
   Tiene (me cuesta trabajo aún hablar de él en pasado) una mirada y una capacidad de análisis de la realidad que siempre quise para mí y que, confieso, intento imitar o, cuando menos, aprender a hacerlo como él lo hace. José Saramago se ha convertido con el paso de los años en un referente en mi vida.
   Sueño con poder pasar una tarde con él, sentados los dos solos en el porche de una casa abierto al mar, hablando de lo primero que se nos venga a la cabeza. Con oír ese discurso escéptico con el que abre en canal la realidad para sacar a la luz sus aspectos más escondidos con una precisión de bisturí. Con poder sonreírme ante esa socarronería suya, tan canaria ella en ocasiones, que arrastra desde su orígenes humildes y rurales de la Portugal profunda.
   Desde mi insignificancia en el mundo de la literatura, cuando leí El evangelio según Jesucristo sentí que era el libro que yo siempre quise escribir. Y hay dos relatos que nunca escribí porque él ya dijo lo que yo quería en Ensayo sobre la lucidez y Las intermitencias de la muerte.
   Se me ha muerto José Saramago y aún no puedo hacerme a la idea.
   Confieso que mientras escribo estas líneas una lágrima resbala por mi cara (últimamente han resbalado algunas, debo de tener los grifos abiertos). Porque no sé cómo despedirme de él. Porque no quiero despedirme de él. Porque es lamentable que la muerte no sea intermitente. Aunque sólo lo fuese con él. Este 2010 queda marcado, estigmatizado, ahora y para siempre, como el año de la muerte de José Saramago.
   La frase que da título a esta entrada es la última de su última novela. Maldigo al tiempo, y maldigo a la muerte, por impedirte pronunciar todas las palabras que aún tenemos necesidad de oírte y leerte, don José.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
(Miguel Hernández)

Homosexual (segunda parte)

   El pasado 16 de junio, un anónimo visitante del blog (o anónima visitante) me dejó un comentario a la entrada Homosexual, publicada el día 3 de junio.
   Pude haber contestado al, o a la, visitante con otro comentario a la entrada, pero he preferido hacerlo de esta forma porque me parece que lo que plantea la crítica que se me hace es de sumo interés.
  Se me pide que conteste a la pregunta de qué significa ser del mismo sexo, pues “homosexuales y lesbianas no son, ni tienen que ser gracias a Dios, en puridad modelos de lo considerado socialmente como masculino o femenino con total exactitud”, al tiempo que plantea que siendo los seres humanos tan diferentes entre sí, ¿de qué sirve entonces esa manía de poner etiquetas? “El concepto de respeto por nuestros semejantes debería incluir el de no etiquetar a nadie para permitir una sociedad más libres, feliz y plena, o algo así”, concluye el comentario.
   Estimado amigo, estimada amiga, tienes toda la razón.
   Mi intención cuando publiqué la entrada en cuestión no iba (ni va) más allá de aclarar una cuestión meramente conceptual. Mucha gente me recriminó que llamara homosexual a las lesbianas, y simplemente intenté explicar, con los razonamientos que expuse, que el concepto de homosexual no excluye a las mujeres. Hasta ahí quería llegar. No más allá.
   Pero si queremos dar un paso más y entramos de lleno en lo que tú planteas, es verdad que, en última instancia, no sirve de nada etiquetar a las personas porque no se define así nada acerca de ellas.
   Somos unos seis mil quinientos millones de personas en el planeta en la actualidad. Si quisiéramos etiquetar ese universo de peculiaridades y distinciones, llegaríamos a la conclusión de que debemos crear seis mil quinientas millones de etiquetas para ser fieles a la realidad. Porque no hay dos personas iguales por mucho que busquemos. No hay dos homosexuales iguales, como no hay dos heterosexuales iguales. No hay dos mujeres iguales, como no hay dos hombres iguales. No hay dos rubios iguales, ni dos gordos iguales, ni dos africanas iguales, ni dos europeas iguales, ni dos racistas iguales, ni dos personas solidarias iguales… No hay dos personas iguales. No hay dos seres humanos iguales.
   Llegados a este punto, concluimos que de las muchas cosas inútiles en las que las personas nos entretenemos, la de poner etiquetas a los demás no sirve más que para simplificar la existencia del otro, para reducirlo, y con ello faltarle al respeto al que tiene derecho como ser humano.
   Tienes razón, estimado amigo, estimada amiga. Las etiquetas ni nos hacen más libres, ni nos hacen más felices.
   Gracias por tu aportación.

lunes, 14 de junio de 2010

¿Hasta Cuándo?

 
Primitiva Rodríguez, 6 de septiembre de 1947.
José Villalibre Toral, 22 de agosto de 1936.
Balbina Gallo Gutiérrez, 10 de septiembre de 1936.
Santos Valentín Francisco, octubre de 1936.
Granada Garzón de la Hera.
Gerardo González Iglesias, 5 de marzo de 1938.
María Álvarez, julio de 1951.
Antonio Parra Ortega, 28 de agosto de 1936.
Isabel Picorell, 27 de agosto de 1936.
Severiano Rivas, octubre de 1936.
Emiliano Marcos Brasa, julio de 1936.
Joaquín León Trejo.
Julia Conesa Conesa, 5 de agosto de 1939.
Francisco Escribano, 1 de julio de1941.

   Todos ellos fueron asesinados, fusilados. Algunas de ellas fueron violadas antes de recibir un disparo en la cabeza. Ninguno tuvo un juicio justo, ni un abogado, ni una sentencia. Sus restos yacen diseminados por toda la geografía española en fosas comunes excavadas en cunetas, barrancos, muros de cementerio. Decenas de miles más les acompañan. Sus familias siguen buscando. Buscan sus huesos y buscan justicia. ¿Hasta cuándo?

sábado, 12 de junio de 2010

Deseo

 
   ¿Qué hacer con el tiempo perdido y que ya nunca recuperaremos?
   A veces pienso que la amnesia tiene su lado positivo cuando nos borra de la memoria los recuerdos de los que queremos huir, aquellos que se resisten incansables a abandonar nuestro presente, haciendo que vivamos el pasado odiado un día tras otro, una y otra vez.
   Nunca me gustó el arrepentimiento de las cosas vividas, de las experiencias que nos han hecho como somos ahora. Que me quiten lo bailado es una sentencia que me gusta explorar. Con el paso de los años siento que la experiencia vital acumulada me empuja a ser lo que hoy soy, y me muestra sus dos caras con la naturalidad de la vida misma. Lo bueno y lo malo se funden en un todo que disimula las angustias y miedos del pasado detrás de las alegrías y satisfacciones.
   Pero a veces cuesta mucho trabajo. Se hace difícil asumir las lecciones de todo esto y encontrar la senda del olvido, tan cercana ella a la del conocimiento. Entonces me arrebata la rabia por lo que me quitaron, la indignación por las mentiras que se escondieron detrás de las palabras que me hicieron trabajar un futuro que nunca tuvo la posibilidad de llegar a ser. Los cimientos por los que aposté se remueven. Me tambaleo. Y sé que debo encontrar la forma de discernir con claridad entre lo que sí que tengo y el humo negro y engañoso de lo que yo mismo me creí.
   Desafortunadamente, no siempre se tiene la sabiduría necesaria para oponer las razones a los deseos. Es entonces cuando le hago guiños a la amnesia, por ver si se deja tentar y me brinda una pizca de su anestesia.
   Pero a pesar de todo, que no muera el deseo.

miércoles, 9 de junio de 2010

La Tierra es nuestra

El ultimatum evolutivo

Bhopal, 3 de diciembre de 1984

   Bhopal, India, 3 de diciembre de 1984. La ciudad, capital del estado indio Madhya Pradesh, uno de los más pobres del país, duerme su madrugada preparándose para enfrentarse al nuevo día que se avecina. En la ciudad existe una fábrica de pesticidas perteneciente a la multinacional estadounidense Union Carbide. Durante años, la industria ha trabajado en la producción de pesticidas por medio de la transformación de productos químicos altamente peligrosos e inestables.
   Son malos tiempos para la compañía, que ve reducidos sus ingresos, y los directivos americanos deben arbitrar medidas que garanticen la viabilidad económica de la fábrica. Estos directivos nunca se preocuparon por los sistemas de seguridad en la cadena de producción. Esos sistemas de seguridad costaban un capital que no estaban dispuestos a gastarse si eso significaba minorar los beneficios. Durante años, la fábrica libera en el medio ambiente residuos muy tóxicos que se filtran en el subsuelo y contaminan la capa freática de la zona. Los alrededores de las instalaciones están tan deteriorados que nadie se atreve a vivir en sus cercanías, en un ambiente viciado y pestilente. Nadie salvo los más pobres entre los pobres.
   Durante años, los parias, los más desfavorecidos del sistema de castas indio, supuestamente abolido pero que, en realidad, sigue vigente en la conciencia de la sociedad del país, han ido instalando sus infraviviendas prácticamente contra los muros de la fábrica. Malviven, como digo, en un ambiente envenenado. Beben aguas ricas en metales pesados que poco a poco van minando la salud de las personas, atacando de forma silenciosa sus sistemas inmunológicos y provocando graves problemas sanitarios que nadie atiende porque nadie los ve. Pero no tienen otro sitio a donde ir. Y nadie se preocupa de ellos. Son parias, casi animales. Quizá, incluso, menos que animales. No les importan ni a los demás miembros de la sociedad india ni, mucho menos, a la sociedad occidental que se beneficia económicamente de sus miserias y cuyo único interés es que la fábrica siga siendo rentable llegado el momento de calcular la cuenta de resultados.
   Bhopal, India, 3 de diciembre de 1984. Madrugada. Alguien grita en el silencio de la noche (si es que las noches de los parias alguna vez fueron silenciosas). A ese grito suceden otros, y otros, y otros. Y cunde el pánico. Una bruma extraña se extiende desde la fábrica y va cubriendo la ciudad. La gente no pude respirar, se asfixia. La bruma quema las vías respiratorias y los ojos. La gente grita y muere.
   Los directivos de la norteamericana Union Carbide nunca se gastaron un dólar en dotar las instalaciones de los más elementales sistemas de seguridad. Durante el turno de noche, algo falla en las tareas de limpieza. Los operarios utilizan mangueras de agua a presión para arrastrar las impurezas fuera de las instalaciones. Pero esas impurezas acaban entrando en contacto con los gases almacenados en depósitos y la reacción química da comienzo. Cristales de cloruro sódico entran en contacto con el isocianato de metilo y la reacción eleva la presión en esos depósitos haciendo saltar las válvulas y liberando más de cuarenta toneladas de gases a la atmósfera que se van descomponiendo en diferentes compuestos. Gases muy tóxicos. Letales. Fosgeno, monometilamina y ácido cianhídrico. No soy químico ni sé nada de estos gases, pero las consecuencias de respirarlos están ahí.
   Los directivos de la norteamericana Union Carbide nunca se gastaron un dólar en dotar las instalaciones de los más elementales sistemas de seguridad. O sí. Se había instalado  un sistema de refrigeración de los tanques para que entrara en funcionamiento en casos como este, bajando la temperatura y, con ello, la presión de los depósitos. Y además, había instalado un sistema catalizador de gases previo a la salida a la atmósfera. Pero costaba un dinero mantener activos y en buenas condiciones esos sistemas. Los que vivían en los aledaños de la fábrica no eran familias de la clase media de Estados Unidos ni de Europa. Ni siquiera eran ciudadanos de las castas más altas de India. Eran parias, casi animales. Quizá, incluso, menos que animales. No les importaban ni a los demás miembros de la sociedad india ni, mucho menos, a la sociedad occidental que se beneficiaba económicamente de sus miserias y cuyo único interés era que la fábrica siguiera siendo rentable llegado el momento de calcular la cuenta de resultados. Así pues, esos sistemas de seguridad, aquella noche, están desactivados. Había que ahorrar costos.
   Se calcula que en la primera semana tras el desastre unas veinticinco mil personas mueren directamente por causa del escape, seiscientas mil resultan afectadas, ciento cincuenta mil de forma muy grave. En su gran mayoría se trata de parias, casi animales. Quizá, incluso, menos que animales. No les importan ni a los demás miembros de la sociedad india ni, mucho menos, a la sociedad occidental que se beneficia económicamente de sus miserias y cuyo único interés es la rentabilidad económica de la fábrica.
   Con el paso de los años, la fábrica es abandonada. Hoy el lugar es una ruina. En los alrededores siguen viviendo personas que no tienen otro lugar a donde ir. Y siguen bebiendo aguas muy contaminas, cultivan lo que pueden en una tierra muy envenenada a la que logran arrancarle apenas lo mínimo para sobrevivir llevándose a la boca productos muy contaminados que en nuestros sistemas de distribución de alimentos harían saltar todas las alarmas con que se acercaran sólo a quinientos kilómetros. Con el paso de los años, la gente sigue muriendo en Bhopal como consecuencia de los desastres provocados por la fábrica de la Union Carbide, posteriormente adquirida por la también estadounidense Dow Chemical, actual propietaria de los terrenos y las ruinas. Con el paso de los años todavía se cuentan por decenas de miles las personas que sufren las graves consecuencias del escape.
   Pero se trata de parias, casi animales. Quizá, incluso, menos que animales. No les importan ni a los demás miembros de la sociedad india ni, mucho menos a la sociedad occidental que se beneficiaba económicamente de sus miserias y cuyo único interés era que la fábrica siguiera siendo rentable llegado el momento de calcular la cuenta de resultados.
   Y cuando ya parecía que todo se había olvidado (olvidado en las conciencias de occidente, claro, que en India, mucha gente continúa en su lucha contra los responsables directos de la catástrofe), nos llega la noticia de que un tribunal indio, casi veintiséis años después de la tragedia provocada por la voracidad económica de occidente, condena por sentencia a ocho directivos de la compañía estadounidense Union Carbide. Por fin una condena a los culpables. Por fin justicia para las víctimas. Llega tarde, pero llega por fin. ¿La condena? Dos años de cárcel para cada uno, y una multa de ocho mil novecientos euros. Lo he escrito bien. Voy a repetirlo, por si acaso. Dos años de cárcel para cada uno, y una multa de ocho mil novecientos euros.
   Claro, se trata de parias, casi animales. Quizá, incluso, menos que animales. No les importaban ni les importan a los demás miembros de la sociedad india ni, mucho menos, a la sociedad occidental que se beneficiaba económicamente de sus miserias y cuyo único interés era que la fábrica siguiera siendo rentable llegado el momento de calcular la cuenta de resultados.

jueves, 3 de junio de 2010

El sueño del caracol



   Dejo que lo comentes tú. Yo ahora no tengo el cuerpo para hacerlo.
   Por cierto, lo copié del blog de Javi.

Homosexual

  A cuenta de la entrada sobre el caso islandés, algunos amigos y conocidos  me han hecho una apreciación que, además, no es la primera vez que observo. Se trata del uso del término homosexual referido a una mujer.
   Está muy extendida la idea de que homosexual sólo es el hombre que se siente atraído sexualmente por las personas del sexo masculino. Por contra, quien piensa de esa forma, considera que la mujer que siente la atracción sexual hacia otra mujer debe ser definida como lesbiana.
   Vale. Lesbiana es la mujer. Hasta ahí correcto. Además, para mi gusto personal, me parece incluso una palabra bonita.
   Lesbiana.
   Suena bien.
   Suena musical.
   Pero que eso no nos despiste. También la mujer que vive su sexualidad con otra mujer (las que tienen suerte, incluso con otras mujeres), es homosexual. Y eso es indiscutible.
   Y lo es porque el prefijo homo-, que barrunto que es donde radica y nace el error, nada tiene que ver con el sustantivo latino homo, referido a hombre. No nos confundamos. El homo- de homosexual procede del homo- griego, que viene a significar mismo. Se trata, en definitiva, del mismo homo- de homogéneo (no género de hombre, sino mismo género), de homónimo (no nombre de hombre, sino mismo nombre) o de homólogo (no tipo de hombre, sino mismo tipo, misma ciencia), por citar algunos ejemplos.
   Así pues, etimológicamente, homosexual nos transmite la idea, viene a significar, mismo sexo. Por eso, tanto el hombre como la mujer que se sienten atraídos (o atraídas) por su mismo sexo son homosexuales.
   Si llevamos la concepción errónea del término a sus últimas consecuencias, y admitiéramos que ese homo es el sustantivo latino (que no lo es), entonces homosexual significaría hombre sexual. Y claro, eso nos lleva a concluir que todos los hombres habidos y por haber en el planeta Tierra, el 48% de la humanidad, son homosexuales, independientemente de su orientación sexual. Porque tanto el hombre que vive su sexualidad con otro hombre como el que la vive con la mujer son (somos) hombres sexuales.
   Espero haber contribuído a arrojar un poco de luz sobre una confusión que creo que anda muy extendida en la cultura occidental.
   Es por eso que la primera ministra islandesa, casada con otra mujer, es homosexual.